Migración
08 de noviembre del 2017

El poeta que escogió llamarse Paul Celan nació como Paul Pésaj Antschel, judío asquenazí en Bucovina. Creció hablando en hebreo con su padre y en alemán con su madre en una ciudad que se explicaba a sí misma en rumano, ucraniano, ruso y, un poco, en yiddish. Viajó a Francia para estudiar medicina tras haber conocido la violencia ejercida contra su pueblo durante la Kristallnacht, pero regresó a su Rumanía natal para licenciarse en Románicas. Ya arrastraban sus zapatos polvo de distintas tierras cuando en 1942 lo alcanzó el nacionalsocialismo: sus padres murieron en la deportación y él fue destinado a un campo de trabajo en Moldavia.

En 1944, ¿libre?, roto, se trasladó a Bucarest, desde donde iba a partir rumbo a Viena tres años después. Publicó en alemán —la lengua de los asesinos, que era al mismo tiempo la de su madre y la de su educación poética— Der Sand aus den Urnen (1948), en el país en el que había nacido el tirano. Se mudó a París en 1948, donde fue un autor apátrida en lengua alemana, esposo de la pintora francesa Gisèle Celan-Lestrange y amante de la autora austríaca Ingeborg Bachmann. Traductor técnico en Ginebra, viajero en Israel, conferenciante en Alemania… Paul Celan fue también extranjero de sí mismo, un hombre nacido y muerto en la diáspora; un trayecto que comenzó en Czernowitz y acabó en el río Sena, al que se arrojó desde el puente de Mirabeau; un inmigrante sin otra patria de origen que, acaso, la memoria judía y la lengua alemana, violada por los discursos, informes y condenas del Reich de las cenizas.

La extranjería atraviesa inevitablemente la obra del que es, a pesar de los críticos desconcertados, uno de los grandes poetas de la historia de la literatura. Lectores incapaces de enfrentarse a uno de los retos textuales de mayor envergadura del siglo pasado han señalado con el dedo torcido oscurantismo y vanidad en lo que es una sublime concepción del lenguaje. En sus versos, en su correspondencia, se expresa la profundidad que el poeta reconocía en la palabra. Celan escribió desde la obsesión ética por el idioma: una herida y un compromiso que comenzaron con la decisión de escribir en la lengua de los asesinos de sus padres, el alemán, que “permaneció intacto a pesar de todo”, pero que debió “pasar por su propia falta de respuestas, por un mutismo terrible, por las mil tinieblas de la palabra que trae la muerte”, tal como expresó en su conocido discurso de aceptación del Premio de Literatura de la ciudad de Bremen.

Celan compuso su obra en el idioma del Faust de Goethe, que recibió como regalo en el día de su bar mitzvá. Después de los campos no lo empleó como lengua de diálogo en París, ni lo enseñó a su hijo, con quien hablaba en francés. Pero como poeta no sólo se resistió a ser expulsado de su idioma materno tanto por el discurso nacionalsocialista como por el veredicto de Adorno —“Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”—, sino que construyó su obra como una forma de arqueología filológica y literaria que partía de su compromiso de rastrear las vetas de complicidad con el horror que atravesaban el idioma alemán. Para ello, se sumergió en el tuétano etimológico de la palabra en busca de su significado profundo, se aproximó al texto desde los planteamientos de la Cábala —sin la vocación mística le han atribuido en ocasiones—, resemantizó términos que en el contexto de sus estrofas cobraron un sentido nuevo y buceó en diccionarios antiguos para rescatar palabras que, por haber caído en desuso, no habían sido empleadas para el asesinato. Pero su obra no es tan solo una búsqueda filológica. La poesía de Celan no puede descifrarse sin entenderla como contrapoesía: composiciones escritas como respuesta crítica a la tradición, a un referente al que el autor llegaba volviendo sobre los pasos idiomáticos de los asesinos.

