La necedad del crítico
“Inferior a Pasternak es Marina Tsvietáieva”, sentenció el político y crítico literario Marc Slonim en Russian Literature; un pequeño compendio en el cual recorrió las facciones más sobresalientes de una literatura que se construía frente a sus ojos en la Rusia de principios del siglo XX. Un volumen en el que a pesar de resultar informativo y revelador para los curiosos, dedicó apenas algunas líneas a Zinaida Guippius, Marina Tsvietáieva y a Anna Gorenko (Ajmátova), y ninguna a Cherubina de Gabriak. Que además de breves resultaban un tanto peyorativas. Un problema que a la postre terminaría por revelar una seria cojera que practicó Marc Slonim en la ejecución crítica de su formalismo. La ejecución crítica a la que me refiero no va dirigida hacia el conocimiento técnico de la poesía que el crítico ruso poseyó; como lo demostró al describir en apenas unas líneas la poética de Vladimir Maiakovski: “Su poesía oratoria apuntaba a la despoetización del lenguaje, que retrocedió a las expresiones vernáculas y a las frases coloquiales y se colmó de energía y metáforas dinámicas […]”. Sin duda, una crítica reveladora y sensible. Sin embargo, en otros casos su ejecución se apartaba de los motivos literarios para caer en prejuicios demasiado alejados de la literatura para considerarse críticos. Por ejemplo, al colocar en paridad a Fyodor Teternikov (Sologub) y a Zinaida Guippius dijo:
Mucho más complejos y decadentes fueron Fyodor Teternikov y Zinaida Guippius. No lograron la fama o la influencia de Balmont o de Briúsov, pero dejaron obras (especialmente Sologub) de valor poético duradero. […] Las líneas breves y muy melodiosas del verso perfecto de Sologub, con su precisión anti-retórica parecían sencillez, pero realmente ocultan una filosofía sutilmente pesimista.
Pero, al referirse a Guippius:
Casada con Dimitri Merezhkovski, asociada estrechamente a sus actividades literarias y políticas, si bien conservó su propia originalidad creadora […]. Poeta de complejidades cerebrales, de sentimientos y pensamientos fronterizos, Guippius logró una forma peculiar, extraña y sencilla. […] también se le conoció por sus mordaces artículos literarios y por un par de obras de teatro llenas de equívocos psicológicos. Vehemente anticomunista, murió en París en calidad de emigrada.
Aquí encontramos algunas inconsistencias. En primer lugar, arranca relacionando a la escritora con su pareja sentimental, cosa que no ocurre con Sologub; el cual mantuvo una relación con la novelista Anastasia Chebotarévskaia; y, aunque ambos personajes (Chebotarévskaia y Merezhkovski) no resultaron significativos para la literatura rusa —bajo la constancia que Slonim no incluyó a ninguno en su compendio—, en el caso de Zinaida Guippius consideró necesario indicarlo. Posteriormente, acusa a la escritora de tener pensamientos y sentimientos fronterizos y de realizar obras de teatro llenas de equívocos psicológicos. Cabe preguntarse si debía incluirse a una escritora con tantos problemas.
Podríamos pensar que el caso anterior fue un simple tropiezo, sin embargo, al internarse en el movimiento acmeísta dijo: “La cabeza del movimiento fue Nicolái Gumiliov, preceptor de San Petersburgo y maestro de poetas, fundador de la ‘Hermandad de los poetas’”. Y continúa: “La primera mujer de Gumiliov, Anna Gorenko (nacida en 1888), que escribió bajo el pseudónimo de Ajmátova, se convirtió en una de las poetas rusas más estimadas en el primer cuarto de siglo”.
Una vez más el crítico literario Marc Slonim acentuó la relación de Anna Ajmátova con el poeta Nicolái Gumiliov. Situación muy extraña ya que si consideramos la repercusión de la escritura de Ajmátova podríamos decir —usando los términos de Slonim— que Ajmátova fue “superior” a Gumiliov. Ajmátova en 1962 estuvo nominada al Premio Nobel de Literatura; en 1964 recibió el Premio Internacional de Poesía en Taormina, Italia; en 1965 fue nombrada doctora Honoris Causa por la Universidad de Oxford, además de haber sido traducida a varias lenguas (el mismo poeta Joseph Brodsky la alabaría en muchos sentidos). Puesto que el mismo Slonim declara que, a pesar de que Gumiliov es el fundador del acméismo en Rusia, el poeta más importante de aquel “ismo” fue Ósip Mandelstam.
Por esta razón resulta confusa la construcción crítica de Marc Slonim. Si pretendió imponer un sistema jerárquico, para usar términos como “inferior” o “superior”, entonces debió señalar a Gumiliov como el esposo de Ajmátova. Sin embargo, no podemos juzgar a Slonim por haber errado en su juicio. Como mencioné antes, tuvo las herramientas necesarias, tanto la inteligencia como la sensibilidad, dos bastiones primordiales en la crítica literaria. Pero no podía saber que tanto Marina Tsvietáieva como Anna Ajmátova resultarían a futuro ser apabullantes y significativas. El problema de Slonim fue un dilema que ha sido discutido por varias generaciones: ¿se debe incluir la vida de los autores al analizar la obra?
