Mujeres
29 de octubre del 2018

Sí, los hombres se disocian al escribir. Salvador Elizondo escribió que escribía mientras se veía a sí mismo escribiendo y al mismo tiempo no a sí mismo sino a aquél, el que escribía. También lo dijo Octavio Paz:

Veo a mi mano obstinada que escribe
palabras circulares en la página,
veo a mi sombra en la página, veo
mi caída en el centro vacío de esta hora
—pero no te encuentro,
pero no me veo.

Es quizá una característica propia de la escritura de rasgos poéticos.

Pero la escisión entre quien escribe y la escritura es otra mucho más compleja para la mujer. La mujer tiene un doble caparazón. El caparazón visible es una mujer social, que cumple, todavía hoy, con las funciones correspondientes e inclusive con lo que su psique le dice que debería ser. Abajo de este caparazón está la mujer libre y, para algunas, todavía una capa más abajo, hay una mujer poeta.

Para que una mujer llegue a escribir poesía, ha de desprenderse de los caparazones que la cubren, ha de darse a luz. Pero nacer es cansado. Un ave que nace utiliza toda su energía para romper el huevo. No tiene plumas al salir, y una delgada membrana blanca se le pega al cuerpo. Apenas sabiendo cómo, empieza a volar apenas unos días después.

Para que este nacimiento ocurra, primero debe darse cuenta de que se está encerrada. Este proceso es la escisión: estoy aquí pero una parte de mí está encerrada. “Cautiverio”, le llama Marcela Lagarde. La antropóloga dice que la mujer ha sido excluida de su propia sexualidad y de muchas actividades que corresponden a los hombres, como el artístico.

¿Qué queda entonces para una mujer que quiere escribir? Salir del cautiverio. El sólo darse cuenta de esta condición es un paso inmenso. Lagarde explica que como mujeres subsumidas, buscamos constantemente la aprobación del otro y ligarnos en una “fusión perpetua” con él, con ellos, con los otros. Quizá haya mujeres que logran vislumbrar su encierro, pero prefieren, como una niña, voltear de nuevo su rostro hacia el cuerpo que, piensan, las protege. El camino difícil es señalar el cautiverio. Más aún, escribirlo.

Hay una necesaria violencia en esta separación. Debe haberla, pues se rechaza por completo la parte anestesiada para que no pueda volver. Es como despedir a un amante violentamente para que no vuelva nunca más, aunque en el fondo se quiera seguir viéndolo.

Julia de Burgos se da cuenta de su condición y se increpa a sí misma en un poema titulado epistolarmente “A Julia de Burgos”:

Tú te rizas el pelo y te pintas; yo no;
a mí me riza el viento, a mí me pinta el sol.

Tú eres dama casera, resignada, sumisa,
atada a los prejuicios de los hombres; yo no;
que yo soy Rocinante corriendo desbocado
olfateando horizontes de justicia de Dios.

Julia de Burgos simboliza una parte de lo que concierne a la mujer en cautiverio con acciones artificiales, y otra con naturalezas cobardes. Además, lo que concierne a lo falso es exterior; en cambio, lo verdadero está relacionado con conceptos interiores, intangibles. Desde esta perspectiva, enuncia disfraces de mujeres:

Tú eres fría muñeca de mentira social,
y yo, viril destello de la humana verdad.

[…]
Tú eres sólo la grave señora señorona; yo no,
yo soy la vida, la fuerza, la mujer.

En contraste con la “muñeca” o la “señora señorona”, aparecen la humana verdad y la mujer. La mujer no es la membrana, el maquillaje, sino lo que está debajo de ella. Todo lo demás es fingimiento, papeles impuestos por otros. Esta oposición de ideas muestra la gran diferencia que existe entre un ser libre y otro que tiene que vivir bajo una opresión. De Burgos lo plantea en una inversión de papeles: “viril destello”. La mujer es ahora la protectora de la verdad. Si antes tuvo que serlo de la familia, de la pareja, ahora protege su verdadera identidad. Lagarde también habla de esta inversión; la mujer que se empodera escoge inicialmente reproducir los mismos patrones que los hombres (como la virilidad) para mostrarle su nueva fuerza a los otros.

