La observación es un arte que nos permite comprender las historias de las que está compuesto el mundo. Los largos paseos donde observamos y descubrimos la estructura de los objetos y formas que durante millones de años han habitado la realidad, constituyen también una forma de hacer nuestra vida. Pareciera que escucho a Sebald en su ensayo sobre las pinturas de Jan Peter Tripp, cuando observo las fotografías de Thomas Ruff: “Los objetos saben más de nosotros que nosotros de ellos”.
He buscado alguna fotografía del rostro de Thomas Ruff (Zell, Alemania, 1958). Los retratos son una de las mayores aproximaciones a la vida de un ser humano. Cada rostro es una historia. En el rostro de Ruff observo unas ojeras que se reflejan como un fantasma sobre las múltiples reproducciones que he encontrado. Fantasmas. Es difícil no imaginar a la fotografía de Ruff —sobre todo sus retratos— como un arte de la transformación de los sujetos en seres irreales. Precisamente, en su serie titulada Retratos, Ruff hace un acercamiento al rostro de personajes con facciones aparentemente comunes. No se trata más que de la simple repetición, pero lo que se imagina el espectador alrededor de esos rostros detona cientos de historias y biografías imaginarias. Sesenta fotografías de pasaportes son intervenidas por Ruff para lograr un aparente retrato de la cotidianeidad que acaba de inventar un universo nuevo. Quizá la esencia de esta serie de retratos radique en la importancia que tienen para Ruff las formas que nos habitan, la historia de cada personaje a través de una seña particular, tal vez con el paso del tiempo la serie retratos se convierta en el cementerio de formas y personajes inexistentes.
La idea de un paseo por una fotografía de Ruff empieza a emocionarme. Me mudo, ya no estoy más aquí, estoy en una fotografía de Thomas Ruff: “Sin título, 2”. Me encuentro aquí, deteniendo con mi mirada los instantes que conforman una ciudad. Es una pequeña calle al oeste de Berlín. Una calle. Observo, tras la ventana, los sujetos que caminan fuera de este lugar, tienen un tamaño minúsculo, la altura del piso en el que me encuentro me causa vértigo. No sé exactamente como he llegado a este sitio. El escenario que se muestra en el edificio me deja una honda impresión, las plantas brotan de las paredes como si alguien hubiera empeñado tiempo en su cuidado, los restos de pintura en tonalidades de café que aún se conservan y la luz que se filtra por los ventanales con cristales rotos, dan la sensación de estar en un lugar donde se puede hallar cierta tranquilidad. Salgo de este espacio y camino por un pasillo largo y frío, existen puertas metálicas que me impiden el acceso a otros espacios, lugares ajenos a los hombres donde el polvo y la oscuridad se encuentran. Los vidrios que aún se conservaban reflejan la silueta de mi sombra en el piso, “soy una sombra que camina en el abandono”, escribo sobre los vidrios empolvados.
Thomas Ruff pertenece a la generación de fotógrafos más destacados de la así llamada “Escuela alemana”. Nacido en los años cincuenta con una formación familiar rigurosa consigue su primera cámara a la edad de dieciséis años, y es en ese momento cuando se inicia en la fotografía, pero será mucho más tarde cuando pueda dedicarse a ella por completo. Poco después le ocurrirá una afortunada desgracia: le diagnostican una enfermedad en el ojo izquierdo la cual le impide mantener contacto con la fotografía durante algunos años. Con el paso del tiempo tiene nuevamente un acercamiento a ella, y es allí donde ha permanecido durante más de treinta años. Quizás el sólo hecho de ver el mundo ligeramente afectado por la enfermedad le haya dado la visión fotográfica que hoy le ha dado un lugar privilegiado en los artistas visuales contemporáneos.
La serie titulada Desnudos es una clara demostración de las obsesiones que tiene Ruff con el alejamiento y la cercanía que pueden ocasionar una impresión en él espectador. En primer plano se muestran los cuerpos desnudos de mujeres, detrás sólo fondos en colores uniformes, aparentemente las imágenes se ven fuera de foco, pero son estos pequeños detalles casi fantasmales los que hacen de Ruff un gran retratista. Son imágenes angustiantes, la cercanía que existe entre la imagen y el espectador despierta una pregunta elemental: ¿qué tan lejos nos encontramos de lo que observamos? Ruff ha alterado ligeramente esas imágenes que presenta gran formato. Sólo un poco. Pero el minúsculo que consiste en líneas de sombras, en contornos vaporosos, ha convertido a lo que observamos en un aparato mucho más complejo.
La naturaleza de los espacios no habitados resulta, acaso, incompresible. Ruff se aventura a través de su serie titulada ma.r.s a mostrarnos lo que sucede en el espacio, volúmenes en tonos amarillos flotando sobre fondos negros, sombras con colores marrones, texturas rugosas en tonalidad rojiza, pinceladas fuertes, combinaciones de colores inalcanzables para cualquier pintor. Estrellas, nebulosas lejanas. Así es el espacio en lFamaotografías de Ruff: un enigma, una muestra del silencio constante, un paseo en el que no ocurre nada pero sucede todo. Un paseante es un ser que observa para poder vivir, que guarda pequeños detalles que le permiten construir historias, que aprisiona sensaciones en su memoria para poder llevarlas consigo por toda su vida.
Construir una imagen tiene cierta similitud con sonar. Los sueños, son la consumación de los deseos del espíritu, las imágenes el resultado de nuestros sueños. Thomas Ruff lo único que ha hecho es colocar unos pequeños velos a las imágenes del mundo, y con ello ha logrado establecer una realidad que dista de estar en la realidad, pero que se empata con algunas sueños del hombre. Desde lo infinitamente pequeño y cotidiano, hasta el macrocosmos, Thomas Ruff se ha empeñado en ser un paseante que altera el espacio donde camina.