Mujeres
02 de noviembre del 2018

Vivian Abenshushan

Vivian Abenshushan: Empecemos por hablar de la infancia, un territorio al que vuelve con frecuencia el escritor. ¿Cómo fue la suya?

Amparo Dávila

Amparo Dávila: Nací en Pinos, Zacatecas, un pueblo minero en la ladera de una montaña, muy frío y con mucho viento. En una autobiografía que publicó Bellas Artes escribí que en Pinos “a veces sólo se oía el viento, de la mañana a la noche, de la noche a la mañana. Siempre el viento”. Tal vez por haber nacido en un pueblo minero, un pueblo de metales, mi primera afición fue la alquimia: quería convertir los pedernales en oro y las flores en perfumes. Era una afición muy elaborada, como de gente mayor, pero para mí era algo natural. Así que me escapaba con mis perros a juntar pedernales y flores al monte. Mi padre tenía una tienda y en una de las bodegas vacías había casilleros con estantes desocupados que yo aprovechaba para poner mis frascos con pedernales y flores, porque creía que así se convertirían en oro y perfumes. Pero sucedía que las flores se pudrían y los frascos estallaban, llenando la pieza de olores nauseabundos...

Vivian Abenshushan

V.A.: ¿Cómo era su casa de Pinos? ¿Aparece en alguno de sus cuentos?

Amparo Dávila

A.D.: Recuerdo dos casas. La primera, donde yo nací, era una casa con un jardín cuadrado en el centro, un jardín lleno de enredaderas, y con habitaciones a los lados. En la parte de atrás había un segundo patio, que era en realidad una huerta, con árboles frutales y legumbres. “El huésped” es un cuento que imaginé en el contexto de esta primera casa, con el jardín y luego el huerto. Curiosamente la casa donde viví después también tenía un gran patio cuadrado descubierto, desde donde se veía el atardecer, como escribo en el cuento que lleva precisamente ese nombre: “El patio cuadrado”. También aparecen referencias, un poco más veladas, en otros cuentos sobre un jardín que me encanta y que siempre tengo en la imaginación. Se llama el Parque Juárez, aunque para mí es el Parque Hundido, porque se encuentra más de un metro bajo el nivel del suelo. En ese jardín pasé muchas tardes de la infancia. En él había una especie de poza, de estanque rústico, donde había agua circulante, líquenes, musgos y peces de colores. Ahí me sentaba a ver los peces que iban y venían y se metían entre las piedras. Extasiada, se me iban las horas, hasta que pasaba la tarde y el viento empezaba a soplar muy fuerte y se iba la luz. A veces tenía que ir el mozo a buscarme. Ése es el jardín de “La carta”.

Vivian Abenshushan

V.A.: ¿Cómo despertó en usted el interés por los libros?

Amparo Dávila

A.D.: Fui una niña muy enfermiza, padecía mucho de la garganta y siempre estaba con fiebre. Por eso no me dejaban salir, porque el clima del pueblo era muy frío, y me metían en una gran biblioteca que tenía mi padre, para que me distrajera. En esa biblioteca había una ventana que daba a la calle y como yo no tenía muchas cosas que hacer, me dedicaba a ver la vida que pasaba. Pero lo que pasaba era la muerte, porque en los pueblos de los alrededores no había cementerios y la gente iba a Pinos a enterrar a sus muertos. Yo veía que los llevaban sobre el lomo de una mula, atravesados o tirados en una carreta, porque no tenían ni cajas. Eso pasaba a través de la ventana: no la vida sino la muerte... También me entretenía hojeando libros, porque todavía no leía, tenía tan sólo cinco años. Y cayó en mis manos la Divina Comedia, un libro del que he hablado mucho porque ha sido el libro fundamental de mi vida. Al ver los grabados de Doré, los demonios con tridentes, los círculos helados, me horrorizaba y eso se traducía en pesadillas horribles. Mis noches se convirtieron en un infierno inenarrable, vivía aterrorizada.

Vivian Abenshushan

V.A.: Y la escritura, ¿cuándo comenzó?

Amparo Dávila

A.D.: Comenzó en forma de “poemas místicos”... Sucede que también fui una niña un tanto abandonada, porque había muerto mi hermanito y mi madre estaba agobiada por la depresión y el insomnio y no se fijaba gran cosa en lo que yo hacía ni se ocupó de inculcarme alguna religión. Por eso, cuando llegué a la escuela de monjas, lo único que sabía era que había demonios espantosos y círculos helados y gente condenada que no podía salir de esos círculos. Las monjas quedaron horrorizadas con mis conocimientos metafísicos y empezaron a enseñarme que había un dios de bondad y amor que se había crucificado por todos los humanos, que me amaba, que no quería hacerme daño como los demonios. Ése fue un gran descubrimiento que me conmovió y me alivió de la angustia espantosa que sufría. En ese momento —tenía seis años— empecé a escribir pequeños poemas místicos. En ellos veía al Padre Eterno y a Jesucristo como jardineros, regando las plantitas para que crecieran y dieran frutos. Ese es mi verdadero inicio en la literatura.

