Columna Semanal
12 de enero del 2018

Teorías sobre la traducción como oficio se siguen discutiendo, poco a poco aumenta el interés del público lector hacia la labor del gremio. Sin su trabajo nuestro conocimiento literario y artístico de otras culturas sería más pobre. Famosa, maliciosamente, sentenció Robert Frost: “Poesía es eso que se pierde en la traducción”; Miguel Martínez Lage, conocido traductor, lo (https://cvc.cervantes.es/trujaman/anteriores/noviembre_10/23112010.htm) reviró: “la poesía es aquello que persiste intacto al traducirla”.

A los lectores de poesía, esa especie en continua extinción, quizá les baste los casos en los cuales la traducción de un poema, así sea defectuosa, pueda transmitir una idea del conjunto, ya sea un destello del pensamiento poético de su autor o por medio de ese escalofrío en la espina dorsal que solo un poema es capaz de proporcionar. Tampoco aprobarán lo dicho de modo pedestre por Pope: una biblioteca de traducciones se parece a una galería de cuadros que no son más que copias. ¿Qué sería hoy de las bibliotecas sin libros traducidos o de las series televisivas sin subtítulos, en países como el nuestro? El poeta inglés pasó por alto esa imagen, afortunada, de que un poema no se puede colocar en un cuadro para ser admirado, no se puede poseer como tal más allá del objeto-libro, pero se puede llevar en la memoria, y eso no tiene precio.
Hugo García Manríquez (Camargo, 1978) charló de su más reciente traducción el pasado jueves en el IAGO, un libro Premio Pulitzer en 1968, De ser numerosos (Matadero Editorial, 2016) del poeta George Oppen (New Rochelle, 1908-California, 1984), quién vivió exiliado con su familia en los años (http://revistacritica.com/contenidos-impresos/poemas/de-ser-numerosos-george-oppen) cincuenta en la CDMX y durante casi treinta años permaneció sin escribir, viviendo sus libros. Su traductor nos recordó que “traducir es dar a conocer a los muertos, es leer a contrapelo en una lectura intensificada que, de alguna manera, deja una marca documental.”

No deplora HGM el presente ni la actualidad; su obligada reflexión como escritor sobre nuestro medio cultural atraviesa el espíritu de nuestro tiempo y de otros anteriores: la incapacidad de contener en las palabras el flujo de la vida. Por si fuera poco, el lenguaje está monetizado y constantemente pervertido, es necesario repensarlo y desengañarse del aspecto financiero de la Alta Cultura. Pero ese reino animal del espíritu, esa tan anhelada autonomía del creador, ese lugar neutral desde el cual cabe sobrevolar los grupos y los conflictos, necesariamente pasa a través del capital cultural dominante. Él lo sabe, y según recuerdo de mi lectura (no tengo esos libros a la mano) de otra de sus traducciones, Paterson (Aldvs, 2014), también William Carlos Williams arremete contra la esterilidad del conocimiento libresco.

Convengamos, únicamente dentro del contexto de este artículo, que el Estado es un gran invento del ser humano, de nuestro “espíritu objetivo”, y que busca limitar institucionalmente el “egoísmo subjetivo” de cada individuo. Los creadores contemporáneos, recomienda García Manríquez (y, con las diferencias de rigor, autores como Cristina Rivera o Heriberto Yépez), no deberían verse como seres superiores tocados por la gracia, deben buscar la disolución del yo, desmontar el edificio de su orgullo, buscar la creatividad más allá del narcisismo y dejar de creerse diferentes por observarse el ombligo. Y una posible solución es, ya se imaginaran, “entrar en el otro”, puesto que buscarse a sí mismo para encontrarse a sí mismo es el colmo de la inanidad.

Alcanzar ese re-equilibrio, derribar las barreras que nos impiden ser parte de la totalidad del mundo, exige un cierto nivel de desarrollo espiritual y de práctica, (como en la meditación y en el uso adecuado de plantas de conocimiento) aunque simultáneamente se trate de realidades universales accesibles a la gran mayoría, no sólo a los creadores.

Alejandro Guzmán
  • Consejo editorial

CDMX, 1979.  Pasante en Derecho y C.S por la UABJO. Escribe ensayo y reseña literaria.


Fotografía de Alejandro Guzmán

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