El panóptico es una manifestación de la obra de arte total.
Libro de los pasajes, Walter Benjamin
I
El ejercicio reiterado del gusto deriva hacia la construcción de una mirada. El crítico observa y a partir de sus anotaciones logra sus textos. Este ir y venir entre objetos culturales determina su espectro de actuación. A mayor conocimiento, mayor sentido de orientación en el maremágnum de objetos creados. Esto no tiene relación con que efectúe ese andamiaje para fines sociales. La figura del crítico no debe ser entendida como la de un fiscal del analfabetismo. Su tarea es clarificarse a sí mismo, pero si esa labor resulta útil para alguien, qué mejor. El acumulado de sus lecturas es su carta de presentación. Los lectores que llegue a recolectar estarán al tanto de que no puede escribir sobre algo con lo que no está familiarizado, o ignora por voluntad propia.
Según pasan los años, la mirada se cubre de filtros e imperfecciones. Una consecuencia natural del paso del tiempo. La mirada prístina de la infancia y adolescencia se consume ante el espectáculo triste de la realidad que será el escenario de los años siguientes. El crítico libra su primera batalla contra sus hábitos y manías. De ahí que la construcción de ese observatorio jamás termine. Cada día se pone una piedra en un sitio diferente. Lo contrario —esto es: la idea de llegada o de cruce de una meta— implica el reconocimiento de una derrota. Ahí radica la importancia de la lectura como fuente primigenia de conocimiento. El crítico, a diferencia de otros escritores, no puede dejar de leer: lo que implica generar más contenidos. ¿Serían posibles los libros de Ernst Robert Curtius o Marcel Reich-Ranicki sin una exploración continuada del saber de su tiempo? ¿Se hubiera ajustado Walter Benjamin a un esquema rígido de investigación secuencial con objetivos de corto plazo?
La mirada del crítico es personal e intransferible. No puede tener discípulos porque quien elija levantar la antorcha deberá construir una vereda propia, tomando como referente lo que exista, haya conocido o intuya que puede servir a su tarea intelectual. Los acólitos de capilla sólo ayudan a agitar las campanas, pero no proponen una forma distinta de impartir la misa. Los males propios de la vista aquejan al crítico: estrabismo, mácula, glaucoma, ceguera total y parcial. Aunque, a diferencia de estos malestares que atacan sin la voluntad de quien los padece, el crítico puede adoptar algunos de ellos para su labor de intérprete de su tiempo. No verá ciertos libros, por ejemplo, o les atribuirá más viveza a unos que a otros —sin más razón que su “criterio”. También ciertos libros lo harán llorar, lo mismo por sublimes que por lamentables. La aventura del crítico es diaria y no se suspende debido a la profusión incontenible de libros y otros productos culturales que brotan de manera interminable.
Al ser un escritor en plena forma, el crítico no necesita más acreditación que su audacia para orientarse en grafosistemas desconocidos. Debe tener las aptitudes suficientes para salir a pasear sin temor a lo desconocido. Todo lo que existe sólo puede reforzar su entendimiento del oficio literario, incluido el horror y otras manifestaciones lacerantes de la condición humana. Atestiguar extremos es una escuela irreemplazable de lo que es posible descubrir bajo el velo de la corrección. Frecuentar sólo lo que se entiende o celebra, es una metodología sin fallas para apagar al crítico joven que logra sus primeros aciertos. Pero esta mirada no es distinta de la que aspira a lograr el poeta, narrador o dramaturgo. Implica posicionarse en una coordenada específica para mirar desde ahí la producción cultural. Esta toma de postura no se enlaza con la inmovilidad o con otra forma soterrada de sometimiento. No es difícil hallar críticos incapaces de saltar por encima de la cerca. Esa conformidad es más común hallarla en el crítico heroico, que una vez concluida la hazaña, se sienta en el trono y desde ahí nos obsequia su complacencia y beneplácito. Es el experto en el tema. El crítico hedónico, por su parte, jamás podría considerarse experto en un asunto, como no sea el de la curiosidad. Su falibilidad es indiscutida, por lo que sería incapaz de hablar desde el púlpito.
II
¿Tenemos que coincidir con sus valores o intereses? No es necesario. Equivale a decir que debemos ser conservadores para leer a ciertos autores o radicales para explorar a otros. El matiz de los afectos no tiene relación con la capacidad de un libro para hacer aportaciones significativas a la cultura de su tiempo. Uno de los momentos más difíciles de un crítico es entender que un individuo que detesta en lo personal, que lo ha ofendido incluso, puede ser una figura central de la literatura. No habrá modo, por tanto, de lanzar dardos de odio para contenerlo. El silencio aún es una de las armas letales de la mala crítica. No hablar de los demás para sepultar algo que se desprecie. Las inflexiones de la historia colocarán cada objeto en su sitio. La tarea del crítico puede intentar una orientación en tal o cual sentido, sin embargo, no es oráculo ni ejerce una tiranía, por lo que todo lo que manifieste en tal o cual sentido es sólo una aproximación.
