Latinoamérica
04 de noviembre del 2016

También estaban los libros”, recordaba Ernst Jünger de su infancia en la primera versión de Das Abenteuerliche Herz (El corazón aventurero), “que le deparaban a mi imaginación el apoyo de una posición firme de reserva. Me confié a su ayuda ante las intromisiones de la vida cotidiana”. Creía que habían sido “finalmente tiempos felices, a pesar de todo, luego del descubrimiento eternamente inolvidable del Robinson Crusoe y de las Mil y una noches”, que halló en cuatro tomos traducidos por Gustav Weil en la biblioteca de su padre. Como un talismán o “como constelaciones que se alzan grandes y calladas en la indescriptible bóveda celeste”, rememoraba asimismo otros nombres: Cooper, Worishófer, Dumas, Sue y Charles Sealsfield.

Una tumba en el cementerio de Feldbrunnen-Sankt Niklaus, en el cantón Soleura, en Suiza, posee una inscripción que sentencia: “Charles Sealsfield. Bürger von Nord Amerika” (Charles Sealsfield. Ciudadano de Norteamérica). Sin embargo, los primeros libros los publicó con el seudónimo de Charles Sidons. En ellos se imponía ya una obsesión: los Estados Unidos de América. Fue en 1829 cuando apareció su primera novela: Tokeah; or the White Rose, que en la versión editada en Inglaterra abundaba en el título: The Indian Chief; or Tokeah and the White Rose. A Tale of the Indians and Whites, y la cual traslucía la influencia de James Fenimore Cooper, que pocos años antes había escrito Last of the Mohicans.

Cuando esa novela se imprimió en alemán adquirió el título de Der Legitime und die Republikaner (El legítimo y los republicanos) y se omitió el de su autor. Sin embargo, fue el principio de diversos libros anónimos escritos en alemán en los que las plantaciones del sur de los Estados Unidos de América, su his¬toria, sus guerras y sus intrigas políticas se convirtieron en tramas folletinescas que se pretendían rigurosas.

Hay geografías desconocidas que pueden sugerir parajes incitantes, peligros insospechados, seres acechantes, aventuras exóticas, naturalezas exhuberantes e inexploradas que acaso resguardan tesoros ancestrales, piedras preciosas y rituales salvajes, ideales libertarios y ambiciones desquiciadas. Charles Sealsfield creyó hallar en México y en su guerra de independencia una historia provocadora que no prescindía de conspiraciones, traiciones, creencias religiosas acendradas y furiosas, odio y opresión, malversaciones y corrupción, que devinieron el libro Der Virey und die Aristokraten (El virrey y los aristócratas).

Entre los personajes que abundan en las páginas de esa novela, no parece el menos peculiar un negociante y hereje inglés que domina al virrey por el poder económico que puede propiciar el país y que habla de las cosechas de cochinilla en Oaxaca, las cuales decrecieron porque muchos trabajadores se habían unido a la insurgencia. Sin embargo, según lo confesó en la introducción, Sealsfield, que deploraba que Cooper imaginara un oeste legendario, se propuso recrear, con rigor y profundidad, a pesar de no prescidir del melodrama, sucesos históricos para descubrir su origen secreto.

Uno de los hechos que refiere la novela procede de la conspiración del capitán Allende y del cura Hidalgo, descubierta, se sabe, el 15 de septiembre de 1810, por lo que el cura Hidalgo proclamó la Independencia y “con un crucifijo en la mano izquierda y una pistola en la derecha”, escribió Sealsfield, liberó a los delincuentes y a los presidiarios al grito de convicciones subjetivas y liberales del autor y, “¡Viva la independencia y muera el mal gobierno!"

Aunque considera que se trata de una novela “patética y llena de descripciones detalladas, cansadas y pesadas”, Brígida Margarita von Mentz de Boege sostiene que “es una fuente importante porque por un lado refleja las convicciones subjetivas y liberales del autor y, por el otro, la situación mexicana tal y como la vivió en 1828 al visitar México. Con agudeza, así como exhuberancia, pero con atinada fantasía, captó algunos de los más trascendentes problemas políticos del país hacia 1812; aunque mide los acontecimientos y la situación mexicana con escalas y medidas europeas y habla de los habitantes de México en un todo demasiado político, crítico y, sobre todo, difamador. Pretende describir el intenso odio de la gente de la calle contra los españoles, a los que caracteriza como duros, inhumanos y arrogantes”.

