¿Y tú por quién vas a votar? Es la pregunta que está en boca de todos, en la universidad, en el parque, en el mercado, en la tiendita de la esquina, y absolutamente en cualquier lugar que frecuento me he encontrado con esta interrogante y ciertamente no he podido responderla. A escasos tres días de la elección presidencial y yo no tengo claro por quién votar, ¿irresponsabilidad social? No lo creo.
Simplemente cada vez que leo noticias sobre los candidatos presidenciales, no logro convencerme de que alguno sea la opción para lograr un cambio en el sistema político mexicano que tanta pobreza ha propiciado en el país. Es la primera vez que tendré la oportunidad de participar con mi voto; sin embargo, a ratos desearía no estar inmersa en esta polémica “democracia”.
Recibí tres llamadas de esas que denominan de miedo en contra de ya saben quién, hasta entonces había creído que eran cuentos urbanos, pero no, fue en ese momento en el que me puse a pensar que los partidos que van abajo en las encuestas están realmente preocupados -y no es por ganar-, yo quisiera saber exactamente de qué, peor aun cuando vi las tarjetas monetarias que repartieron. Me dan temor y pena las formas a las que han llegado para obtener el voto, pero me aterra aún más la malicia con las que van dirigidas, aprovechándose de la necesidad a la que ellos mismos han llevado, es decir, la pobreza y la falta de educación y salud.
Por otra parte, los debates deberían anunciarse como lo que son: reality show. Porque de acuerdo con la definición que otorga el Diccionario Oxford a un debate: "Se trata de una argumentación, contienda, disensión, disputa o controversia contenidas, especialmente cuando se trata de una discusión de asuntos ante una asamblea pública o legislativa, ante un parlamento o cualquier otro tipo de asamblea", y yo nada de esto pude reconocer, por el contrario, me parecieron un insulto a la población mexicana.
Y es esto lo que ocurre cada vez que trato de responder por quién voy a votar. Estoy segura de que no salir a votar o anular mi voto no son el camino hacia el cambio, porque es dejar que otros decidan; muy diferente sería si todas las personas como acto de hartazgo ante las calamidades políticas no participaran y las urnas y las casillas quedaran abandonadas, llenas únicamente de fastidio y repulsión.
Hay que sentar las bases de una colectividad que se una para modificar un todo, que es lo que tanto se necesita en una sociedad fragmentada, desesperanzada y en decadencia. Lo más cercano a lo que se debería acudir es a la desobediencia civil, como negarse a pagar impuestos excesivos cuando el salario mínimo ni siquiera permite cubrir las necesidades básicas, pero para ello, también se necesitaría de todos los ciudadanos, lo que convierte esta idea en tan solo una utopía.
Por ahora, salir a votar el primero de julio es una de las obligaciones que tenemos -si es que buscamos contribuir-, al menos para darle oportunidad a alguien más y que finalmente demuestre que ningún partido es la respuesta a la problemática que atraviesa nuestro país. La única vía que vislumbro para sentar las bases de una posible evolución intelectual que conduzca a mejorar el sistema político mexicano está en la educación pública -algo que por cierto sabemos desde hace tiempo-, aquella que forme personas críticas y con conciencia social.