Teresa de Lauretis comentó en Alicia ya no que cierto fragmento de Ciudades invisibles de Italo Calvino originaba la idea de que la ciudad es una representación de la mujer. La mujer es el cimiento de aquella representación, la fuerza impulsora de la cultura y la historia de una ciudad. Pero al final termina siendo una ausencia en ésta. Analogía que la condujo a señalar que la narrativa de Calvino retrata el estatuto que han tenido las mujeres a través del discurso occidental. Observación que posiblemente también se aplique a la mujer del Lejano Oriente, a la del siglo X.
La narración que ofrece El mundo del príncipe resplandeciente (Atalanta, 2007) es una reconstrucción literaria de un siglo gobernado por las leyes del esteticismo, el patetismo y, en mayor medida, la singularidad femenina de una aristocracia japonesa. En este libro, Ivan Morris (Londres, 1925) logra reunir en diez capítulos —y sus respectivos apéndices— una compleja investigación histórica y literaria respecto a un siglo de la capital Heian Kyô. Un siglo que está determinado por ser de grandes autoras de la literatura clásica de Japón.
El resplandor literario del siglo X se debió, en parte, al patronazgo cultural que ofrecía la oligarquía Fujiwara. Familia que adquiere su predominio político siglos antes a partir de lo que se conoció como “política matrimonial”. La que consistía en asegurar que las consortes imperiales fueran seleccionadas dentro de las propias hijas de los líderes, de tal manera que el jefe de familia resultara ser el abuelo o el suegro del soberano reinante. Este método posibilitó a los líderes Fujiwara mantener controlados a los emperadores de Heian y evitar así una rebelión por si éstos abdicaban a una temprana edad. De alguna manera, la “política matrimonial” sirvió de apoyo para elevar el prestigio de las mujeres en este reducido grupo social. Como manifiesta Morris, los asuntos más sobresalientes durante los años del mundo del príncipe resplandeciente tuvieron que ver con la disciplina que se le daba al emperador y, sobre todo, con la presencia de las mujeres en la sociedad aristocrática.
Morris se refiere a las damas de honor de las cortes de las distintas emperatrices. Las primeras, en su mayoría, terminaron siendo las notables escritoras de este periodo. El modelo de escritura fonética llamado kanabungaku, pero mejor conocido como escritura de mujeres, se desarrolló ampliamente durante este periodo, posibilitando que en el campo literario Japón pudiera distanciarse y marcar cierta diferencia frente a la influencia de la cultura china. Como recalca Morris a lo largo del libro, toda obra literaria destacable de este periodo fue escrita por una mujer, lo que resulta ser un aspecto notable, ya que tradicionalmente en esta parte del mundo la mujer ha estado condenada a una posición de inferioridad social.
Entre las escritoras que se reconocen de este periodo se ubican Yoshiko Joô, Nakazukasa, la madre de Michitsuna, Izumi Shikibu, Shei Shônagon, Murasaki Shikibu, la hija de Sugawara no Takasue, Akazome Emon, Koshikibu no Naishi, Ise no Ôsuke, Uma no Naishi, Sagami y Daini no Sammi. Pero Ivan Morris centra su atención en dos de ellas, Shei Shônagon y Murasaki Shikibu, quienes fueron las damas de honor más destacadas de la época debido a sus personalidades y al característico estilo poético que cada una poseía.
Shei Shônagon fue dama de honor de la corte de la emperatriz Sadako por siete años. Era tenida como una mujer de excelsa personalidad. Sus improvisados intercambios críticos y agudos le permitían demostrar su erudición o su gracia sarcástica. Es conocida por el diario Makura no Sôshi o El libro de la almohada, que en palabras de Morris es “un meticuloso documento de la vida en Heian Kyô, escrito por una mujer de gran curiosidad”.
En la corte rival se encontraba Murasaki Shikibu, autora de la obra que se considera como la primera novela psicológica de la literatura mundial: Monogatori Genji o La historia de Genji. A diferencia de Shônagon, Shikibu era una mujer más tranquila y serena, interesada en los temas históricos de Japón, pero de igual habilidad crítica y talento literario. La historia de Genji está compuesta por cincuenta y cuatro libros que cuentan diversas historias de distintos personajes. Pero centralmente relata la vida del príncipe Genji, “el resplandeciente”, quien está interesado en recuperar su poder imperial. Morris retoma el epíteto del príncipe Genji para titular su libro. La novela, según la presenta Morris, “ofrece un retrato realista y bastante completo de la vida cultural en la capital”.