Tampoco en su última novela, Süden und Norden (Sury norte), Charles Sealsfield abjuró de sus obsesiones, por lo que narró el viaje fantástico de un grupo de norteamericanos por la salvaje naturaleza de México, el cual no prescinde de alucinaciones, de paisajes elementales, de representaciones del infierno y del paraíso. Sealsfield creía que México, como Austria, no se convertiría en una república como la de los Estados Unidos, sino que toleraría una benéfica dictadura de nobles.

Cuando, en Londres, se publicó anónimamente Austria as it is, or Sketches of Continental Courts, by an Eye-Witness, una crítica severa al régimen de Metternich, la policía secreta austríaca intentó hallar la identidad de su redactor, sin mayores resultados. Sólo años después se conoció que lo había escrito Carl Anton Postl. Luego de su muerte, no sólo sus lectores supieron que el autor de ciertos libros que se imprimieron sin su nombre era Charles Selasfield, el cual había escrito sus primeras obras como Charles Sidons. Sin embargo, se llamaba Carl Anton Postl, era austríaco, había estudiado teología en Praga en 1814, se había ordenado sacerdote y en 1823 había huído por razones que se ignoran, pero lo amenazaba una orden de aprehensión. Un breve viaje a los Estados Unidos le premitió adoptar su identidad norteamericana y su residencia de 1853 a 1858 le permitió ser considerado ciudadano de ese país. Fue pastor protestante en Kittanning, Pennsylvania, y en Nueva Orleans. En Nueva York colaboró con el periódico Courrier des Etats-Unis, donde tuvo contacto con José Bonaparte. Murió en Soulera en 1864.

No sólo Sealsfield incitaba la imaginación de ciertos lectores alemanes con historias de geografías apenas exploradas. En México en el siglo XIX visto por los alemanes, Brígida Margarita von Mentz de Boege ha examinado los relatos, las relaciones, las cartas, los artículos acerca de México que se imprimieron en publicaciones populares alemanas como Pfennig-Magazin, Das Ausland, Hesperus, Elberfelder Zeitung, Columbus y libros como Briefe in die Heimat: geschrieben zwuschen Oktober 1829 und Márz 1830, wáhrend einer Reise über Frankreich, England und die Vereinigten Staaten von Nordamerika nach Mexiko (Cartas a la patria, escritas entre octubre de 1829 y marzo de 1830 durante un viaje por Francia, Inglaterra y los Estados Unidos de Norteamérica hacia México) y Mexikanische Zustánde aus denJahren 1830-1832 (Las situaciones en México en los años 1830-1832), editados anónimamente por el primer cónsul general prusiano en México, Cael W. Koppe, o Cartas sobre México. La República Mexicana durante los años decisivos de 1832 y 1833, de uno de los fundadores, accionista y subdirector de la Compañía Alemana de Indias, Carl Christian Becher. No parece suspicaz advertir que la sombra del barón Alexander von Humboldt se proyecta sobre esos escritos curiosos que suelen proceder de él y en ocasiones pretenden proseguirlos, y que a veces se detienen en el devenir político por la incidencia que pueden tener en el comercio. Según refiere Von Mentz, mientras Humboldt todavía redactaba la última parte de la relación de su viaje, empresarios alemanes cargaban sus barcos con mercancias de Silesia y de las Provincias Renanas para venderlas en México, y en Eberfeld se fundaron la Compañía Alemana-Americana de Minas y la Compañía Renana de Indias Occidentales, las cuales recibieron cartas de recomendación de Humboldt, que estaba convencido de que “el comercio tiende a unir lo que hace mucho tiempo se ve separado por una celosa política".

Prevalecía quizá la idea española de El Dorado. La familia real prusiana, sobre todo el príncipe Karl, compraron acciones de la Compañía Alemana-Americana de Minas y entre las tareas del cónsul prusiano se hallaba “en primer término, velar por las buenas relaciones entre la compañía minera y el gobierno mexicano, apoyando y representando a la compañía en toda ocasión. En segundo, hacerse cargo personalmente de la administración de la compañía, respecto a los intereses del Banco Real Prusiano, que tenía un capital invertido de un cuarto de millón de escudos (Taler) en la empresa".

No por azar, según Von Mentz, fue un minerólogo, Friedrich Trangott Sonnenschmid, que descubrió un yacimiento de ópalo cerca de Tolimán, el primer alemán que escribió sobre México en el siglo XIX; en 1804 se editó en Greitz su Mineralische Beschreibung der vorzüglichsten Bergreviere von Mexiko oder Neuspanien (Descripción mineralógica de los principales distritos mineros de México o Nueva España).

