Una densa nube de gestos nos envuelve al revisar las imágenes que durante su vida —casi ochenta años— ha alojado en la memoria colectiva.
Pedro Meyer nació en México d.f. en 1935, sus padres (judíos alemanes ya de por sí emigrados a otros destinos) viajaron a México buscando refugio durante la Guerra Civil española.
Pedro Meyer cuenta en una entrevista que desde los trece años le atrajo el lenguaje fotográfico. Las imágenes le interesaron siempre, quizá por esa suerte de errante que lo precedía y que Pedro Meyer no reconoce pero que está en él.
Pedro Meyer, el fotógrafo, ha atestiguado la caída, la ruina y la inquietud de un país que parece un monstruo adormecido y bastante cansado, un suicida arruinado que sobrevive con una esperanza latente en que algo implosione para cambiar.
Aves y armatostes. Santos misericordiosos, una niña que espera. Las imágenes fotográficas de Pedro Meyer tienen en sus entrañas la necesidad de que ocurra algo. Una inminencia.
Recuerdo que en un cuento de Truman Capote se habla del espejo negro. Acaso Pedro Meyer posee este espejo negro que le permite descansar de ese incesante vaivén de gestos, sombras, ojos y cuerpos que se enredan en su memoria. Un espejo negro, un objeto carente de luces, de sensaciones; la metáfora heredada de Man Ray, la luz que se deja filtrar por orificios de oscuridad. Sombras. Pedro Meyer no deja de registrar lo que ocurre.
Apoyado en las nuevas tecnologías, Meyer busca acercarse a aquello que se aproxima como un torbellino. Hace más de veinte años hablaba del fin de la fotografía analógica. Eso no ocurrió. Simplemente se abrieron canales novedosos y sencillos que nos han situado en lenguajes mucho más comunes. Parece que es tiempo de la imagen.
Hoy día es necesario estar antes que ser. Estamos y entonces somos. Instagram, Pinterest, Twitter, Facebook, Vine, por mencionar las redes más conocidas que funcionan a través del intercambio de imágenes y mensajes cada vez más breves. La cámara fotográfica y de vídeo es una herramienta presente en todas las otras herramientas de comunicación.
La imagen nos describe, nos da certidumbre y demuestra que a punto de la extinción, nosotros hemos sobrevivido al instante anterior. Todos fotografiamos y retratamos lo que nos rodea, lo que deseamos, lo que creemos que nos conforma.
Pedro Meyer ha jugado un papel clave en el desarrollo de este lenguaje visual. No deja de procurar el acercamiento de los espectadores a la búsqueda de la memoria, del origen que parece hemos olvidado. Va estimulando la creación de nuevas plataformas visuales, de encuentros fotográficos, de espacios, simposios, intercambios, talleres. Meyer se rodea de nuevos aprendices.
Su obra es vasta. Su propio retrato se multiplica en varios segmentos de su colección visual. Es mentira que sea una secuencia lógica. El trabajo de Pedro Meyer es ese camino bifurcado de gozos. A los veinte años fotografía el funeral de sus padres; ahora retrata a mujeres que, como él mismo, comienzan a envejecer. Pero la luz es la misma.
Las mismas aves, la vegetación casi erosionada del universo.
Ancianos que se acarician las manos mientras esperan la muerte: Pedro Meyer está esperando. Como un testigo algo enfadado de vivir en una ciudad dormida, que ya nunca será la misma. La ciudad que es el mundo y que se multiplica en países y esquinas.
Meyer espera.