Cuando Egipto expulsó a la población judía en 1952, Edmond Jabès conoció el exilio. Al avecindarse en París el poeta nacido en El Cairo se encontró como un ser extraño dentro de un organismo que le era ajeno y, al mismo tiempo, le pertenecía. Pues, gracias a la educación francesa colonial que recibió en su juventud, había decidido escribir en francés desde temprana edad. Además, el judaísmo no resultaba extraño para los franceses, quienes, debido a sus condiciones políticas y geográficas, estaban acostumbrados al cosmopolitismo y la pluralidad religiosa. Entonces, ¿por qué se descubrió de cara ante el exilio? Para el poeta egipcio no se trató de una decisión política, religiosa, geográfica o lingüística, para él era una representación del vacío, de movimiento y ruptura:
“Haznos, mediante una imagen, ver el exilio”, le pidieron.
Y dibujó una isla. Y explicó:
“La palabra es una isla.
El libro es un océano poblado de islas.
El libro es un cielo acribillado a estrellas.
La isla, la estrella son figuras del exilio.
El océano, el cielo son exilio en el exilio
y también ley de exilio.
El exilio está en la ley; pues la ley es libr
o en la palabra”.
Es importante comprender el peso significativo que el exilio representa para Jabès. Desde los relatos primigenios que aparecen en la Ley Mosaica figura el exilio (Reyes 2:3), como el de Elías, quien huye y se adentra en el desierto por temor a la venganza de Jezabel hasta ser conducido y reconfortado por un ángel de Yahvé; o el de Moisés, quien tras asesinar a un egipcio en una disputa huye al desierto hasta la tierra de Madián. En ambos casos podemos encontrar similitudes: como el acto de culpa y expiación que significa esta partida o la experiencia meramente personal en la que sucede. Por lo que podemos entender, el exilio ocurre, en principio, dentro de cada uno como un rito de autodescubrimiento. Aunque en los libros bíblicos se encuentran diversas representaciones del exilio, es en el de Moisés donde percibimos una conciencia madura y sapiencial. Éste, después de su peregrinar por el desierto, toma por esposa a Séfora, una de las siete hijas del sacerdote de Madián, y a su primer hijo lo nombra Gersón (el que viene de afuera). “Forastero soy en tierra ajena”, dice Moisés. A pesar de que la traducción puede variar, encontramos un juego retórico, ya que “forastero” viene del latín “foras”, que significa “fuera”, que a su vez viene de la raíz indoeuropea “dhwer”, que significa “puerta”. Por lo que Moisés revela la conciencia del exilio al saberse a sí mismo fuera de lo que no le pertenece, o, para verlo de una manera poética, “fuera de fuera”. Una vez advertido esto, podemos acceder a la poesía de Jabès y comprender lo que significó hallarse habitando en las calles parisinas. A pesar de no verse limitado por el idioma ni por los estigmas sociales y religiosos, para el poeta egipcio la expulsión de El Cairo representó un peregrinar y una extrañeza personal. Se supo ajeno en una tierra que no le pertenecía. Los motivos políticos que lo obligaron a trasladarse se encontraban ligados significativamente a Elías o a Moisés, y por ende a una tradición que lo signaba. Sin embargo, para Jabès la búsqueda era todavía más compleja: la palabra.
Para la religión judía y todas aquellas religiones que se desprenden de los libros primigenios, todo tiene su inicio y culminación en la palabra, ya sea en la palabra original de Yahvé en el Génesis o en las tablas de arcilla que lleva Moisés al descenso del monte Sinaí. La palabra es la ley y el todo. Edmond Jabès comprende que el exilio está directamente ligado a la palabra, específicamente a la deconstrucción de la palabra. En el camino que recorren los profetas hacia el exilio, éstos se ven inmersos en un rito de purificación que trascienden en la expiación. Tanto Moisés como Elías, o en general el pueblo judío, se internan en el rumbo sin sendero del desierto para en la precariedad y escasez encontrar el significado de su recorrido. Para el poeta de origen sefardí el camino hacia el significado conlleva un vacío, un silencio que sólo puede ser resuelto por la palabra misma. Si la palabra puede albergar la totalidad de lo existente, también alberga lo inexistente y, por ende, la nada. Es decir: la ausencia del sonido, que no es lo mismo que el silencio. La condición del exilio es muy similar a la de la ausencia, ya que así como la palabra escrita es ausencia de sonido hasta ser evocada, el exilio sólo puede existir cuando se tiene una consciencia de la patria o la casa antigua. Como dije en un principio, Jabès no se encontraba cercado en Francia. Era capaz de comunicarse, de trabajar e incluso de naturalizarse (como lo hizo nueve años después de su llegada). La condición de exiliado radica en el recuerdo de su patria.
Como Moisés en Madián, el egipcio se sabía lejos de su origen, aunque ese origen no era precisamente Egipto, como para Moisés tampoco lo fue, ya que para el poeta y el profeta, la patria no estaba regida por límites geográficos. Desde el éxodo, cuando el pueblo judío emigra en busca de la Tierra prometida, su patria no tenía una ubicación específica. Si nos remontamos a la tradición judía, el primer exilio ocurre desde el mítico Jardín del Edén, es decir, desde el origen. El poeta, como el exiliado, busca con desespero volver al origen, aunque este recuerdo no sea más que una imagen idealizada. Por lo que debemos tener en cuenta que el exiliado que olvida volver pierde la condición de exiliado.
Cuando Jabès dice: “La palabra es una isla / El libro es un océano poblado de islas”, ve a la palabra como unidad, un singular dentro del plural. Entiende en la palabra un organismo autónomo que busca un significado propio entre muchas palabras, al igual que el peregrino busca un significado a su recorrido. Así como Moisés dice “forastero soy en tierra ajena”, Jabès hace de la parábola una estética y juega. Si la palabra es singular y libro es plural de lo mismo, la isla es palabra y el océano es libro, isla es singular y océano plural de palabra. Por eso dice: “El océano, el cielo son exilio en el exilio/ y también ley de exilio”, porque la palabra es ley y palabra es exilio. Y culmina diciendo: “El exilio está en la ley; pues la ley es libro/ en la palabra”, rematando con ese ciclo perpetuo de la significación.
Para Edmond Jabès el mensaje es muy sencillo: el poeta o el escritor tiene como función única dotar de significado a la palabra, por lo que es en sí mismo un exiliado, y cuyo enemigo es lo que Salvador Elizondo consideró más tenaz que el recuerdo: el olvido. Pues cuando el exiliado olvida su origen pierde su patria, su rostro, y queda a la deriva de un mar o un cielo sin islas ni estrellas.