La representación mental y la experiencia sensitiva (ya sea por medio de instrumentos o directamente con nuestros sentidos) son formas de extracción de las ideas de Dios. Requerimos de una representación abstracta que elimine a la cosa del engañoso mundo sensitivo, esto es casi posible gracias al ente básico de las matemáticas: el número. Pero nuestra carne nos encadena al mundo material y el número requiere de un significado físico, este significado se obtiene a partir del acto de medir.
En las disciplinas de la física, la química, la economía, el número y la medición son elementos básicos del lenguaje, que nos permiten confirmar ciertos modelos que creamos para entender los fenómenos del Universo. Para medir necesitamos comparar: ¿Cómo medimos el alcance de una obra? ¿Qué número es el que separa a un autor de la fama? ¿Cómo comparar a un creador con otro? El número es quinientas mil copias, un best seller: “En efecto, existe el fenómeno analizado por Bourdieu de la distinción: Por lo que lee, usted adquiere la distinción social y se diferencia. Un éxito de ventas es bueno ahora sólo para la distinción. Uno tiene una imagen incluso de sí mismo —al subir a un avión, ves a alguien leyendo un éxito de ventas y piensas: ¿No puede leer algo menos obvio?— ¡Incluso si lo ha escrito él mismo! Afortunadamente, el Feuilleton defendió mi libro en contra de su propio éxito”, nos dice Daniel Kehlmann, filósofo y escritor alemán, en una entrevista para la página electrónica DiePresse.com.
La tecnología rompe barreras y redefine nuestra identidad. No importó mi conocimiento nulo en alemán, Google Traductor me develó algunas ideas de Kehlmann sobre el éxito de su libro La medición del mundo (2006), en éste narra las vidas de Alexander von Humboldt y Friedrich Gauss, dos personajes que cambiaron nuestra visión del Universo (los viajes de Humboldt influenciaron a Darwin para viajar y crear su teoría de la evolución, Einstein utilizó a la geometría no euclidiana (del espacio en más de tres dimensiones) de Gauss para darle un formalismo matemático a la Teoría General de la Relatividad). “Los lectores harán bien de no creer todo lo que cuento en el libro”, nos advierte Kehlmann en una entrevista para la revista de divulgación científica Métode.
Dejando a un lado la clasificación de realismo mágico que le dio el diario británico The Guardian a la obra de Kehlmann, además de considerarla como el regreso del humor alemán como también del detalle de que Yo y Kaminski (2005) y Fama (2009), junto con La medición del mundo, son las únicas obras que se tradujeron al español; la visión de la ciencia de Kehlmann es pasional.
La pasión de Humboldt se encontraba en medir, hacer ciencia y después pensarla. Las pasiones terrenales en el Humboldt de Kehlmann pasan a segundo plano: “La chica le contó que se llamaba Inés, que confiase en ella.
“Al subirle la camisa, rompió un botón, que cayó rodando por el suelo. Humboldt lo siguió con los ojos hasta que chocó con la pared y volcó. Ella le rodeó el cuello con los brazos mientras él murmuraba que le soltase, que era un funcionario de la Corona prusiana, lo arrastró hasta el centro de la habitación”.
En cambio para Gauss, la pasión por la mujer, junto con los números, toma un papel importante en su vida: “Los números no le arrancaban de la realidad, sino que la aproximaban más, tornándola más clara y evidente que nunca.”
“Ahora siempre lo acompañaban los números. No los olvidaba ni siquiera cuando visitaba a las prostitutas”.
En un encuentro ficticio, que nos narra Kehlmann, Humboldt y Gauss (el primero ya un anciano disperso, el otro un viejo cascarrabias) confrontan sus ideas. Humboldt sigue con sus sueños de seguir midiendo, su vista apunta hacia Rusia y toda Asia. Gauss quiere abrirle los ojos: “Proyectos, resopló Gauss. Chismorreos, planes, intrigas. Chácharas con diez príncipes y cien academias hasta que permitan instalar un barómetro en cualquier lugar. Eso no era ciencia”. Kehlmann nos hace notar algo que también planteó para el arte en Yo y Kaminski: el progreso del conocimiento depende en gran medida de que las personas vean al autor de una obra (de la física, de la biología, de la pintura, de la música) como un accesorio que les haga ver más importantes, más inteligentes, que los dote de autoridad.
Humboldt se convirtió en un accesorio ruso, Gauss se quejó de la estupidez de sus hijos. A Humboldt lo superó la tecnología y para Gauss por fin llegaría la época de sus sueños (las funciones de dentista y cirujano en un solo barbero se terminarían) o, según la visión de Kehlmann en Fama, la edad de sus pesadillas.
Fama transcurre en nuestra era; somos contemporáneos a sus personajes y a su modo de cómo nos definimos a través de la tecnología. En esta época en que nuestras memorias ya son obsoletas, (ya no es necesario recordar algo sólo copiar y pegar), las conversaciones se han hecho más dinámicas, la fast food ha encontrado su equivalente en el consumo de la información: fast knowledge.
Dentro del mundo de Fama, Ebbling es un técnico que parece ser la reencarnación de Gauss: “Había muchas cosas en su vida que a Ebling no le gustaban. Le molestaba que su mujer estuviera siempre distraída, que leyera libros tan estúpidos y que cocinara tan lamentablemente. Le molestaba no tener un hijo inteligente, y que su hija le resultara tan extraña”. Ahora la voz del pasado gaussiano de Ebbling: “Cuando Mina le exhortó a levantarse, aduciendo que el carruaje esperaba y el trayecto era largo, se aferró a la almohada e intentó hacer desaparecer a su esposa cerrando los ojos [...] El viaje fue una tortura. Llamó a [su hijo] Eugen fracasado [...] luego preguntó cuándo se casaría por fin su hija”.
Gauss y Ebbling son los únicos que reflexionan sobre su situación, en consecuencia, surge la inconformidad. Los demás que giran a su alrededor no tienen ni un ápice de interés de quién es el otro, viven sin reflexionar, sin pasión. Empieza el juego por saber quiénes somos a través de un aparato.
Había leído en un artículo de Antonio Cabral lo siguiente “[Lo que Schopenhauer nos dice es que] siempre, y en todas partes, cada cosa sólo puede ser en virtud de otra”, según Fama ahora nosotros somos en virtud de nuestro celular o lo que buscamos por Google.
Nuestra identidad ya no es reflexiva. Vivimos sin saber cómo funcionan la mayoría de las cosas. Todo es asombro sin reflexión, todo es un acto de psicomagia: “[¿Qué es ciencia?] Gauss dio una chupada a la pipa. Un hombre solo, sentado en su escritorio. Con una hoja de papel delante de los ojos, acaso también un telescopio, ante la ventana el cielo claro. Si ese hombre no se daba por vencido hasta que comprendía, eso quizá fuera ciencia”.