Zumbidos
07 de julio del 2017

I

En uno de sus aforismos Lichtenberg escribió de manera sarcástica que “hay muchos hombres que leen para no pensar”. Y es, por si fuera poco decirlo, la crítica que Kant y Schopenhauer llevaron a gala, aquél para fundamentar la Ilustración, y éste, para sí mismo: atrévete a pensar. Pero da la casualidad que no todos podemos ser Kant, Lichtenberg o Schopenhauer, y tenemos que revisar asiduamente las páginas de los que pensaron por sí mismos, y esto lo sabe bien el lector de a pie como el erudito académico. Estos pensadores inauguraron una nueva forma de mirar el mundo. Sin embargo, cada cabeza guarda un misterio, aunque haya unas tan vacías que sería una sorpresa hallarlo. A esta tarea de pensar por sí mismo le podemos aunar la luminosa sentencia estoica que Epicteto escribió en su Manual: “Si ansías la filosofía, prepárate desde ahora mismo para ser objeto de risas, para ser objeto de burlas”. Aunque es muy cierto, en algunos casos, lo que escribió Lichtenberg, es preferible que haya más lectores que incultos elaborando tratados para imponerlos a los demás.

II


Escribo estas líneas con un afán de claridad y en base a los comentarios poco aportativos a la materia que se discute en el video que el escritor Leonardo da Jandra realizó en Avispero. Y no creo que deba ser traumático aprender del que más sabe, si cuando se enseña se hace con persuasión y no con imposición, como suele hacerse cuando se despotrica. También de los que se dicen ser nuestros enemigos se aprende.

Creo que es natural que se despierten atisbos críticos, pues no siempre estamos de acuerdo con las ideas del otro; aunque a veces nos haya tomado unos minutos pensar en ellas a la hora de comentar. Pero esto es el pan de cada día con muchas de las opiniones sobre política, religión, filosofía, arte o economía. Se puede ser muy crítico y sugerir ideas o ser visceral y regodearse en la propia baba con la destrucción del otro; y cuando se lleva a tal grado el parloteo egoico, no hay más recurso que tomar con paciencia las estupideces y la banalidad de los comentarios en internet: Facebook, Twitter, etc. Las redes sociales son el coliseo romano de hoy; entre más gritos, menos se atiende a la razón. Pero hay que saber separar la paja del oro, para quedarse con lo esencial y no con la paja.

Es una gran ventaja que los usuarios de las redes sociales puedan intercambiar ideas y exponer su desacuerdo, o sus aportaciones, en caso de que las tuvieran. En una entrevista, hace unos días en El País, Emilio Lledó, un gran conocedor de los clásicos griegos y latinos, editor y escritor sapiencial, dijo: “Ha habido cosas traídas por la democracia, como la libertad de expresión, aunque no vale para nada si solo sirve para decir imbecilidades. La verdadera libertad de expresión es la que procede de la libertad de pensamiento. Lo que hay que hacer es mentes libres”. 1 Sin embargo, ¿puede exponerse un pensamiento libre en base a insultos? ¿No es acaso el conocimiento el que determina que tan libres somos?

Hoy pareciera que, bien o mal, internet ha expandido la posibilidad de que las personas conozcan un poco más de lo que lo hacían hace dos décadas. Pero las estadísticas son falaces. Hoy una persona curiosa puede recibir una instrucción autodidacta como nunca antes gracias a internet y a su habilidad para buscar o estupidizarse a placer. Claro, hablamos de usuarios-lectores.