Sonnenschmid había sido contratado por encargo del gobierno español por Fausto d’Elhuyar para dirigir científicamente la reorganización y ampliación de las minas de la Nueva España. Escribió manuales para el Colegio de Minería y su obra “fue la primera de una serie de escritos meramente científicos sobre México, pero no tuvo repercusión entre el gran público”. Uno de sus lectores fue el director técnico de la compañía inglesa de Tlalpujahua, que escribió un libro con sus observaciones de diez años de estancia en México y, entre otras cosas, “buscó la piedra de meteorito que Sonnenschmid había visto en Chacras”.

Von Mentz refiere asimismo que los lectores alemanes supieron del devenir de México después de la Independencia por la revista Hesperus, publicada en 1827, el periódico Elberfelder Zeitung y los relatos de viajeros, comerciantes y diplomáticos: “en la prensa, muchos de los interesados directamente en las compañías alemanas en México, claro está, leían los reportes de sus directores” y recuerda que, según Hans Kruse, uno de esos lectores asiduos se llamaba Johann Wolfgang von Goethe.

El mito de El Dorado no parece ajeno a esas visiones, pero transformado en una aventura de exploración científica con propósitos mercantiles. Friedrich Wilhelm Gruben, un director de escuela de Kirchen que, bajo la influencia de Carl Christian Sartorius, pretendía crear un Estado alemán ideal en el Nuevo Mundo, sostenía que “si en algún lugar pueden realizar algo la diligencia e industriosidad alemanas, es en el rico y bendito México”. Sin embargo, a pesar de que la revista Columbus afirmaba que “los beneficios de las minas de plata aumentan notablemente; se cree que ahora se extraen por lo menos las mismas cantidades que en la época de los españoles”, Grube había advertido que “las vetas son inagotables, pero se necesita una fortuna para trabajarlas; como en general se necesita dinero en este país si quiere uno llegar a hacer algo”. En el transcurso de 1827, según Von Mentz, el precio de las acciones de la Compañía Alemana de Minas había bajado de ciento cincuenta a noventa escudos prusianos.

Ciertos viajeros y enviados comerciales alemanes descubrieron que la minería no representaba la única forma de riqueza que existía en México. Grube consideraba que el cultivo del café, que “no requiere de mayores conocimientos y crece con facilidad, podía deparar ganancias abundantes, pero el del azúcar le parecía un negocio todavía más propicio, a pesar de que resultaba más trabajoso por tener que plantarse en zurcos hondos”. Afirmaba que el tabaco podía “aportar bastantes beneficios”, aunque era monopolio del gobierno, al que se le tenía que vender un tanto desventajosamente. También la cochinilla, que “produce un hermoso color rojo, llamado carmín, y se utiliza como tinte de telas”, podía convertirse en un importante producto comercial, por lo que se intentó cultivarla en invernaderos en Alemania.

Como Humboldt, no pocos emprendedores alemanes descubrieron que la fertilidad de la tierra podía desvirtuarse por un clima adverso que con frecuencia amenazaba las cosechas y que “las grandes superficies del terreno están desprovistas de aguas; las lluvias son allí muy raras y la falta de ríos navegables aminora las comunicaciones”. La “extraña configuración del suelo mexicano traía consigo una considerable alza en el precio del azúcar” porque debía trajinarse en acémilas debido a que no había canales navegables o caminos para carretas que atravesaran la cordillera. Los puertos permanecían inaccesibles durante muchos meses a causa de violentas tempestades y “tanto el europeo que llega a México como el mexicano que se ve precisado por sus negocios a embarcarse o a bajar desde el alto llano de Nueva España hacia las costas, tienen que escoger entre el peligro de la navegación y el de una enfermedad mortal”. Humboldt advertía asimismo acerca de los negociantes monopolistas, cuyo “influjo político se halla protegido por una gran riqueza y sostenido por el conocimiento interior que tienen de las intrigas y necesidades momentáneas de la corte”, además de que los impuestos le parecían sumamente exagerados a causa, creía, del desmesurado número de empleados, “la grande ociosidad de los empleados principales” y la compleja administración financiera.