Vivian Abenshushan

V.A.: Un tema persiste en su obra: la paranoia, la locura, las enfermedades imaginarias. ¿Qué hay detrás de esa obsesión?

Amparo Dávila

A.D.: La locura no me ha sido ajena, la he vivido, la he palpado, desde que nací. En mi familia ha habido mucha gente con enfermedades psiquiátricas o locuras ambulatorias, como las llamo yo, porque aunque no estén encerrados están locos. Por eso sé que la vida sigue un hilo tan fino, tan sutil, que en cualquier momento se puede romper y llegar la sinrazón. Además, Pinos es un lugar lleno de misterio, de callejones estrechos, sombríos, donde proliferan las leyendas de aparecidos. La casa donde viví, por ejemplo, fue antes de un terrateniente, un hombre riquísimo, que había perdido una pierna y en su lugar tenía una pierna de palo. Ese señor tenía la mala suerte de que se le morían las esposas (nunca supe si de muerte natural o no), un poco como le ocurría a Enrique VIII. Y entonces contaban que en la casa se oía el taconeo de su pierna de palo y se aparecía una de sus esposas vestida de blanco, con una vela encendida...

Vivian Abenshushan

V.A.: Todas esas historias y sus escalofríos me llevan a pensar en otro elemento constante de su narrativa: el miedo. ¿Qué es para usted el miedo?

Amparo Dávila

A.D.: Es terror a lo desconocido, lo desconocido de esta vida y de la otra, porque en las dos hay una parte que conocemos y otra que no conocemos.

Vivian Abenshushan

V.A.: Hay una frase de T.S. Eliot según la cual, “más que la muerte, lo que nos produce miedo es el terrible momento de no tener nada qué pensar”. Es el miedo al vacío interior, a la monotonía. ¿Hay algo de eso en sus cuentos?

Amparo Dávila

A.D.: Si, porque pienso que la mayoría de los seres humanos vivimos atrapados en rutinas, rutinas de trabajo, rutinas domésticas o rutinas impuestas por uno mismo. Aunque uno sienta que es libre, siempre hay algo que lo está atrapando, como una trampa.

Vivian Abenshushan

V.A.: Usted escribió sus primeras ficciones hace más de cuarenta años... ¿En qué ha cambiado el mundo? ¿Cómo lo mira ahora?

Amparo Dávila

A.D.: Siento que lo trascendental, es decir, lo profundo, permanece igual, eso no cambia. Cambia sólo lo de afuera, lo superficial. Por eso no siento los cambios, porque veo al ser humano lleno de soledad, de angustia, de terror, de impotencia. Siempre ha habido y siempre habrá hombres desesperados. No hay antídoto para la soledad ni para el vacío.

Vivian Abenshushan

V.A.: Usted llegó a la Ciudad de México en 1954, ¿por qué decidió venir aquí?

Amparo Dávila

A.D.: Cuando vivía en San Luis Potosí, muchos de mis amigos escritores estaban en la Ciudad de México. Entonces pensé que si quería dedicarme a escribir debía estar en un lugar donde pudiera hablar de literatura, donde tuviera quién me orientara. Y aquí encontré gente estupenda, como don Alfonso Reyes, de quien fui después su secretaria.

Vivian Abenshushan

V.A.: A Reyes se le conoce no sólo por la importancia de su obra, sino también por la generosidad y el entusiasmo que mostraba hacia otros escritores, sobre todo jóvenes. ¿Qué influencia tuvo en usted?

Amparo Dávila

A.D.: En mi escritura no tuvo ninguna influencia, porque él trataba que el escritor fuera totalmente libre, en todos los sentidos. Pero me orientó con gran inteligencia en otras cosas. Por ejemplo, siempre me decía: “No te encasilles nunca en un grupo, porque los grupos llegan a asfixiar. Sé tú misma”. Esa enseñanza se la agradezco mucho, porque pienso que no tener ataduras es muy saludable.

Vivian Abenshushan

V.A.: Hay un par de cuentos de Julio Cortázar –“Bestiario” y “Casa tomada”– que guardan similitudes sorprendentes con “El huésped”. ¿Usted conoció personalmente a Cortázar?

Amparo Dávila

A.D.: Cuando publiqué Tiempo destrozado, en el 59, una amiga argentina que estaba en el Colegio de México, Susana Esperatti Piñero, le mandó mi libro a Julio Cortázar sin avisarme. Cuando me enteré, me enojé muchísimo y le dije: “Este es un primer libro, titubeante, imperfecto, ¿cómo pudiste enviárselo?”. Me sentía muy cohibida y apenada, pero ella estaba segura de que el libro le iba a gustar a Julio, porque pertenecía al tipo de literatura fantástica que él escribía. Dos meses después me hablaron del Fondo de Cultura Económica para decirme que había un sobre para mí con remitente de Julio Cortázar. No lo podía creer. Se trataba de una carta preciosa que después publicó Aurora Bernárdez, su mujer, en el epistolario de Cortázar. La carta empezaba de manera muy graciosa, muy al estilo de Julio: “Señora, ¿o señorita?”. En ella me decía que le había sorprendido mucho que Tiempo destrozado fuera mi primer libro... Entonces, lo que para mí era un libro titubeante, para él era un libro maduro... Le respondí para agradecerle su generosidad y así empezamos una larga correspondencia. En 1962, Pedro Coronel, mi marido, estaba en París. Lo fui a ver y cuando llegué un amigo me dijo que Julio me estaba esperando en su casa. Así lo conocí personalmente.