III


Ideas como, “la violencia no es la partera de la historia”, “lo que se instaura con violencia se mantiene con violencia”, “la propiedad no es un robo”, requieren un debate serio. Dichas ideas, por sí mismas, deben ser debatidas y presentadas ante el tribunal de la razón, como pensaba Kant que debe hacerse con todo lo que atañe a la vida del hombre. Y creo que la respuesta de la esposa de Leonardo da Jandra es la refutación, quizá descontextualizada por la divergencia de opiniones, hacia una crítica realizada por un ex alumno del maestro. El texto de Daniel Nush pudo abrir un diálogo más acorde al tema del que trataba el video si no hubiese descalificado la trayectoria y la participación social de Leonardo en las últimas líneas de su texto. No tuvo presente las tesis que se manejan en sus libros La gramática del tiempo y Filosofía para desencantados (donde el autor expone, en el primero, su visión vital y teórica de la utopía, en el segundo, el concepto de revolución y la teoría de los complementarios, en la que es crucial el concepto de revolición) antes de dar sombrerazos y sentar cátedra. Se puede no estar de acuerdo con una forma de pensar o con una personalidad, pero debe hacerse atendiendo a las ideas y tratando de aportar más que descalificando. Este desconocimiento de las teorías, y por ende, su descalificación, pone en tela de juicio la misma intención con la que Daniel pretendía abrir su debate. ¿Se puede debatir en este caso, si, en principio, se desconoce lo que una persona ha elaborado a lo largo de los años y decir que su visión es trasnochada?

Es razonable que un video grabado de manera espontánea contenga imprecisiones, pero no por ello se descalifica su debate. Hoy hacer lo que hizo Montaigne tácticamente debido a su olvidadiza memoria es anacrónico. Escribir y citar sin comillas y en base a la memoria, sin mencionar al autor y hacer que las citas pasen por nuestras, es impúdico. A quienes los han atrapado, no les ha ido nada bien. Pero me parece que éste no es el caso. El viejo de la montaña escribió esto para defender sus Ensayos de sus opositores: “Quiero que den un papirotazo en mis narices a Plutarco y que injurien a Séneca en mi persona. Encubro mi debilidad bajo esos grandes créditos. Me gustaría que alguien me quitara las plumas ajenas, si lo hiciera con juicio claro y por sola distinción de la fuerza y belleza del propósito”.

Es más que evidente que el radio de influencia para debatir, que es lo que se quiere lograr a la hora de exponer nuestras ideas o refutar las ajenas, es ya de por sí muy reducido; es conveniente, en lugar de atacarnos de una manera visceral y necia atendiendo a lo peor de cada individuo, mostrar un poco de respeto mutuo y atender a las ideas. Se debate con la mente, no con las vísceras y los exabruptos venidos de la cólera. Por eso descalificar al otro sin la argumentación debida suele ser falaz. Dice Samuel Johnson: “Pero la mayoría, la inmensa mayoría de quienes se quejan y despotrican, inquieren y acusan no lo hacen movidos por dudas razonables o porque alberguen temor o sientan preocupación por la vida pública, sino porque aspiran a hacer fortuna al calor del resentimiento y la inventiva, y con su vehemencia y vituperios buscan a quien se ofrezca cuanto antes a comprarles su silencio”.

Si se descalifica a una persona por motivos personales, toda conversación sana queda sellada. Los insultos y vituperios prodigados por quienes en algún momento se sintieron ofendidos por las declaraciones del filósofo o su esposa son prescindibles para todo debate serio. Que no estemos de acuerdo con los otros no necesariamente nos hace enemigos.

Para los que pensamos que la evolución es mejor que la revolución, apostamos por la idea de que todo proceso evolutivo-cultural conlleva un ajuste ideológico a favor de la justicia, la solidaridad y el bien social, basado en la tolerancia y la apertura crítica. La verdad que cada uno pueda prodigar va directamente en relación con su experiencia, su contexto y es parcialmente correcta. Por eso, ante las diatribas lo único que podemos hacer es mirarnos a nosotros mismos y tratar de hacer menos mal en el mundo.

¿Qué es la revolición que plantea Da Jandra? Así como yo lo entiendo, es la autoconciencia del individuo asumiendo su libertad con conocimiento, la armonización del bien público y el bien privado, aparentemente inhermanables. La tesis que Da Jandra maneja en su libro Filosofía para desencantados, de que es mejor una visión de los complementarios a una de la contradictoriedad, es un giro que viene a hermanar los conflictos en posibles soluciones: un giro hacia un acontecer sociocéntrico de los individuos y las sociedades. ¿Es esto posible? Sólo lo sabremos en base a la experiencia.