El recelo es un acto reservado para quienes son espectadores de la cultura y nunca para quienes participan en ella o la perfilan, incluso. La mezquindad actúa contra el crítico, pues limita su acceso a contenidos imprevistos que podrían alterar su visión del hecho literario. Esto nada tiene que ver con la ética del escritor. Orbita alrededor de su refundación necesaria. Todos los estímulos son valiosos para lograr un giro de contexto. La supuesta “congruencia” no aplica a quienes practican una actividad artística, ya que el mismo estímulo que ayer interactuó con una modalidad específica de articular las preocupaciones, luego parece un antecedente remoto y desaliñado. El cambio continuo de la personalidad, además, impacta la tarea del escritor. Los eventos que atañen a todos —muerte de los padres, pérdida de un ser querido, accidentes particulares, dificultades para sobrevivir, falta de apoyos— influyen en la construcción de una obra. La vida del artista queda separada sólo parcialmente de aquella que experimenta el común de los individuos. Es una conversión que sucede en su cabeza e incide en la materialización de la obra.
El crítico eclosiona en una geografía determinada y los extrañamientos son naturales. Es un reacomodo que intranquiliza a quienes se imaginaban los únicos portadores del cetro. El crítico recién llegado se pregunta por el oficio y pone de manifiesto una coordenada que no se había visto. Es una huella digital. Aterriza en conclusiones diferentes porque su alimentación ha sido distinta. El lance del crítico inicia con sus colegas de oficio, que lo miran con recelo. Es el cachorro que se acerca a la manada para ver si quedó algo de la caza. También puede ser un lobo estepario —son los menos— y emprender una vagancia por las planicies en busca de su manutención. Esto lo pone a la vista de otros depredadores y lo aleja de comodidades y beneficios. Cada uno habrá de determinar sus necesidades según sus habilidades; como la posibilidad de adaptarse a entornos poco favorables. El coraje no interesa para la valoración de la obra crítica. Los méritos del estoicismo se juzgan aparte, de haberlos.
Esa modalidad de construcción en soledad tiene beneficios —libertad, autonomía, independencia—, pero también podría ser la sepultura del crítico. Utilizar referentes que nadie conoce, de valor cuestionable o debido sólo a razones emotivas, podría llevar al crítico a la incomunicación o a la pérdida de la credibilidad. Lo cual, por otro lado, tampoco debe de interesarle. La fidelidad a un proyecto debe ser su único objetivo, así sea que implique contradecirse tres veces al día. Las verdades incuestionables las escriben los próceres. No hay una manera de hacerse poeta o novelista y el camino del crítico es asimismo individual. Quien afirme lo contrario carece de la sensibilidad para procesar una forma de escritura personal que concluya incuestionable. El ruido de fondo termina por fundirse con los sonidos del entorno. O desaparece a fuerza de ignorarlo. Es tan natural que no debe inquietar a nadie.
CODA
Es una suerte que el escenario mexicano de la crítica sea fructífero y múltiple, coloidal y asintomático; si bien, lo natural sería apuntar que faltan voces críticas y no hay apuestas de largo plazo. Lo que falta, eso sí, son interpretaciones atípicas del ejercicio crítico, el cual, comúnmente, se asimila al estudio de una literatura nacional. La tradición inglesa, francesa y alemana, toleran y atizan una forma de la crítica que es participación cultural de amplio espectro y no culto por la hiperespecialización, cosificante desde cualquier perspectiva. Un crítico de esta naturaleza se permite opiniones sobre asuntos que no son “estrictamente” de su “especialidad”, lo que sea que esto signifique. La academia fomenta esa especialización radicalizada debido a la función social de retorno de las horas invertidas en la formación del crítico o del docente, por lo que hubo, hay y habrá, doctores expertos en Rulfo, Arreola, Torri y quien digan. Es una máquina que se engrasa y hace girar tornillos.
Un crítico personal de fuste tarda décadas en lograrse y no hay garantía de concretarlo. Monsiváis es el ejemplo más claro de un crítico de esta naturaleza: invasivo, personal, anómalo. Se le veía en el tianguis del Chopo y en una exposición de fotografías traídas de Dinamarca; en un concierto de Molotov y en la presentación de las obras completas de Octavio Paz; prologaba antologías canónicas e igualmente catálogos de exposiciones internacionales. Daba la impresión de que le faltaban manos para escribir, lo cual celebro. No encuentro en los más jóvenes o en mis contemporáneos este perfil de crítico, lo cual celebro. Leo con atención a Geney Beltrán Félix, Ignacio Sánchez Prado, Francisco Serratos, Sergio Téllez-Pon, Héctor Iván González o Marcos Daniel Aguilar, por mencionar algunos, cada uno en su ámbito respectivo de intereses, que no son pocos. Estos críticos están llamados a generar su mosaico personal de inquietudes para hacer un aporte significativo a la literatura, y no será menor.