En Russian Literature podemos ver que al incluir la vida de los escritores se pierde la proporción del análisis. Slonim sabía que Anna Ajmátova había sido una de las poetas más populares del primer cuarto del siglo en Rusia y reconocía la potencia retórica de Marina Tsvietáieva, pues él mismo señala sus virtudes. En un país como Rusia, en el cual se idolatra la imagen del poeta a tal punto de ser capaces de llenar estadios para escucharlos (como sucedió en la segunda mitad del siglo XX), debió saber que la popularidad de Ajmátova resultaría determinante con el paso de los años. Es cierto, podemos considerar la influencia de Gumiliov en los libros iniciales de Ajmátova —como se puede ver en La tarde (1912), El Rosario (1914) y Bandada blanca (1917)—, y que el Réquiem contiene una impresionante comunicación con la represión que ocurría en su país, durante la cual su esposo Gumiliov y su amigo Mandelstam son asesinados, esto no significa que sea un factor para el análisis literario, pues el acto creativo no es un síntoma de los sucesos.
De ser así, cualquier diario escrito en un campo de concentración sería considerado literatura o todas las parejas de escritores crearían obras deslumbrantes. El acto creativo es la respuesta al talento individual y éste se puede dar en circunstancias precarias o agradables, escasas o abundantes.
Por su parte, Marina Tsvietáieva también mantuvo comunicación con escritores importantes, como Boris Pasternak y el alemán Rainer María Rilke, que también sufrió las vicisitudes de la represión en su país. Sin embargo, a diferencia de Ajmátova, Tsvietáieva reconoció su posición de mujer-poeta desde dos puntos en los que no pudieron intervenir ni sus parejas ni su amor platónico: se reconoció desde la infancia y la represión político-religiosa, como lo muestra en el cuento autobiográfico titulado “El diablo”:
A ti no te besan sobre la cruz bajo la cruz del juramento forzado y el falso. No es tu imagen, bajo la forma de un crucifijo, la que toma el sacerdote —servidor y cómplice del Estado asesino— para tapar la boca de su víctima. Tu nombre no sirve para bendecir las batallas ni las matanzas. Tú en las dependencias del Estado no estás […]. Si se trata de buscarte, hay que hacerlo en las celdas incomunicadas de la rebelión y en las buhardillas de la poesía lírica. De ti, que eres el mal, la sociedad no ha abusado.
Tanto para Marina Tsvietáieva como para Anna Ajmátova la situación política-cultural resultó vital para su escritura, mas no determinante. La muerte, los traslados, la extranjería y la soledad se vieron traducidas en una inabarcable tristeza que Marc Slonim no fue capaz de identificar como una vena independiente a la de sus contemporáneos. Mientras que poetas como Mandelstam perpetuaban el espíritu etéreo, individualista y romántico que había caracterizado al bardo tradicional: “Vivo en la escalera falsa, y en la sien / me golpea profunda una campanilla agitada. / Y toda la noche, sin descanso, espero la visita anhelada / moviendo los grilletes de las puertas”; para Ajmátova la violencia se inmiscuía en la problemática de su escritura. “¿En qué es peor este siglo a los anteriores? / Acaso en la embriaguez de la tristeza y la zozobra. / Que ha tocado la llama más dolorosa / pero no ha podido curarla. / al poniente el sol todavía resplandece / y los techos de las casa aún brillan / Sobre la ciudad blanca se vislumbran las cruces / y los cuervos, a los lejos, vuelan”.
No se trata de la tristeza egoísta del artista, sino de una tristeza panorámica que contenía tanto las tragedias personales como el espíritu de una Rusia devastada por las guerras que acechaban desde el exterior y por la tiranía que reprimía desde su interior. Aunque otros escritores eran asesinados por sus convicciones políticas —debido a la incomodidad que provocaba su trabajo literario en los mandatarios—, estas mujeres fueron las que lograron exponerlo de manera clara, concisa y total.
Además había en ellas una búsqueda que, a la distancia, resultaría reconocida y apreciada: la mujer-poeta: “Eras tú quien destrozaba cada uno de mis amores felices, corroyéndolo con las apreciaciones y rematándolo con el orgullo, ya que tú me decidiste poeta, y no mujer amada”. En Marina Tsvietáieva la condición de mujer se apartaba de los tópicos habituales en la poesía, pues reconocía una posición desde la cual percibir el mundo. Por ejemplo, en una de las conversaciones con Antokolski dice: “Hay dos maneras de relacionarse con el mundo: la amorosa y la maternal […]. La paternidad no existe. Existe la maternidad: María —Madre, —M mayúscula”. Plantea dos maneras de relacionarse con el mundo, anunciando su posición de mujer exclusiva para ambas maneras. Generando una identidad propia oponiéndose a los esquemas masculinos de la escritura en los que la mujer pasaba a ocupar un papel secundario en cualquier escenario: “No soy una heroína amorosa, nunca me abandonaré a un amante, siempre —al amor”.
Aunque a simple vista podrían parecer insignificantes los hallazgos de la poeta rusa, a la postre resultarían vitales para la conformación de una vena literaria muy significativa para la poesía en la actualidad. Por citar algunos de los nombres más representativos, desde el renacimiento de Cherubina de Gabriak hasta la aparición y constante influencia en poetas como Bela Ajmadúlina, Olga Sedakova, Tatiana Poletáeva, Elena Schwarz, Vera Pavlova y —cruzando el océano— Natalia Litvinova.
Quiero dejar claro que no pretendo vilipendiar al crítico Slonim, el cual, en el oficio lleva la suerte y vale la pena reconocer la gran cantidad de atinos que consiguió en un panorama que, para la época en la que se redactó Russian Literature (1928), resultó muy certero. Pretendo esclarecer los resultados de una estructura crítica mal construida. Si el crítico ruso no hubiese relegado a “esposa de” a las poetas mencionadas, con su afilado bisturí habría sido capaz de detectar las particularidades que estas escritoras presentaban. Lamentablemente este no es un caso aislado. A lo largo de la Historia se ha menospreciado el trabajo de decenas de escritoras, obligándolas a reaparecer en el plano literario de la manera más difícil, pero también más poética: la trascendencia.