Columna Semanal
17 de abril del 2019

Las religiones y las sectas pregonan con todas sus fuerzas la llegada del Apocalipsis, el castigo divino. El hombre al cumplir sus deseos egoístas hace daño. La historia de la sociedad está hecha de hombres que luchan por restaurar el bien y tratan de infundir esperanza; otros se afanan por cumplir con sus objetivos malvados y destructivos del orden; otros más sólo parasitan. ¿Qué lugar tiene la religión en la búsqueda del bien? Reflexionar sobre el sentido de la vida provoca desasosiego, porque quizá no encontremos una respuesta positiva ante la decadencia humana. Por eso necesitamos ideas. Cada que nos asomamos a nosotros mismos encontramos desgracia, excepto si estamos sanos espiritualmente. ¿Qué hacer frente a la destrucción de la ciudad interior, esa ciudadela imaginada por sabios y pensadores de la antigüedad? Nos desgarramos buscando una respuesta; pero quizá la forma más genuina de librarnos del mal que nos lastima es la luz espiritual, ayudándonos de las ideas forjadas por seres humanos que se liberaron de las ambiciones y buscaron la verdad. Ahora ni los que se dicen fieles pueden abandonar sus ambiciones de poder.

Un mundo multicolor en apariencia, pintado por sonrisas satisfechas, pero almas grises y oscuras se guarecen en los templos. Pocos hombres tienen Paz en su corazón. La paz no es la felicidad empaquetada, de mostrador, que nos quieren vender. Con la idea del Apocalipsis, al parecer, los grupos religiosos radicales creen que la solución a tantos males es el castigo del pecado. ¿Hasta qué punto les ha hecho daño leer sólo la Biblia y tomar su palabra como absoluta? ¿En qué idioma se comunica Dios? La creencia en un Dios o en dioses –en el caso de las adoraciones politeístas antiguas– lleva implícita la idea de castigo y de bienaventuranza. Y es que cada paso que damos en nuestra vida puede ser uno hacia el cielo o hacia el infierno. Los creyentes son tan soberbios que hablan y juzgan por Dios, y creen que tienen todas las armas y los juicios para decir quiénes son los malos y no merecen el paraíso celestial. Esto es una pantalla, un fantasma de sí mismos, porque en su interior sienten culpa por los daños que cometen contra su prójimo o por sus deseos perversos. Por su Fe esperan ser limpiados, absueltos.

¿Por qué las religiones no dejan la filantropía hipócrita y hacen uso de la inteligencia para comprender lo que pasa con nuestra Humanidad y así conocer los senderos que nos han llevado a este despeñadero? Hay que reforestar el bosque de nuestra fe.

Se sabe y es difundido en sin fin de medios de comunicación las faltas de los pastores, de los sacerdotes y demás gurús a sus propias normas y creencias religiosas. Faltas relacionadas con el poder económico y político, con el lujo y la satisfacción sexual. El poder religioso no les satisface. Estos detentadores religiosos son quimeras que no tienen una fundamentación ética. Como adeptos escondemos la podredumbre de nuestras creencias religiosas, incluso en nuestra propia casa. Las religiones han caído en decadencia por el dogma y la prohibición de nuevas perspectivas de pensamiento, y por nuestra mirada mecanicista y materialista del cosmos, que pone en duda la existencia de Dios.

A propósito de la Semana Santa y su celebración, sentimos la Pasión de Cristo, nos entristecemos y sufrimos. Vemos a los culpables de su crucifixión con horror, con resentimiento. Cuando se escenifican estos rituales sentimos frustración por la maldad que sufrió Jesús. Sin embargo, me queda la sensación de que no hemos aprendido lo suficiente. Queremos crucificar a quien se opone a nuestras ideas, o simplemente por nuestra incapacidad de comprender al otro. Creo que seriamos incapaces de reconocer a un ser elevado espiritualmente que nos enseñe las virtudes humanas con el ejemplo, o que con sus preceptos critique nuestra vida cotidiana enmarcada en la frivolidad. Somos también incapaces de reconocer el trabajo de las personas que han sacado de las dificultades una enseñanza, que han sabido mirar el mundo para comprenderlo, que buscan la verdad y quieren compartir lo aprendido en la búsqueda, pero, sobre todo, que están por encima de los placeres que proporcionan las cosas materiales.

Ver la representación de la Pasión de Cristo nos sensibiliza. Esa compasión momentánea se acaba finalizando el ritual de la semana y todo regresa a la normalidad. Nos guiamos por las pasiones y el interés propio, por eso ahora podemos sufrir la crucifixión de Cristo y después celebrar escandalosamente la vida. Los proverbios de la sabiduría no enraizaron en nuestra mente. El perdón se quedó escondido en el sótano; si lo encuentran, espero que me perdonen por pensar así, no juzgo por Dios. Pero por favor, no sean hipócritas, que Dios lo sabe.

Elizabeth Arias

Oaxaca, 1992. Estudió Humanidades en el IIHUABJO. Es promotora de la lectura.

Fotografía de Elizabeth Arias

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