Columna Semanal
27 de marzo del 2019

Desde hace algunos meses me he tomado con más seriedad eso de salir a dar un paseo, así sea por “un mandado”. Trato de percibir la mayor parte de detalles que acompañan mi camino en esta ciudad. Por ello me he percatado de personajes que ya tienen tiempo deambulando por las calles, y ahora que los veo, pienso que su futuro puede cambiar en cualquier instante, convirtiéndose en una celebridad andante: borrachos, mendigos, vendedores, drogadictos… pero sobre todo perros.

Cerca de la media noche me he encontrado un par de veces con una jauría divirtiéndose en el Parque el Llano. La imagen me hace pensar que el parque nunca perdió su identidad como zoológico, cuando los viernes se ponía el tianguis y varias especies convivíamos en ese perímetro. Esta pandilla de canes resulta extraña para ser callejeros, todos lucían impecables. La verdad es que en la ciudad de Oaxaca nunca he visto que los animales callejeros sufran de forma grave, por el contrario conozco muchas personas que les agrada hacer gestos a favor de los animales, sobre todo a los perros, que son los que más abundan. No dejaré pasar que es de común conocimiento que hay personas que no tienen respeto por ningún ser vivo. Pero con los animales cambian. En algunos lugares he visto que los dejan dormir en el interior. Después de mi encuentro con esta jauría supuse que existe algún refugio; incluso en algunos restaurantes he visto que son bienvenidos como un cliente más, así que creo que no la pasan tan mal.

En el cuento “El día que fuimos perros”, Elena Garro sentencia la inocencia de un perro igual que con la de un infante al presenciar un asesinato. Supongo que cualquier canino que ande por ahí tendría mucho que contar si el filósofo del renacimiento, René Descartes, nos les hubiera quitado la razón para poder transmitir sus vivencias a través de un lenguaje común al de nosotros. Cuando me encuentro con estos perros seudocallejeros tomando el sol, no puedo evitar pensar un poco en los cínicos, filósofos griegos que denunciaban los males de la civilización, tenían una filosofía que pugnaba por una vida hacia la virtud. Lo cínicos son los críticos de los excesos y los vicios. Me abstengo a creer que a estos perros no les importa nada, se atreven a ladrar a las amenazas de los transeúntes.

Con dificultad comprendo a las personas que sienten mayor empatía por un animal que por una persona. Sin embargo, en ocasiones me parece que estos animales controlan mejor sus instintos que algunos seres humanos. Percibo que esta empatía es gracias a que los perros no tienen méritos políticos, no se consideran de izquierda o de derecha, no les importa si el aborto debe ser despenalizado, si la mariguana debe ser legalizada, si la inseguridad en las calles es insoportable para sus conciudadanos, si los servicios de salud pública son ineficientes, pero sobre todo, porque no pueden exigir más que comida y alguna caricia.

El poder que existe detrás de las redes sociales me provoca un aturdimiento moral. Así como pueden convertir en héroe a cualquier ser, también lo pueden sentenciar. La gracia de Mazapán saltando y dando vueltas junto a una China oaxaqueña me parece un acto de protesta, mostrar la burla en que se ha convertido la Guelaguetza, el rito del don gratuito que ya no nos pertenece. Ahora hasta a un perro le puede pertenecer. Convertido en imagen cultural, Mazapán sólo ha buscado el momento para hacerse notar y hablar sin articular ninguna palabra por todos los animales que sufren de maltrato. Consiguió su victoria y por ello ahora el municipio podrá sancionar el maltrato animal. Ojalá Mazapán reivindique el poder de acción que tiene entre sus patas y también otorgue atención a necesidades ajenas a su especie, ya que la nuestra no ladra con suficiente fuerza.

Luis Alberto Sánchez Santos

Oaxaca, 1994. Estudió economía en la Universidad José Vasconcelos de Oaxaca.

Fotografía de Luis Alberto Sánchez Santos

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