En términos generales, la narraciones de las mujeres de esta época trataban exclusivamente acerca de hombres y mujeres de alto rango de la capital. Considerarlas un retrato fidedigno de la totalidad de la sociedad japonesa sería algo irónico; más bien hay que considerarlas como un retrato de las costumbres, de las vidas no tan privadas que tenían las personas que componían la esfera selecta de la aristocracia. Ponían especial énfasis en sus experiencias sentimentales y estéticas. Pero ¿a qué se debe este énfasis? Morris explica que los principales ideales de esta sociedad responden, en gran medida, a una ley del buen gusto (para así poder denominarse parte de la “buena gente”). Se trata de una época con un esteticismo desenfrenado que controlaba desde la forma en que uno debía admirar la naturaleza, hasta la manera correcta con la que un amante debía despedirse de su compañera a la mañana siguiente.
Si bien la escritura de estas autoras se concentra en una esfera definida de la sociedad de Heian Kyô, no se puede negar que el estilo de las obras y los temas tratados en ellas (como el patetismo, la impermanencia del hombre y la vida, la ley del buen gusto, las pasiones y la sexualidad en la aristocracia del mundo del príncipe resplandeciente) manifiestan una mirada colectiva, cultural y específicamente femenina de aquel momento. A partir de las descripciones de las actividades cotidianas, estas obras permiten visualizar las perspectivas que tenían cada una de las autoras desde su posición como damas de honor. Para Morris, las letras de Murasaki y de Shônagon no nacen del reclamo o de la injusticia que podía experimentar una mujer en aquel entonces; más bien sus obras permiten que ellas hablen desde sus experiencias, sentimientos y opiniones. Trataban de retratar el mundo tal como ellas podían verlo, con un estilo literario cuidado y detallado. En efecto, el periodo del mundo del príncipe resplandeciente no se puede analizar ni entender si no es a partir de la mirada y voz femenina. En el caso de Murasaki, por ejemplo, su literatura no se queja de una sociedad polígama; lo que expresa es lo difícil que podía ser para una mujer sentir y manifestar los celos, más cuando éstos no eran bien aceptados en la sociedad; también expresa la manera en que un hombre sensible se enfrentaba a las demandas de sus distintas esposas y concubinas. Se trataba, en cierta medida, de hablar de las experiencias femeninas —o lo considerado femenino— y las formas en que éstas respondían a la demanda del buen gusto.
En El mundo del príncipe resplandeciente, Ivan Morris examina con sumo detalle los aspectos sociales e históricos que determinaron la grandeza y decadencia de este imperio, y se basa en la construcción literaria que elaboraron estas mujeres para reconstruir el modo de vida y los ideales del Japón del siglo X. Pero lo más importante es que rescata los cimientos femeninos de este periodo cultural. La literatura clásica japonesa, al igual que la ciudad que describe Calvino, nace desde el impulso de una singularidad femenina. Pero a diferencia de la ciudad de Calvino, Morris analiza qué tan presente y valiosa fue la posición de la mujer en la construcción cultural, social y política del periodo Heian.
Sin la consolidación de la “política matrimonial” —que influyó principalmente en las mujeres y en las obras literarias que éstas crearon— no se hablaría del mundo del príncipe resplandeciente, ni de los periodos activos que tuvo la capital Heian Kyô, y a pesar de haberse ceñido como una capital cerrada.
A diferencia de este contexto literario, en donde predomina una mirada femenina y el valor de la autenticidad nipona, la narrativa japonesa actual intenta abrirse un camino a partir de retratar visiones occidentales y, principalmente, visiones masculinas, perdiendo así la divergencia literaria que ofrece el Lejano Oriente. Además, son pocas las autoras que —exceptuando las pertenecientes al siglo X— han podido ganarse un lugar dentro de la narrativa japonesa. Y en ciertas ocasiones repitiendo una visión occidental.
Ivan Morris invita a la lectura de las obras de este periodo imperial porque puede que en ellas encontremos más entendimiento a ciertas posturas sobre la mujer y la sexualidad en la Historia. El papel que la mujer desarrolló en este periodo fue, en suma medida, el de ser una transmisora del conocimiento. Era necesario que ellas, desde su posición de damas de honor o consortes, conocieran la vida, la naturaleza y un poco de todas las artes posibles.