Latinoamérica
04 de noviembre del 2016

Más atrás, toda la pintura se transfigura en una gota de agua: la misma gota de agua que Leewenhook observó bajo el microscopio, descubriendo un nuevo mundo constituido por animales diminutos, la gota de rocío que cambia y que opera como el Aleph de Borges o el grano de arena de Blake o cualquier mónada leibinziana que refleja la totalidad del universo; también es la gota de agua de Niehls Bohr cuya superficie de tensión le sugirió la explicación de la estructura atómica... GÜY ÜAVENPORT

Se ha insistido en que la obra de Jan Hendrix (Maasbree, Holanda, 1949) no es precisamente un trabajo en torno al paisaje, que no es una apología del paisaje. Pero quizá lo sea de manera sutil, como lo han notado ya ciertos críticos suyos.

En una sola de sus imágenes —en la de una hoja, de una brizna, de una cactácea— están entreverados diversos hechos, diversas naturalezas: el viaje, la memoria, el paisaje, el coleccionismo, los gabinetes científicos... todos esos datos se hallan en “potencia" en un gesto mínimo, un gesto apenas arrancado del contexto del mundo, como si del tiempo se desprendieran unos signos breves, simbólicos. Como depurados de una realidad mayor, como fragmentos, como semillas, las imágenes de Jan Hendrix irradian posibilidades infinitas. Son como el polen, que lleva en sí al mundo entero.

Acaso, el suyo es un intento por cartografiar ciertas regiones remotas, tan remotas que se hallan ocultas entre las plantas, y que son, incluso, las plantas mismas. Para ello, para captar sutilezas, ha tenido que viajar muy lejos, como los naturalistas, como los aventureros de las novelas. Podría decirse que su obra irradia paisaje; no lo oculta, o sólo lo oculta durante un instante para hacerlo resurgir más tarde (como una colección de fragmentos, de ventanas a las que el espectador, al acercarse, le dan una nueva perspectiva). Aunque su obra parezca estática brota de una inquietud, de un movimiento perpetuo que el artista intenta atrapar.

Las nervaduras de una hoja, lo ha dicho Hendrix, pueden ser un mapa preciso. Y ese mapa sería, como ha insinuado Borges, una cartografía extraordinaria; la que es capaz de captar el uno a uno de un territorio: el espacio que está representando es exactamente del tamaño del mapa (y muchas veces es mayor, como visto por una lente de aumento). En ocasiones, también, dicho plano puede ganar volumen, hacerse tridimensional —basta “enrollarlo” para que pueda convertirse en una escultura.

Sin duda, a veces lo pensamos como un naturalista radical, que en vez de representar clases y órdenes, colecciona individuos. Entre la clasificación científica y la bitácora como proceso de memoria y organización de datos, en la tensión entre uno y otro proceso, Jan Hendrix da cuenta de un tercer momento: el de la colección de objetos únicos, objetos fabricados, hechos de pedazos de naturaleza, anotaciones, fechas, fotografías, piezas que al unirse dan como resultado ciertos objetos nuevos... y sin embargo, antes de parecer manufacturados, tratados por la mano del artista, aparecen ante nosotros como hallazgos insospechados. Bitácora (1996) sería el ejemplo más concreto de dicha descripción.

No podemos evitar sospechar algo que se suele denominar como “descubrimiento del mundo” —más que como un tópico podría decirse que se trata de un conjunto de sensaciones o percepciones literarias lo que llamamos de esta manera. Pese a la supuesta conquista del espacio y la expansión ideológica de Occidente, el mundo (o su representación) aparece en la obra de Hendrix como un lugar no conquistado, como si fuera la primera vez que lo observamos. Aunque ciertas realidades las hayamos tenido a la mano infinidad de veces, en el trabajo de Hendrix aparecen completamente transfiguradas, vistas a una luz diferente. Muchos de sus trabajos —el resultado de sus viajes, de sus especulaciones artísticas— resultan una descripción de este sentimiento que nos hace ver ciertas zonas de nuestro planeta como aquellos espacios ocultos que en los mapas antiguos podía llevar un animal fantástico. ¿Quién no ha leído una novela de aventuras o un cuaderno de viajes con la sensación de ser el primero que pasa por ciertos países, el primero en conocer ciertas personas o, simplemente, las primeras palabras de un idioma que nadie ha escuchado?

Su obra tiene una cierta entonación literaria. Acaso corre paralela a la literatura y muchas veces se trenza con las palabras para crear proyectos que son una misma cosa. Allí están los poemas de Seamus Heaney (The Ligth of the Leaves, 1999), Pura López Colomé (Quimera, 2003) y W. G. Sebald (AfterNature, 2004), que Hendrix ha acompañado con serigrafías y aguatintas (todos ellos como proyectos personales, de tirajes breves, que expresan un estado anímico levísimo: allí una hoja y un poema son equivalentes, pues ambas crean una sensación similar en nosotros).

Hendrix es un artista esencial. Quizá por ello el dibujo resulta de importancia capital en su obra. ¿Acaso ciertos trabajos suyos— como el del techo de la Librería Rosario Castellanos (2006) o The White Sea (2013)— no son también “exploraciones cartográficas", en el sentido de sucesos que fueron resultado de un papel en blanco y un lápiz? Puede decirse que Hendrix se acerca a algo que algunos han llamado “el gesto absoluto", aquel gesto que roza la nada pero que a su vez contiene todas las cosas. De la naturaleza toma una imagen —una impresión del mundo—, y sobre ella se va sumando trabajo (que consiste muchas veces en trasladar las representaciones de una planta, por ejemplo, a través de distintos procesos, como la fotografía, el dibujo, la impresión digital, incluso la escultura, a un estado ligeramente diverso); sin embargo, en vez de sumar, Hendrix va restando materia: sus imágenes entran en nosotros comos purificadas de tiempo y espacio, primordiales, acaso platónicas. Todos estos procesos técnicos que podrían parecer suman a la obra, en realidad restan, como hemos apuntado. Así, un objeto captado por su mirada es transformado en símbolo.

Algunos nombres se barajan al pensar en Jan Hendrix. Pueden estar, en esa breve lista, pintores como Caspar David Friedrich, fotógrafos como Karl Blossfeldt o naturalistas como Paul Banks (cuyo Herbario ha investigado en los últimos años). Hay trabajos con los que la obra de Hendrix puede parangonarse. Sin embargo, tanto por sus intenciones como por su resultados, es difícil “clasificar” a Hendrix de cierta manera. Pero podemos decir que, al pasar de los años, para sospechar los “sueños de la naturaleza” y todo lo que de ella se derive, tendremos que recurrir a su nombre como un acto imprescindible.

Para hablar de su obra no se necesita un lenguaje especial, botánico. O haber ido muy lejos, tal como el propio autor. Pero sí se necesita, para concretar su obra ante nuestros ojos, de una mirada especial, de una mirada sutil.

Frases
Guillermo Santos
  • Escritores invitados

Oaxaca, 1989. Su blog es: laeducaciondelestoico.wordpress.com.


Fotografía de Guillermo Santos

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