Vivian Abenshushan

V.A.: ¿Compartía lecturas con Cortázar?

Amparo Dávila

A.D.: Hablábamos de libros, de gatos y de jazz, que eran nuestras grandes pasiones. Pero también platicábamos de muchas cosas que a Julio le extrañaban de mí. Cuando nos conocimos lo primero que me dijo fue: “Fíjate que compartimos el placer de leer a Poe”. Y yo le respondí: “Ay Julio, te voy a decepcionar, porque nunca he podido leer a Poe”. Julio no lo podía creer: “Eso no es posible —decía—, no me puedes hacer esto. Yo te encontraba influencias de Poe y ahora se me viene abajo esa teoría... Eso sí que no te lo perdono”. Pero es verdad que yo no podía leer a Poe, porque me parecía tan fuerte, tan estrujante, que cada vez que intentaba leerlo me daba colitis y tenía que dejar de leerlo. Poe tenía en mí el mismo efecto que la Divina Comedia cuando era niña: era demasiado terrible como para poderlo asimilar. Fue entonces cuando Julio me regaló la traducción de Poe que él y Aurora habían hecho en su viaje de bodas.

Vivian Abenshushan

V.A.: Con Inés Arredondo sostuvo una amistad literaria parecida...

Amparo Dávila

A.D.: Con ella tuve una amistad muy profunda, vivíamos en el mismo edificio y nos criticábamos bastante nuestros cuentos. Ella me decía qué le parecía mal, qué estaba fuera de lugar, qué le gustaba. Y yo hacía lo mismo. También con Guadalupe Dueñas tuve ese tipo de amistad.

Vivian Abenshushan

V.A.: ¿Corrige mucho?

Amparo Dávila

A.D.: Sí, en todo, no sólo en la escritura, soy muy perfeccionista, muy obsesiva.

Vivian Abenshushan

V.A.: ¿Y cómo es su proceso creativo?

Amparo Dávila

A.D.: En mi caso es difícil decir cómo surge un cuento, porque soy muy sensorial. En realidad, cualquier cosa, un paisaje, una calle, una casa –o como decía López Velarde “el olor de la panadería”– me remonta hacia una vivencia y entonces empiezan a surgir los cuentos. Casi siempre parten de alguna evocación, de algún recuerdo.

Vivian Abenshushan

V.A.: ¿Sigue escribiendo?

Amparo Dávila

A.D.: Sí, pero he tenido muy mala suerte, porque en los últimos años he tenido una hija muy enferma —la vida que siempre está poniendo obstáculos— y tengo un librito que no he podido corregir. Como soy muy obsesiva no pienso darlo a una editorial sin corregirlo... La prioridad debería ser la literatura, pero si hay hijos, ahí está la prioridad.

Vivian Abenshushan

V.A.: ¿Cuáles son los libros a los que vuelve con más frecuencia?

Amparo Dávila

A.D.: A los libros de Carson McCullers, la escritora que me parece más extraordinaria. También a los de Isak Dinesen. He leído mucho a Kafka, Camus, D.H. Lawrence. En mi juventud, El amante de Lady Chatterley era el libro que todo mundo cursaba. Esos son autores que amo y a los que vuelvo siempre con mucho gusto.

Vivian Abenshushan

V.A.: Amparo Dávila es protagonista de una novela reciente, La cresta de Ilión, escrita por Cristina Rivera Garza. ¿Cómo recibió el hecho de haberse convertido en personaje de ficción?

Amparo Dávila

A.D.: La primera impresión fue, por supuesto, de sorpresa, porque convertirme en personaje es algo que nunca había esperado o imaginado siquiera. Sentí también emoción y agradecimiento, porque el hecho de que alguien se fije en lo que uno escribe y le llegue a gustar al punto de inspirarle una novela, sin duda emociona. Pero después ya viene la parte crítica, en la que puede o no gustar el libro... En ese sentido, pienso que La cresta de Ilión es una novela muy ambiciosa que se va diluyendo, desdibujando, y que se le salió de las manos a su autora.

Vivian Abenshushan

V.A.: Me parece que en los últimos años se ha gestado un redescubrimiento y una relectura de Amparo Dávila; La cresta de Ilión es un ejemplo...

Amparo Dávila

A.D.: Te confieso que hay cosas que nunca me han pasado por la mente como el hecho de tener lectores o no. Yo he escrito por una necesidad imperiosa de expresar algo, pero gustar o no gustar nunca me preocupó ni me preocupa. Por eso, cuando encuentro un lector me emociona doblemente, porque es algo que yo no tenía planeado ni pensado.

Vivian Abenshushan
  • Escritores invitados

Ciudad de México, 1972. Ensayista, narradora y editora. Su más reciente libro es Escritos para desocupados (sur+, 2013).

Fotografía de Vivian Abenshushan

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