Columna Semanal
15 de febrero del 2017

La palabra envidia viene del latín invidia, y es el deseo de obtener algo que posee otra persona y que uno carece. Es malquerencia, hostilidad, también es denominada como el famoso “mal de ojo”, y que en muchos pueblos se combate con amuletos como piedra de ojo, pulseras rojas, etc. El envidioso desea ocultar su envidia y resulta poco frecuente que la asuma, ya que supone la aceptación de una carencia. Estamos hablando de sentimientos de pesar, de tristeza y de un profundo malestar por el bien ajeno. Un escritor del Siglo de Oro español, Baltasar Gracián, la denominaba la “malignidad hispana”, y el mismo Borges afirmaba que era un tema muy hispano, pues para designar algo muy bueno lo calificaban de “envidiable”. Existen muchos estudios respecto al ser del mexicano (Samuel Ramos, Octavio Paz, Da Jandra, etc.) y coinciden en que el mexicano es una mezcla de razas y de culturas, como todos los demás habitantes de nuestro planeta; pero existen respuestas ante la vida y al medio ambiente social y cultural que son de raíz determinantemente hispana, y entre ellas está la envidia. En España es muy frecuente ver en las casas de distintas clases sociales colgado, detrás de la puerta principal, un ojo de cerámica azul de Sargadelos, que es un amuleto contra la envidia. Y en el mes de mayo en Galicia todas las casas, personas y bienes “se barren” para protección contra la envida con unas bellas flores amarillas que provienen de un arbusto que crece en los campos que se llama xesta. Es esta famosa envida una de las causas más frecuentes de la infelicidad del mexicano, porque se alimenta del mal ajeno y frecuentemente pasa de desear el mal a en efecto producirlo. Es un mal muy difundido en México, y en especial en Oaxaca. Creo que no existe ninguna familia oaxaqueña que no haya sufrido en algún momento de una “mala racha”, de enfermedades “raras” que los médicos no pueden determinar sus causas, o de “mala energía” acumulada en sus casas y bienes. Pues es muy común que esta gente que padece la envidia vaya a gastar grandes sumas de dinero para producir estos males en sus vecinos, parientes, en sus semejantes. Creyendo que este mal provocado les va a producir felicidad, pues no, todo lo contrario, es un veneno que se toman esperando que el otro muera y no tendrán nunca paz y estarán aquejados de insatisfacción y malestar eternos, pues siempre habrá deseos insatisfechos y bienes deseables. Si es cierto que nos convertimos en lo que fijamos nuestra atención, deberíamos tener mucho cuidado en lo que deseamos. Y, para cambiar y no estar insertos en una dinámica perversa de “medio mundo a chingar y medio mundo a no dejarse”, la mujer, como pilar de la familia, debería de apelar a nuestro numen tutelar y protector por excelencia del ser del mexicano que es la Guadalupe-Tonantzin y sembrar amor donde haya odio, hermandad donde haya desunión… En fin, fijarnos en las virtudes de nuestros semejantes y no en sus errores, ¿es demasiado pedir?, ¿qué mundo sería si lo lográramos? Todo, todo está interconectado y si hacemos caso a Albert Einstein (uno de los científicos más eminentes que ha dado la humanidad) entenderíamos que tenemos un motor dentro de nosotros, un “poderoso generador de amor cuya energía espera ser liberada. Cuando aprendamos a dar y recibir esta energía universal, comprobaremos que el amor todo lo vence, todo lo trasciende y todo lo puede porque el amor es la quinta esencia de la vida…”

Raga de San Gabriel

Ciudad de México, 1955. Estudió Diseño en la UAM y cursó la Licenciatura en Bellas Artes en el Instituto Allende de Guanajuato. Es pintora, ambientalista y promotora de la lectura.

Fotografía de Raga de San Gabriel

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