Mujeres
30 de octubre del 2018

Detrás de la lente en Santa Fe, Nuevo México, registraba con cuidado las facciones de una enorme Virgen de Guadalupe pintada en un muro blanco cuando el frío de un día de febrero del año 2003 desató lo inesperado. Al buscar refugio y abrir la puerta del café más cercano me topé con el rostro de mi abuela. Había muerto hacía siete años, pero cincuenta antes, en 1954, había protagonizado a Esperanza Quintero en la primera película de la lista negra del cine de Hollywood. La película la dirigió Herbert Biberman con Paul Jerrico como productor y Michael Wilson como guionista. Eran los tiempos de la Guerra Fría y el senador Joseph McCarthy tenía luz verde para llevar a cabo la determinante cacería de brujas que privaba de la libertad a todo aquel que en su aliento exhalara un hálito de comunista. Y La sal de la tierra lo exhalaba atentando contra el más profundo y oscuro capitalismo. Hoy en día a setenta y un años de la Guerra Fría y a veintidós de la muerte de Rosaura se vive como en el más cruel e inquebrantable de los inviernos.

Rosaura Revueltas nació el 6 de agosto de 1910 en el seno de una familia que creía en una verdad que comparto: la mejor educación se imparte a partir de las artes. Junto con sus hermanos —entre ellos Silvestre, el músico, Fermín, el pintor, y José Revueltas, el escritor— recibe la mejor educación que se podía recibir en las primeras décadas del siglo XX en el Colegio Humboldt de la Ciudad de México, adonde llegaron desde su estado natal Durango. Ahí Francisco Villa cautivaba a los idealistas que luchaban por una justicia por la que mi abuela también luchó a partir de La sal de la tierra.

En 2015 el título de aquella cinta fue adoptado por Wim Wenders para, con esa frase simbólica de la Biblia, contar la historia del fotógrafo Sebastião Salgado. Ambos films tienen en común la lucha, la persistencia por alcanzar un objetivo. Cuando el director americano supo de Rosaura Revueltas le cambió el semblante. Ya estaba exhausto de recibir en la Ciudad de México rotundos nos de las actrices que podían protagonizar a una mujer que hablara perfecto el español y el inglés. Biberman escuchó del marido de la coreógrafa americana Waldeen von Falkenstein que la encontraría en la bailarina que esa noche se presentaba en la danza de La coronela, de Silvestre Revueltas. ¿Qué actriz del Cine de Oro en México estaba dispuesta a abandonar los sets de la época para representar a la mujer de un minero (sobre todo a una que en medio de la huelga que emprenden los hombres levanta la mano en la asamblea y convence a las mujeres de unirse a la lucha para dejar en claro que también quieren buscar una vida digna)? Ninguna, ni María Félix, ni Dolores del Río, ni Katy Jurado, pero sí la naciente estrella Rosaura Revueltas, que al recibir en sus manos el guion le advirtieron que su carrera moriría, que las puertas se le cerrarían, a lo que ella respondió con una rotunda convicción: “Es mejor hacer una película trascendente que una docena de otras que no lo sean”.

Con esa respuesta en el alma, la nieta de un minero de Durango, la hermana del entonces ya difunto y reconocido músico Silvestre Revueltas —creador de Sensemayá y Redes—, y del ya para entonces varias veces encarcelado José Revueltas —autor de Los muros de agua, Luto humano, El apando, Dormir en tierra— se encaminó hacia la frontera norte para atravesarla con un grupo de muchachas uniformadas. En pocos días Rosaura se unió al equipo de filmación de Biberman. Éste no contaba con más de cinco actores profesionales —y ella era la única mujer— para llevar a la pantalla grande la lucha que los mineros de Bayard junto con sus mujeres y sus niños le ganaron a la Empire Zinc Company, con sede en Nueva York, en 1951. Se negaban a brindarles seguridad en su trabajo y a sus mujeres e hijos una vida digna. Exigían una educación equitativa para sus hijos en las escuelas. En las que los anglos contaban con un baño mientras los hijos de los chicanos —los nietos de los antiguos dueños de las tierras que antes de Santa Ana eran de México— tenían que hacer sus necesidades en un muladar de barro como los puercos.