Ahora que los biólogos y los neurólogos plantean la modificación de la genética humana para mejorar a los individuos física y mentalmente, según sus hipótesis, debemos pensar si no caemos otra vez en los dictados racionales que llevaron a la locura al siglo pasado. El libre albedrío es la pauta de la paz y la guerra entre las sociedades y los individuos. A veces los pensadores no son escuchados en su época, y cuando se les atiende, se presentan otros con la misma fortuna. Es por eso que Nietzsche dijo que era un autor póstumo, así como le sucedió a Schopenhauer.

Los errores en el pensamiento o en la vida de los autores deben ser tenidos como ejemplos de que ante la búsqueda de la verdad y la justicia todos podemos caer en la tentación del poder y la tiranía, incluso cuando creemos que es por el bien de los demás. El arte de escuchar al otro no es algo que este en boga hoy en día: y los que más quieren cambiar el mundo, son los que menos quieren cambiar.

Hace unas semanas el físico Stephen Hawking dijo en una conferencia que deberíamos ir preparándonos para habitar la Luna, e incluso buscar un lugar habitable más allá de nuestro sistema, porque la sobrepoblación y el cambio climático amenazan la vida humana en la Tierra. De todos modos un gran asteroide acabará con nuestro mundo, dice Hawking, y debemos salir del planeta si queremos seguir perpetuándonos. Ante las concepciones apocalípticas, muy en boga en los tiempos de decrepitud moral y decadencia espiritual, como sugiere George Steiner en su libro Gramáticas de la creación, no nos queda otro camino que la solidaridad y el compromiso social.

IV


La historia del conocimiento se constituye desde aportaciones y no desde la rumia. Las mentes libres y críticas, aun con sus errores o equivocaciones, con su pensamiento han encontrado la intimidación del poder político o eclesiástico, cuando no la incomodidad en su propia familia, amigos o colegas. Es extraño que siendo Marx un crítico de la hermenéutica, y que apele al cambio transformador de la realidad vía la acción, haya lectores que se sientan ofendidos por si no se cita correctamente lo que dijo. Como judío conocedor de su tradición, Marx sabía que los opositores al cambio son los que defienden a capa y a espada la palabra muerta y censuran a los vivos, como le pasó a Cristo. Y fue Marx un espíritu belicoso que, desde diversas fronteras, luchó por defender sus ideas de los reaccionarios haciendo panfletos, escribiendo libros, gastando su propio dinero a favor de que se difundieran sus ideas sobre la desigualdad de clases y la libertad humana. Huyó de Alemania a París, de París a Bruselas, y de Bruselas a Inglaterra buscando las oportunidades de seguir en pie con su proyecto. Lo perdió todo, excepto la voluntad de cambiar el mundo. Las ideas también pueden transformarlo, y he ahí la mala aplicación del pensamiento de Marx en los sistemas sociales.

Traigo a colación su vida porque, como filósofo creía que con él, en la historia, se hacía un punto y aparte. Los filósofos sistemáticos han pronunciado que su sistema es la verdad. Y esta creencia, por un lado, venida de la inspiración racional, y por otro, de la soberbia y el ego, está presente en todo pensador que cree que ha llegado a la verdad. Más tarde, los apologetas y exegetas piensan que saben más de la obra de un autor que el autor mismo. Los estoicos aconsejaban que no se debe discutir con los necios cuando se tiene la razón, aunque ésta sea una contingencia más, como pasa con las grandes verdades que se consideran absolutas. ¿No se creía acaso que la Tierra era plana y no redonda?

La justicia e igualdad entre los individuos es un sueño incumplido, pero no por ello inalcanzable. No hay en la historia registros de una sociedad de oro, igualitaria y justa, aunque ha habido mejoras en nuestro humanismo.

Sucede que hay más escritores que lectores y vendría bien un diálogo consciente sobre el pensamiento de Marx y no discusiones estériles para confrontar egos heridos que, como los escarabajos, mueren en la luz por su ambición. Escucharíamos con atención una disertación sobre Marx y sus ideas, y la vigencia de éstas en el contexto actual.

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