En los impresos populares alemanes, el viaje del barón Alexander von Humboldt se convirtió en un acontecimiento. Von Mentz sostiene que “Humboldt supo dar a su viaje por América gran publicidad: escribía a sus amigos influyentes en los Estados Unidos o en Francia”. Por eso Hanno Beck opina que “en la forma en que lo hacía Humboldt, ningún explorador había pensado hasta ahí en la publicity de su empresa”. Así, por ejemplo, uno de los principales periódicos políticos de Alemania, la Allgemeine Zeitung de Cotta, seguía con interés su viaje y publicaba cualquier noticia que se tuviera de él: se citan sus cartas a amigos científicos y a su hermano, el importante político prusiano; se siguen con interés sus viajes, inclusive después de su llegada a Europa. Es más, se informa sobre las grandes cantidades de dinero que se han ofrecido a Humboldt por su anhelado relato de viaje”. Sin embargo, ese relato tardó años en publicarse en francés en 1814, 1819 y 1825, y no se trataba de una narración completa.

Hay quien, como Lucas Alamán, consideran que las observaciones de Humboldt “fueron no sólo astronómicas y físicas, sino también políticas y económicas, y los extractos que publicó estando en el país, y después su Ensayo político sobre la Nueva España, que salió a la luz en París en 1811, hicieron conocer esta importante posesión a la España misma, en la que no se tenía idea exacta de ella; a todas las naciones cuya atención despertó; y a los mejicanos, quienes formaron un concepto extremadamente exagerado de las riquezas de su patria, y se figuraron que ésta, siendo independiente, vendría a ser la nación más poderosa del universo".

El apellido Alemán no parece una rareza en México, incluso, se sabe, hubo un presidente de la República que se identificaba con ese patronímico, el cual, según Marianne Oeste de Bopp, procedía de algunos de los alema-nes cuyos nombres originales se desconocen. Entre los soldados del ejército de Hernán Cortés había alemanes. Las diversas órdenes monásticas tampoco prescindieron de monjes alemanes como el misionero jesuita Kino, que fue asimismo matemático y cosmógrafo real y que ha propiciado acaso algo semejante a una leyenda. Los primeros mineros alemanes que exploraron Santo Domingo, Venezuela, Colombia y México, entre 1528 y 1536, provenían de Joachimthal, y la historia del libro en América también tiene algo de su origen en Alemania. Aunque fue un italiano de Brescia que acaso estudió en el mismo colegio que Aldus Manutius, Giovanni Paoli, conocido como Juan Pablos, instaló la primera imprenta en la Casa de las Campanas de la ciudad de México, que debía su nombre a que en ella había existido una fundición de ese instrumento que, entre otras cosas, marca religiosamente las horas; en los libros que se imprimieron en ella puede leerse el nombre de Juan Cromberger; uno de esos libros fue la edición de 1539 de Breve y más compendiosa doctrina Christiana en lengua Mexicana y Castellana de fray Juan de Zumárraga, que se considera el primer libro publicado en América.

Cromberger era hijo de Jacobo Cromberger, un impresor alemán que se había establecido en Sevilla hacia 1500 y que fundó una sucursal de su taller en Lisboa y otra en Evora. Fueron el virrey Antonio de Mendoza y el arzobispo fray Juan de Zumárraga quienes acordaron un trato con Juan Cromberger para que instalara una imprenta en la Nueva España. Entre sus oficiales eligió a Juan Pablos como cajista y administrador. Cromberger suscribió asimismo un contrato con el “imprimidor de libros" Gil Barbero, el cual se comprometía a ser “tirador" durante tres años. Después de la muerte de Juan Cromberger, su viuda y sus hijos se desprendieron de la imprenta de la Nueva España que terminó en posesión de Juan Pablos.

No ocurrió entre los impresores de Sevilla, sino en Cádiz, en 1534, donde Ulrich Schmidel, al que algunos de sus traductores y editores en español han querido llamar Ulrico Schmidel, vio delante de la ciudad, en la playa, “una ballena que tenía treinta y cinco pasos de largo, y de la cual se sacaron treinta barriles de los de arenques de grasa”. Schmidel había nacido en 1510 en Straubing, en la Baja Baviera, al margen del Danubio, y había llegado a España procedente de Amberes luego de catorce días de viaje por mar. Según refiere, “en Cádiz había catorce barcos grandes, bien abastecidos de toda clase de mantenimientos y aprestados con lo que es menester, que debían zarpar a las Indias, al Río de la Plata. Allí mismo estuvieron también mil quinientos españoles y ciento cincuenta alemanes del sur, flamencos y sajones, con su capitán Don Pedro de Mendoza. Entre estos catorce barcos, uno pertenecía al señor Sebastian Neithart y al señor Jacobo Welser, de Nuremberg, que mandaron, por asuntos de negocios, a su factor Enrique Paime al Río de la Plata. Con ellos, yo y otros alemanes del sur, así como flamencos, hasta unos ochenta hombres, bien pertrechados con arcabuces y otras armas, fuimos al Río de la Plata”.

