Columna Semanal
18 de febrero del 2018

En Oaxaca hay matices radiantes: el amarillo del árbol primavera, las florecitas blancas y rosas del flor de mayo y las buganvilias que se trepan en las paredes de los edificios más viejos. Me gusta la hierba que crece en lo alto de las paredes a punto de derrumbarse. Imagino así el rostro de Flannery O´Connor convertido en una flor silvestre que crece en un edificio con cicatrices de guerra. Bajo este resplandor de colores, leo sus cuentos (Cuentos escogidos, 2016). Me detengo bruscamente y hago un recorrido de mis lecturas desordenadas; desde el realismo francés al escandaloso realismo sucio. De la prosa inquietante y tempestuosa de Mary Shelley a la prosa suave, de tierna brisa matutina pero electrizante de Katherine Mansfield. Pero la voz vertiginosa de Mary Flannery O´Connor (Giorgia, 1925) me ha provocado escalofríos. Mujer católica, enferma y pesimista. Muere a los treinta nueve años despedazada por el lupus. Escribió miles de cartas, cuentos, ensayos y dos novelas. Rezaba a Dios, no para aliviar sus tormentos, sino para buscar la luz en sus obras. A pesar de las penurias físicas, ella siguió escribiendo, cuidando de sus aves exóticas, recibiendo a sus amigos en la granja Andalusia, en Milledgeville. Aislada de todo, se enamoró sólo una vez de un vendedor de biblias. Es 1953. Paseos por el campo, los músculos fláccidos de Mary, el beso de su único amor. Él se aleja y se casa con otra; O´Connor se aferra a la pluma y a su cuaderno de notas hasta sus últimas horas.

La asfixia de este cielo amarillo me arrastra a la atmósfera literaria del sur de Estados Unidos: Tennessee, Giorgia, Florida, Alabama, paisajes encumbrados por el racismo y la violencia del Ku klux klan; de las extensos valles de algodón, tabaco y maíz; de hombres con la mirada sombría buscando su redención.

“La espalda de Parker” es una pieza cuya lectura no podrá dejarnos incólumes. (Con tono parecido al también sureño William Faulkner) narra la historia de un hombre que busca en el dolor de los tatuajes la liberación de su alma carcomida por la tristeza y el desamparo. Después de casarse con una mujer fea y religiosa, la decisión de tatuarse la espalda lo lleva a una situación límite. Parker es uno de esos personajes que nos enferman de sentimientos humanos y nos someten a un sigiloso cuestionamiento. ¿Acaso estamos destinados al error, a la frivolidad de las relaciones personales? Las historias de O´Connor describen la fuerza contradictoria del destino del hombre; la crudeza de un mundo mutilado por la depravación y el egoísmo. En una de sus múltiples conferencias sobre el arte de escribir dice: “un cuento debe ser extenso en profundidad y debe darnos la experiencia de un significado”. ¡Sí! El elemento vivo de la literatura. No se trata de evidenciar la realidad, sino de salvar aquellas experiencias que han marcado el espíritu. “Un hombre bueno es difícil de encontrar” es un cuento avasallador. Desde el inicio presentimos la desgracia inevitable. Una familia viaja en auto desde Giorgia a Florida. La abuela, justo antes de partir, se entera que “El desequilibrado” se ha escapado de la cárcel y anda suelto por esos rumbos. ¿Qué podrá ocurrir para evitar el encuentro? Flannery O´Connor coloca las piezas de este rompecabezas delicadamente para no romper en ningún momento la tensión que nos ahoga. Las vértebras de esta historia me recuerdan a su contemporáneo Truman Capote con su nonfiction, A sangre fría, cuyo origen fue una nota periodística sobre la masacre de una familia entera sin aparente razón; ambos escritores plasmaron una misma situación. Pero, ¿qué los hace tan diferentes? O´Connor escribió, tal vez, no desde el impulso de resaltar los atributos de una realidad convulsionada, sino la de encontrar luz en los ojos del prójimo, redimirlo a partir de la empatía. El genio literario de O´Connor consiste precisamente en eso: subrayar el estado imperfecto del hombre.

Perla Muñoz
  • Consejo editorial

Oaxaca, 1992. Estudió Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma Metropolitana. Escribe. Publicó el libro de cuentos Desquicios (Editorial Avispero, 2017).

Fotografía de Perla Muñoz

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