México
10 de noviembre del 2016

El hecho de pensar en ponerme a escribir sobre algo que me interesa me causa una terrible ansiedad de desempeño: siempre he sido así. El temor a hilar un texto demasiado pirotécnico invade mis dedos y nubla mi juicio. Como se me ha pedido aquí escribir sobre los escritores de mi generación, ya pueden ir esperando un cuadro desangelado y a medio gas. Tampoco quiero provocar a la gente ni molestar, los buenos modales van por delante. Tengo que decir que tengo treinta y cinco años y publiqué un libro que se llama Ascópolis y que sospecho que es por eso que me piden estas cosas. No poseo ninguna clase de autoridad o de rigor y no sé si volveré a publicar otro libro en el futuro, así que siéntanse con la confianza de cambiar de página si así lo desean; yo lo haría. Como ya dije mi edad, quisiera creer que mi generación comprende a las personas nacidas al final de los 70 y el principio de los 80, no sé si haya un común denominador realmente serio para este monstruoso grupo de personas, pero en cualquier documental de Enrique Krauze sobre esta generación van a aparecer elementos como el Atari, el mtv y otras de esas pendejadas con las que ha querido retratar a la Generación x, un terminajo que por supuesto me da asco. ¿Qué tiene que hacer uno para merecer ser un hombre común y corriente?

No sé qué será de los demás, pero yo paso la mayor parte del día jugando Playstation, unas ocho o nueve horas diarias, los sábados voy al squash y los domingos algo leo, pero casi nunca leo escritores jóvenes mexicanos, no creo que los escritores jóvenes mexicanos lean escritores jóvenes mexicanos y en general no creo que la gente esté particularmente interesada en leerlos. Así que yo, como parte de las estadísticas, me voy a lo seguro: Zweig, Montaigne, Roth, Ibargüengoitia y un mediano, etcétera. Cuando termino la lista vuelvo a empezar por los mismos. La mayoría de los escritores jóvenes mexicanos siente que está compitiendo por algo o peor aún, por ser alguien, vierten su opinión de mierda sobre algo y te hacen creer que secundarlos te va a hacer inteligente, beben en los mismos lugares, con la misma gente y con las mismas drogas y si no lo hacen se sienten terriblemente mal, en Estados Unidos tienen un término para esto: fomo (“Fear of Missing Out”, que se traduce como “miedo a perderse de algo”). Sin embargo, y esto es una obviedad, no todos son así, así que hice un recuento mental sobre escritores que me han parecido sobresalientes, no he recurrido a Wikipedia, así que la información puede ser más o menos incorrecta, pero ¿qué diablos?

Compré La marrana negra de la literatura rosa de Carlos Velázquez, un escritor del que no sé demasiado. Un día mi amiga María José llegó gritándome que tenía que leerlo ya, que era divertidísimo, que me estaba perdiendo de algo y que era el mejor escritor joven de México. Fui a una librería y compré el libro, leí tres relatos de los cuales ya no recuerdo nada, pero me parecieron brillantes; perdí el libro en una mudanza y eso fue suficiente para sofocar mi ímpetu, no volví a leer nada de él. Por otro lado, me parece que Marijó sí ha leído todos sus libros. Otro escritor del norte que me gusta es Daniel Herrera. Melamina es una novela angustiante sobre la cosa más angustiante que puede experimentar un ser humano: el holocausto de ser padre. Paisajes de clase media baja, cucarachas, crudas y cuentas de supermercado por debajo de mil pesos, y encima de todo eso amor y coraje; es un escritor noble y se nota. Como soy muy sensible a la influencia, al qué dirán literario y al síndrome Fomo, me hice de una copia de Aquí no es Miami de Fernanda Melchor; este tiene una historia más siniestra, me salté por completo el prólogo de Eusebio Ruvalcaba y me fui directo a las historias; llevaba tres o cuatro y el libro iba por muy buen rumbo, pero mi amigo Mauricio me lo pidió prestado para leerlo camino a Morelia, esa misma noche lo asaltaron a mano a armada para robárselo, no dormí dos noches de pensar en los niveles de desesperación que llevan a un hombre a robar un puto libro a mano armada. Las historias del libro están ubicadas en Veracruz y yo odio-amo ese lugar; crecí en Tuxtepec, un pueblo de Oaxaca colindante con Veracruz. Tengo que retomarlo en algún momento.

Wenceslao Bruciaga es un escritor punk de Torreón, Coahuila, el único escritor verdaderamente punk que conozco, abiertamente HOMOSEXUAL, así, con mayúsculas, es capaz de hacer que todo parezca un complot HOMOSEXUAL para controlar el mundo, es un poco monotemático, pero ¿quién no lo es a estas alturas? Wenceslao fue el primer púber de editorial Moho que realmente me impresionó; recuerdo aquel texto en donde un adolescente sodomizaba a su padre; llevaba la revista de un lado para otro leyendo el relato a mis amigos, todo el mundo terminaba perturbado. Él me introdujo al popper, no sé si necesitan otra carta de presentación. ¿Lectura recomendada? Tu lagunero no vuelve más y su novela Funerales de hombres raros.

Ari Volovich, un tipo brillante de quijada firme, nació en algún lugar de Israel (no quiero recurrir a internet), abandonó la carrera de letras varias veces. No inventa nada, no nos cuenta historias fantásticas con personajes fantásticos, pero pela un ojo de águila al mundo entero y es capaz de construir un mapa preciso de la estupidez humana en todas sus capas. Su libro Jet Lag es una cosa rara: mezcla de relato, periodismo, chistes personales y pesadilla; cuando lo terminé, lo arrojé por la ventana, estaba celoso de su talento natural para las letras, siempre quise ser cínico a ese nivel. Para cerrar, mi escritor favorito es un sujeto de Monterrey llamado Arturo López. El cabrón es un natural, aunque él si está haciendo algo con su vida, tiene un trabajo de nueve a cinco, el motivo por el cual no ha despuntando en el medio es porque Arturo pasa de la droga y eso, ya lo sabemos, puede ser tu tumba. Nunca ha publicado libros, dilapida su talento en forma de posts de Facebook cada semana; le mandé una recopilación de sus relatos a Guillermo Fadanelli, pero dudo que los haya leído ya, tendré que recordárselo pronto, porque Arturo es bárbaro. Tiene un cuento (ya sé que está mal contar la película) de una mujer loca que maneja con un bebé imaginario por toda la ciudad. Las imágenes que fabrica son de las más hermosas en la literatura mexicana de mi generación: “Una mañana saqué todos los billetes, contraté tres tráileres de doble cabina, y los envié a quemar detrás de la autopista a Saltillo. El puto dinero —quién iba a decirlo— tardó cuatro días en arder”. Éramos muy ricos, Arturo López.

¿Hay más escritores jóvenes? Miles, quizá lleguen ya al millón en México, asoman la cabeza en los bares, en las ferias de libros, se van a llevar a tus hermanas, será mejor que te metas bajo las sábanas, que prendas el Netflix ya, muy pronto vamos a quedarnos sin amigos normales, sin conversaciones normales. Eso sí, en cincuenta o sesenta años vamos a tener la mejor generación de epitafios inteligentes y chistositos, yo por lo pronto, ya tengo el mío: “Le habría gustado pasar más tiempo viendo la tele.

Frases
José Ángel Balmori
  • Escritores invitados

Escritor nacido en San Juan Bautista Tuxtepec, Oaxaca. Su más reciente libro es Ascópolis (Moho, 2011).


Fotografía de José Ángel Balmori

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