Aunque en el último verso de un poema, Borges la juzgaba eterna como el agua y el aire, el soldado Schmidel recordaba escuetamente que, luego de navegar el Río de la Plata, “en este sitio construimos una ciudad que se llama Buenos Aires”. Sus recuerdos de los veinte años en los que permaneció en Sudamérica parecen marcados menos por el peligro que por el hambre, pero su remembranza prescinde del rencor y de impostaciones épicas. Su relato transcurre como una conversación de sobremesa en la cual el sentido del humor no resulta una afectación. Sin patetismos advierte que la enfermedad también importaba una amenaza permanente. “Nuestro capitán general Don Pedro de Mendoza, que padecía de toda clase de dolencias, no pudiendo mover ni los pies ni las manos, y habiendo gastado ya cuarenta mil ducados en esta jornada, no quiso continuar por más tiempo con nosotros. Con dos bergantines regresó a Buenos Aires, donde se hallaban los cuatro barcos grandes, de los cuales tomó dos con cincuenta hombres y partió para España. A la mitad del camino, sin embargo, murió triste y miserablemente”.

Los trabajos del soldado en tierras ignotas carecen con frecuencia de heroísmo. Los recorridos de largas caminatas durante largos días se medían por la astronomía: “y caminamos trece días, recorriendo, en opinión de los que entienden de las estrellas, cincuenta y dos leguas”. A veces, caminaban día y noche con el agua hasta la cintura, sin poder salir de ella, “y este agua era tan caliente como si hubiese estado sobre el fuego. También tuvimos que beberla, porque no teníamos otra. Pero no se debe pensar que fuera agua de río; es que en esta época había llovido mucho y el país estaba anegado, pues es una tierra llana. Lo bien que nos sentó esta agua se sabrá más adelante”: muchos enfermaron de muerte.

En su narración las cosas simplemente suceden, incluso los enfrentamientos armados. Sus descripciones no suelen abundar en detalles y sus juicios resultan someros. Sin embargo, no faltan las intrigas y las sublevaciones. Su retrato de Alvar Núñez Cabeza de Vaca lo representa como un capitán que “no gozaba de particular reputación entre los soldados, ni éstos le profesaban gran afecto, pues era un hombre que en su vida no había tenido ni mando ni gobierno”. Consideraba “que un señor o capitán general que quiere regir un país, ha de mostrarse afable tanto con el más grande, como con el más pequeño. Y a tal hombre le conviene preciarse y mostrarse más discreto y entendido que aquellos a los que tiene que gobernar, si quiere ser respetado. Porque es harta la desgracia que uno quiera subir a dignidades sin ser prudente, y que se hinche de soberbia y desprecie a los demás. Pues todo capitán es recibido por sus soldados y no los soldados por su capitán”. Alvar Núñez Cabeza de Vaca se convirtió en uno de los personajes de Ulrico Schmidel, pero Ulrico Schmidel no aparece en Naufragios, el libro de Alvar Núñez Cabeza de Vaca.

Una carta procedente de Sevilla, que le remitió Cristobal Reiser, factor de los Fúcares, y escrita por Sebastián Neithart por orden de su hermano Thomas Schmidel, provocó el regreso de Ulrich Schmidel luego de “largos años sufriendo grandes peligros y miserias, ariesgando por (Su Cesárea Majestad) muchas veces mi cuerpo y mi vida”.

Entre los recuerdos que se había llevado de “aquellas tierras”, se hallaban dos indios y unos papagayos. Los indios murieron en Lisboa, los papagayos se perdieron en un barco holandés que sólo había hecho un viaje de Amberes a España y cuyo patrón, Enrique Schetz, quizá porque había bebido demasiado, se olvidó y abandonó a Schmidel, con quien había convenido en aceptarlo a bordo hasta Amberes, en una posada. Poco después, el barco naufragó cerca de la costa con la ropa y las pertenencias y los papagayos de Schmidel.

Ocho años después de haber regresado a Straubing, en la Baja Baviera, Ulrico Schmidel emprendió la escritura en alemán de su “relación histórica”, que fue impresa en 1567 con el nombre de Relatos de la conquista del Río de la Plata y Paraguay 1534-1554.

Frases
Javier García-Galiano
  • Escritores invitados

Veracruz, 1963. Es escritor. Su más reciente libro es La silla de Karpov (Ficticia, 2012).

Fotografía de Javier García-Galiano

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