Para esas fechas Rosaura Revueltas ya había ganado el Ariel por El rebozo de Soledad y el Premio Cuauhtémoc con Un día de vida. Personalidades de la literatura y el cine la exaltaban como una excelsa actriz, con mucho futuro por delante. Ya se externaba que Rosaura se perfilaba para ser una extraordinaria actriz dentro del abanico de mujeres que, en ese entonces, estaba ocupado por María Félix, Dolores del Río, Katy Jurado, etcétera.

No obstante, a diferencia de ellas, Rosaura era una Revueltas. No se detuvo en proporcionarle una cachetada a un actor muy famoso. Había llegado a los camerinos borracho mentando madres e insultado a las maquillistas. Ella estaba sentada esperando su turno como extra en esa película y no actuó en ese preciso instante para defenderlas porque ellas mismas se lo impidieron, pero al día siguiente sí lo hizo. Todo el día esperó a la sombra de un árbol como extra. Desde ahí observaba cómo Pedro Infante se acercaba con un porte de “don”, rodeado de quienes lo alababan y no tendrían nunca los pantalones para contradecir al reconocido y aclamado actor. Al final del día, sin haber participado, la joven extra se levantó, se detuvo frente a él y desde la diferencia de sus estaturas, levantándose en puntitas, le azotó la palma en el cachete. En lugar de iniciar una venganza, sorprendido por esa valentía en una mujer, se convirtió en su gran amigo. La iba a visitar a la mansión que compartía con mi abuelo alemán en la Avenida de los Insurgentes. Como también lo hicieron otros personajes de la historia cultural de ese tiempo, por ejemplo, Diego Rivera, Raquel Tibol, etcétera.

Rosaura Revueltas, además de protagonizar a Esperanza Quintero, le ayudó al director Biberman a enseñarle a las mujeres de los mineros a actuar su propia historia. Privado de su libertad, Biberman había escuchado la historia dos años antes en la radio de la cárcel mientras limpiaba el comedor. Ese momento está recreado en la película The Teen top of Hollywood, que documenta la vida de Biberman: cómo lo toman preso y cómo se filma La sal de la tierra. Intentaron detener la película cuando los vecinos “güeros” le soplaron al Estado capitalista los sucesos. Tenían miedo ante el inminente rodaje; la revolución triunfaría porque las mujeres también levantaban sus manos en las asambleas de los hombres para luchar no sólo por ellos, sino por ellas mismas y sus hijos. Sin perder un solo día, el FBI llega por la noche al hotel en el que se hospedan los cineastas y la actriz. Cuando entró con las muchachas uniformadas el agente no le firmó su pasaporte confundiéndola, seguramente, con una de ellas, ya que todos los días cruzaban la frontera. Por no tener en su pasaporte el sello de entrada, a Rosaura se la llevan de vuelta a la frontera. Ahí inicia un juicio, al cual no pueden entrar las personas que acuden, ni los periodistas que ansían la nota cuando Diego Rivera publica una carta en los diarios para apoyar a la hermana del revolucionario escritor José Revueltas y el músico Silvestre Revueltas.

Antes de terminarse de filmar La sal de la tierra ya estaba en las primeras planas de los diarios nacionales. ¿Publicarían alguna nota en Estados Unidos? De ser así la enterraron como intentaron enterrar en la lista negra a la cinta. Una vez lograda Salt of the Earth con las actuaciones que faltaban de Rosaura, filmadas en los alrededores de la Ciudad de México y mandadas con éxito al otro lado, en donde los cineastas finiquitaron la película, se iría en los brazos de Rosaura a Rusia antes de presentarse en ningún otro lado. Rosaura viajó con un grupo de invitados, entre ellos, Fernando Benítez. Ahí nacería la proyección espectacular de la película, y ahí nacería la segunda bifurcación de la carrera de Rosaura. En poco tiempo escenificaba obras de Bertold Brecht en la ciudad de Berlín, partida a la mitad como el resto del mundo.

Con su hermano José y el fotógrafo Álvarez Bravo filmaba escenas de una película que nunca llegó a su fin. En 2014, cuando se festejaba el centenario de su nacimiento, su nieta Hilda encontró los archivos de la UNAM.

Eva Bodenstedt

Ciudad de México, 1967. Documentalista de Del Corral a la Red y autora de Café reencuentro. También es reportera, arquitecta autodidacta de sus propios espacios y dueña de la posada La secreta caprichosa, en Mazunte.

Fotografía de Eva Bodenstedt

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