El poema de De Burgos continúa con una estrofa lapidaria hasta darle la victoria a la mujer empoderada:

Cuando las multitudes corran alborotadas
dejando atrás cenizas de injusticias quemadas,
y cuando con la tea de las siete virtudes,
tras los siete pecados, corran las multitudes,
contra ti, y contra todo lo injusto y lo inhumano,
yo iré en medio de ellas con la tea en la mano.

En efecto, el fin del género femenino como lo conocemos, y como lo conocía Julia de Burgos a principios del siglo pasado, implicaría un apocalipsis. La nueva fuerza se convierte en una imagen casi violenta, donde la poeta se imagina victoriosa, caminando con una tea hacia “todo lo injusto y lo inhumano”. Para la puertorriqueña no era natural el hecho de que tuviera que vivir en ese cautiverio; se daba cuenta de que esta dinámica no era orgánica, sino impuesta.

Julia de Burgos nació en 1914. En 1936 se unió a un grupo de lucha feminista. Ese mismo año, el sufragio para las mujeres fue aceptado en Puerto Rico. Imagino que la poeta debió haber vivido esta transición, a sus veintidós años, como una especie de apocalipsis. Cuando se lucha por una causa social y ésta es escuchada, pareciera que el mundo permite un nuevo reacomodo, que, en efecto, el viejo mundo ha muerto y un nuevo esquema puede ser construido sobre sus ruinas.

Después de la sentencia con la que finaliza su poema, parecería que no podría haber otra salida más que la independencia. Así lo anuncia en su poema “Yo misma fui mi ruta”, escrito en pretérito. En éste confirma su victoria sobre la opresión impuesta:

Yo quise ser como los hombres quisieron que yo fuese:
un intento de vida;
un juego al escondite con mi ser.
Pero yo estaba hecha de presentes,
y mis pies planos sobre la tierra promisora
no resistían caminar hacia atrás,
y seguían adelante, adelante,
burlando las cenizas para alcanzar el beso
de los senderos nuevos.

Ésta, que es una victoria contundente para la poesía, no existe aún en la realidad porque las mujeres seguimos con “la vista en el cielo y la antorcha en las fauces”. Lo más difícil de este renacimiento es el cambio de paradigma interno. Si bien se hace política social y el convivir con las otras, la sororidad, impulsa el valor de la lucha feminista, es más difícil romper con la mente, que orquesta las convivencias personales y continúa patrones arraigados históricamente.

Rosario Ferré es la siguiente gran poeta feminista de Puerto Rico. En Sitio a Eros escribió sobre la literatura de mujeres como Anaïs Nin, Sylvia Plath y Virginia Woolf, pero también pensó en la mujer como una militante política y habló de figuras como Alexandra Kollontay y Flora Tristán. Sus escritos en general expresan un franco rechazo al sistema capitalista y a los comportamientos separatistas de los hombres. Falleció en el año 2016.

En 1977, Ferré le escribió a Julia de Burgos una carta publicada en el periódico El Mundo para reclamarle la cojera de su vida privada, como cualquier mujer le reclama a su madre la educación sentimental que le fue otorgada cuando se da cuenta de la debilidad que ha incubado:

Luego me asalta la tentación de pensar que no entendiste con claridad cuán necesario era asumir en tu vida aquellos preceptos de libertad que predicaste desde un principio en tu obra, de si tu vida fue en verdad la expresión de una mujer que luchó por sus derechos, la expresión de esa mujer auténtica que pintas en tu poema “A Julia de Burgos”, como nadie ha logrado hacerlo después. Leo entonces las cartas que le escribiste a tu hermana Consuelo desde Cuba, aquellas cartas desgarradoras en las que te refieres al infame X y en las cuales describes, con lúcida conciencia, tu sometimiento al rol de mujer sumisa, enamorada de un hombre que al encontrarse en la calle con sus amigos, te presentaba cobardemente como mi “amiga Julia de Burgos”, y que nunca quiso formalizar contigo públicamente la unión.

