En el pasillo del hospital recibí la noticia de que mi padre iba a morir. Me hice el fuerte, apreté el libro que tenía en mis manos y decidí guardar las lágrimas para más tarde. Mientras los médicos realizaban los trámites para que me llevara a mi padre, intenté calmarme y volví a entretenerme con el libro. Durante la lectura lancé dos o tres carcajadas y seguramente eso desconcertó a los médicos y enfermeras. La misma pregunta que ellos debieron hacerse me la hice a mí mismo. ¿Cómo podía reírme en ese momento sabiendo que mi padre iba a morir? No logro recordar el título del libro, ni qué relato era, sólo sé que se trataba de Rubem Fonseca (Minas Gerais, Brasil, 1925). Era el primer contacto que tenía con el autor y, a pesar de que su nom¬bre está ligado a un evento trágico de mi vida, jamás he dejado de leerlo. Gracias a él prefiero a los escritores con sentido del humor, cosa difícil de encontrar. Muchos intentan hacerse los graciosos, con malos resultados. Él lo consigue porque no lo intenta, prueba de ello es que hay momentos en que es serio en verdad, y es difícil dejar de leerlo.
Fonseca ha sido nominado en varias ocasiones al Nobel y, aunque no lo ha ganado su nombre aparece al lado de grandes escritores brasileños como Machado de Assis, Guimaraes Rosa, Jorge Amado y Clarice Lispector, por mencionar algunos contemporáneos suyos. Le gusta permanecer en el anonimato y no da entrevistas, no habla de su vida ni de sus libros. En Los mejores relatos (1998), uno de sus personajes confiesa: “Nunca sería capaz de escribir sobre acontecimientos reales de mi vida, no sólo porque ésta, como por otra parte la de casi todos los escritores, nada tiene de extraordinario o de interesante, sino porque también me siento mal sólo de pensar que alguien pueda conocer mi intimidad”. Lo que sabemos de él es que estudió Derecho y, antes de dedicarse a la literatura, trabajó como abogado y policía. De ahí que conozca el underground de Brasil y sus temas sean la sexualidad y la violencia, patologías, crímenes y muertes; sus personajes héroes son prostitutas, asesinos, narcotraficantes y escritores... En uno de sus relatos el asesino deja ir a su víctima porque no mata mujeres, niños ni enanos; y en otro realizan concursos para lanzar enanos por el aire. En el fondo hay un sentido crítico hacia la miseria. Claro que de forma irónica. En Secreciones, excreciones y desatinos (2001), por ejemplo, escribe: “Estaba pensando en Dios y observando mis heces en la taza del excusado”.
Fonseca es reconocido por su talento en el género policiaco. Su obra más celebrada es Agosto (1990), que habla sobre el gobierno de Getulio Vargas en Brasil (1951-1954); y uno de sus personajes más famosos es el abogado Mandrake, que aparece en cuentos y novelas —incluso fue llevado a la pantalla en una serie. Pero también es maestro del diálogo, no por nada es guionista de cine. Es ágil, directo y breve; simple, ni siquiera le gusta usar guiones. Aquí un fragmento del libro Historias de amor (1997):
Te pones más bonita ¿Y mi nariz? Toda mujer bonita tiene nariz grande. Lo que quieres decir es que me veo menos fea en estos momentos. Eres la mujer más bonita del mundo. ¿Ya estás con esta cosa dura otra vez? ¡Cogelón!
De su narrativa sólo diré que es una de las mejores de Latinoamérica. Uno coloca la mirada y ésta se desliza por las páginas, escuchando a los personajes, con un ritmo rápido, ligero y directo; con un sarcasmo inteligente que provoca risa, pero con historias que llegan a las entrañas. Otra vez: risa y miseria, y otra vez la pregunta: “¿cómo pude reírme cuando mi padre iba a morir?” Con el tiempo supe que la risa es un proceso automático que sólo es posible al alejar la atención consciente. Sólo podemos reír cuando el chiste nos presta socorro, nos causa placer. En el chiste se pierde la restricción, dice Freud, y usa los mismos procesos del sueño para explicarlo: “El sueño sirve para el ahorro de displacer; el chiste a la ganancia de placer”. El chiste puede servir para la agresión, la sátira o la excitación sexual. Fonseca usa todas sus formas; escribe en Diario de un libertino (2003): “Le di un beso en la boca y le recargué el pito duro en los muslos, de manera deliberadamente ostensiva, para mostrarle mis sentimientos”. En Ella y otras mujeres (2006): “El hombre sólo necesita dos cosas, coger y trabajar, yo sólo necesitaba coger, trabajar es una mierda”. Pero sus frases no buscan ser graciosas, sino revelar la personalidad de sus personajes: “Viajar es conocer idiotas que hablan otra lengua”. Pienso que el sentido del humor de Fonseca funciona porque no lo forza. Según Freud, “el placer del chiste proviene de un gasto de inhibición ahorrado; el de lo cómico de un gasto de representación (o investidura) ahorrado; y el humor de un gasto de sentimiento ahorrado”. El chiste vence las resistencias y cancela la inhibición, libera placer por eliminación de las inhibiciones. Tiene sentido que una persona hermética maneje ese sentido del humor. El aparato anímico busca recuperar el placer que se ha perdido. Fonseca busca rescatarnos del mundo real, y qué mejor manera de hacerlo que a través de la literatura.
Mientras Freud sitúa al chiste entre el inconsciente y el preconsciente, lo cómico y el humor los coloca en el preconsciente y de ahí escapan hacia el consciente, a través de procesos automáticos, por eso es más inmediato, pero lo cómico nunca surge solo y necesita relatividad o condiciones para tener aceptación. En Pequeñas criaturas es cómico por el contexto:
Quiero escribir un libro, no pienso en otra cosa. Leí una entrevista de un autor importante, no recuerdo su nombre, en la cual decía que se sentaba frente a la computadora para escribir sin saber qué, y a medida que escribía, las ideas iban apareciendo en su cabeza. Y uno comienza un libro poniéndole un título, sin él, el libro no adquiere el soplo inicial de vida necesario para su desarrollo, un libro es como una persona, necesita tener rápidamente un nombre de pila. Ayer comencé un libro, pero desistí. Permanecí horas frente al papel, mirando el título, y no salió nada más. Rompí aquella hoja y la tiré a la basura. Hoy comienzo otro. Con título diferente, por supuesto...
Fonseca, durante su proceso creativo, no sólo cuestiona a sus personajes sino a sí mismo como autor. Ataca la certeza de su conocimiento, lo que Freud llamó “chistes escépticos”. No es coincidencia que el personaje del escritor se repita en varios relatos. En uno de ellos se ve en la necesitad de citar a Montalbán; habla de un personaje que quería ser escritor porque quería ser alto, guapo y rico. Con ello Fonseca deja a un lado la arrogancia e ironiza sobre la creación.
En ocasiones he intentado tomar su actitud ante circunstancias de la vida, querer bromear sobre ellas sin buenos resultados; no se diga a la hora de escribir, ahí tengo menos suerte. Bueno, aunque hace días creo que lo conseguí, para no tener nada que ver con mis compañeras de trabajo escribí sobre el polvo del parabrisas de mi carro: “No subo gordas”. Y funcionó.