La condición de desplazado de la patria se manifiesta en la obra de Celan, sobre todo en esa tensión con el lenguaje. La palabra, el cuestionamiento de la poesía que le antecedía —“Toda la tradición es materia de refección”, escribió Bollack sobre Celan—, el Jurbán (o “Churban”, término con el que se refiere al exterminio en una anotación) y la memoria del pueblo judío constituyen las principales temáticas de su bibliografía. El nazismo fue, para quienes lograron conservar la vida, la condena al exilio, a la huida, sí, por lo que no son temas ajenos a su obra; pero el poeta se ocupó en primera instancia de observar la muerte y la violencia antes que el destierro, quizá porque no existió para el niño educado en hebreo y alemán en tierra de rumano, ucraniano, ruso e yiddish, ni para el escritor en lengua alemana residente en París, más patria que el idioma. Con ése dialogó en cada acto de escritura y no dejó nunca de vivir en él.

Con todo, Celan nos legó al menos una referencia poética a Czernowitz, el escenario de su infancia. El toponímico descompuesto en “czerno” (negro) y “witz” (que designa un lugar) es la “schwarzerde, schwarze / Erde” (tierra negra, tierra / negra) que abre una de las piezas incluidas en Die Niemandsrose (1963). Un poema que, escrito en Francia, evoca el paisaje de la niñez que, al ser tomado por los asesinos, es recordado como “Stunden- / mutter / Verzweiflung”: (“madre / de horas / de desesperación”). Sin embargo, pese a la —quizá nostálgica— alusión a la tierra de nacimiento, el término con que la evoca se relaciona también con el sustrato lector de Celan y la constante referencialidad de su obra. “Schwarzerde” invoca en el poema a Ósip Mandelstam a través de la elección de la misma palabra con la que éste designó metafóricamente el sustrato más profundo de la tierra poética en su ensayo Palabra y cultura (1921). Así, la probable evocación de Czernowitz se mezcla con las raíces literarias del autor y la memoria de los judíos asesinados por el nacionalsocialismo.

Singularísima, la obra de Celan probablemente sólo pueda ser paradigma de sí misma. “Schwarzerde”, desde luego, no representa un modelo de escritura del exilio, ni se corresponde de forma evidente a uno previo; de la misma manera que su poética no puede ser tomada como ejemplo recetario de la literatura posterior a la Shoá. La relación con el territorio, como la lengua, la violencia o la memoria, cobra en su escritura una forma de expresión única e intensa que reclama ser atendida.

Referencias Bibliográficas

  • Benéitez Andrés, Rosa y Martín Gijón, Mario (eds.) (2016): Lecturas de Paul Celan. Madrid: Abada.
  • Bollack, Jean (1987): “Pour une lecture de Paul Celan”, Lignes 1, pp. 147-161.
  • Bollack, Jean (2005): Poesía contra poesía. Celan y la literatura. Madrid: Trotta.
  • Celan, Paul (1962: “Letter to Siegfried Lenz (Paris, January 30, 1962)”, Paul Celan - Die GollAffäre, No.157.
  • Celan, Paul (2002): Obras completas. Madrid: Trotta.
  • Civikov, Germinal (1992): “Die grenzen des kommentars. Zur ‘Schwarzerde’ von Paul Celan”, Neophilologus, 76. pp. 600-604.
  • Pons, Arnau (2015): Celan, lector de Freud. México DF: Herder.
  • Pons, Arnau (2016): “Paul Celan (1920-1970)”, Makers of Jewish Modernity: Thinkers, Artists, Leaders, and the World They Made. Nueva Jersey: Princeton University Press.
  • Szondi, Peter (2005): Estudios sobre Celan. Madrid: Trotta.
David Aliaga

L’Hospitalet de Llobregat, Barcelona, 1989. Es escritor, editor y doctorando en Teoría de la literatura por la Universitat Autònoma de Barcelona. Colabora regularmente con las revistas Quimera, Librújula y Mozaika.

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