Columna Semanal
25 de enero del 2017

Empezar por el principio, terminar con el final, porque existe generalmente un principio y un final, aunque el origen en sí mismo no exista, la construcción de este valor determinado sí. Tal vez respondiendo a una necesidad de ordenamiento, de organización; a una necesidad de expansión intelectual que busca y espera encontrar “el inicio”, “las respuestas” y que, de entrada no resuelve esta petición por su calidad de abstracción inicial.

Es una acción propia de nuestra especie mirar hacia atrás. Que, en su afán explicativo también ha dado por hecho más de una cosa, más de una vez y propiciado la aparición de otros fenómenos, como devenires sintéticos, dentro de la creencia general que han pasado inadvertidos en el colectivo social, tal como ha ocurrido con el mito. Sin embargo, éste a su vez está inicialmente determinado por la cualidad humana de recordar y ciertamente de contar. El mito se desenvuelve como el producto mismo de la distorsión casi siempre inconsciente de la memoria y en la mayoría de ocasiones a nuestro favor puesto que son de estos recuerdos de los que depende la conformación de la Identidad individual y colectiva. A pesar de que estos mismos recuerdos hayan estado en su momento supeditados por la influencia de múltiples factores que no recordamos más, que se han olvidado o en realidad suprimido y obtengamos en cambio el recuerdo de una imagen final sublimada y más bien incierta.

Persiste en mi memoria la frase que cito sin aludir a su autor, pues lo único que permanece conmigo es el recuerdo de su mención, una tarde de verano. “Nunca vemos la realidad, sólo la interpretamos. Y después nadie nos enseña a mirar, nos han corregido al escribir, al leer, al hablar; nadie nos ha enseñado cómo mirar.” Tal como ocurre con el recuerdo, la visión del mundo desde nuestra posición enunciativa es meramente parcial y sobre todo, determinada. De ahí que la interpretación como filtro primero sea la base de nuestro propio aprendizaje y esté en realidad plagada de deficiencias. A pesar de esto, necesitamos seguir interpretando, porque con ello seguimos construyendo puentes, conexiones que nos aproximen a eso que vemos, a veces más lejos de lo que se cree como “realidad”. Necesitamos echar mano de este recurso frágil, inestable para establecer construcciones, historias convincentes que nos afirmen ante la consciencia propia la imagen del sí mismo, del mundo exterior, de sus relaciones y de todo eso que pasa entre sí. Tal como ocurre con la mujer que mira una fotografía de sí misma a la edad de dos años. Entre la fotografía descontextualizada de aquel momento pasado y el adulto que la mira en su presente inmediato no existe relación. Hay un abismo de discontinuidad. Sólo subyace el diálogo que el propio individuo empieza a perfilar. Un discurso de mitificación. Una construcción mental que se repite a sí misma para conectar a ambos sujetos distantes. Yo soy esa niña. Yo fui una niña. [También].

Por sí misma la memoria no es un recurso confiable en la práctica, tampoco en la investigación formal. La reunión de múltiples narrativas mutables que convergen en el lenguaje compartido, y que en función con la variable del tiempo, su calidad de veracidad empieza a desvanecer. Como la imagen mental dañada por las evocaciones que la reincidencia de recordar sobre el mismo objeto genera, mismo que no se parece en nada a lo que era en su momento original y ahora aparece ante un lejano ayer. Por esto, sí es en cambio, un gran recurso para crear ficción. La memoria es una construcción precaria que exacerba su condición de incertidumbre con el tiempo, como los edificios, con fecha de caducidad. Un día te encuentras con una calle entera en ruinas o bien, un espacio vacío en la memoria. Yo misma tengo recuerdos como las pirámides de Guiza, que se insinúan para la eternidad. Tengo también recuerdos como casas prefabricadas, modulares, que se perdieron en cuanto el tornado llegó.

Sofía Garnica Esteva

Estudiante de Preparatoria, Instituto Luis Sarmiento. 

Fotografía de Sofía Garnica Esteva

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