Pero después le concede su comprensión: “pienso que es necesario andarse con cautela, no adelantarse formulando juicios, en 1977, ante una vida que no podía ser, en 1953, de otra manera”. Es admirable que De Burgos tuviera un juicio tan crítico antes de que existieran estudios feministas formales en América Latina. Al final de esta carta, que es muy triste porque cuenta el repudio social con el que Julia de Burgos lidió en su vida por haber elegido ser una militante consciente y contestataria de la causa feminista, Rosario Ferré recalca cómo a pesar de esta ignominia, sí hubo una victoria, la de la poeta:

Lejos de recriminarte tu servidumbre ante el amor, Julia, si te sirvió para crear, tengo que admirarte por ello; lejos de recriminarte por tu sometimiento a seres incomparablemente inferiores a ti y de quienes tú te forjabas una imagen totalmente irreal y enloquecida, si te sirvió para crear, tengo que admirarte por ello. Porque tú lograste superar la situación opresiva de la mujer, su humillación de siglos. Y al ver que no podías cambiarla, utilizaste esa situación, la empleaste, a pesar de que se te desgarraban las entretelas del alma, para ser lo que en verdad fuiste; ni mujer ni hombre, sino simple y sencillamente poeta.

Rosario Ferré escribió posteriormente un poema magistral que redondea la idea de Julia de Burgos: “La fábula de la garza ensangrentada”. El poema de Ferré está escrito en una estética mucho más entrada en el siglo XX. Su sentido resulta más ambiguo porque el sujeto poético está en tercera persona. Este recurso concuerda con la búsqueda inicial de la mujer que se mira a sí misma como ajena. El poema es introducido por tres estrofas que describen a la mujer vista desde fuera, con una voz poética que parece ser distinta a la que después inicia un monólogo:

madre doncella me llaman en la noche
cuando me cantan con lengua de cobalto.
no es mi cuerpo el que cantan, es mi espacio,
no mi presencia fiel, sino mi ausencia,
la fragancia del mal que me persigue.

De nuevo, aparece la mujer que está escindida entre la visión de los otros y su naturaleza real (la muñeca ahora es una doncella). Ambos poemas están construidos con dos personajes: la voz poética y la mujer en cautiverio. En el caso de Ferré, el poema es introducido por la voz poética y el cuerpo del poema es un recorrido por la historia de la mujer en voz de una de ellas. Este paseo muestra a la mujer como un objeto de disputas territoriales, como madre, como icono de belleza, como musa, etcétera. Todas esas ideas han sido impuestas durante siglos en una persona. Por lógica, todo este peso va a caer, acaso por la búsqueda de la libertad o porque una mujer no lo puede resistir. Así pues:

terminada su historia se levanta.
su tejido cae al suelo y estalla entre los tambores
de su bastidor maravilloso.
yace su doble entre los espejos estallados
con todas las ventanas abiertas:
madre, hermana, varona, hija,
suelta por fin su grito a ras de risa,
a ras de río y lago alpina,
a ras de ese cristal que ya no la aprisiona.

La victoria de la mujer está fuera del cautiverio. Pero el cautiverio permea por todos lados. Hasta ahora la libertad completa para muchas mujeres es una fábula. Lo que no es una fábula es la creación del poema. La mujer poeta sale del cascarón rompiendo con todo y contra todos los hombres, y ofrece su creación como único testimonio. Hasta ahora, una victoria absoluta del feminismo está en la creación poética de sus defensoras, y este nivel de conciencia, el de la creación poética, quizá sea aún más profundo que el de la identidad personal. En lo más profundo yace la libertad.

Valeria Guzmán

Puebla, 1990. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Trabaja en el departamento de Publicaciones en el Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas y de la Información de la UNAM. Ha publicado en medios como Sin Embargo, Unidiversidad, Revista Registro, La Otra y Tierra Adentro. Investiga la poesía de mujeres hispanoamericanas.


Fotografía de Valeria Guzmán

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