Una de las más grandes hazañas de Hugh Glass, legendario personaje del imaginario fundacional estadunidense, es el eje en torno al cual gira la más reciente cinta del director Alejandro González Iñárritu, El renacido (2015). Basada en el libro homónimo de Michael Punke, la trama de la cinta dicta lo siguiente: un grupo de tramperos de la primera mitad del siglo XIX es mermado tras un ataque perpetrado por indígenas de la región, del cual sólo algunos logran escapar. El único hombre que conoce el camino de vuelta, Hugh Glass (Leonardo DiCaprio, el bueno) es atacado por una osa. Moribundo y en calidad de carne purulenta y rumiante, se convierte en un estorbo para la tropa, que intenta abrirse paso en el territorio septentrional del salvaje Oeste. El capitán de la expedición lo deja al cuidado de tres de sus hombres: Fitzgerald (Tom Hardy, el malo); el hijo mestizo de Glass, Hawk (Forrest Goodluck, el feo), y Jim Bridger (Will Poulter). Fitzgerald mata a Hawk ante la mirada de su inmóvil padre y convence a Bridger de abandonar al trampero herido a su suerte. Entonces comienza el verdadero viaje de Glass, movido por el deseo de vengar a su hijo.
La obra con la que Alejandro González Iñárritu se consolidó como director hollywoodense fue Birdman (2004), después de sus intentos por afirmarse como autor internacional de culto con 21 gramos (2003), Babel (2006) y Biutiful (2010), y tras el éxito de su inicial Amores perros (2000), cinta que lo coronó como uno de los máximos exponentes de lo que insistió en denominarse “el nuevo cine mexicano”. Con “El renacido”, el creador mexicano repite la hazaña de ganarse la admiración global, despojándose de los matices que pudieran delatar su origen, aunque mostrando una evidente asimilación de los parámetros cinematográficos de su patria fílmica adoptiva, Estados Unidos.
Destacan dos razones para que la película sea un éxito: la pulcritud de la forma y el morbo de fondo.
Las flamantes heridas de DiCaprio recuerdan a la sangre expuesta de Cristo. Es natural asociar el viaje del héroe de Iñárritu con el viacrucis cristiano y con la promesa de alcanzar la gloria luego de experimentar la crueldad de la carne sometida a la tortura.
El ataque de la osa es sólo el zarpazo inicial; el espectador será sometido a la tortura de ver a Glass atravesando un padecimiento físico tras otro. Caer de un precipicio, ser apuñalado, sumergirse en un río helado, dormir al interior del cadáver de un caballo, arrastrarse en la nieve. Nada es poco para su sufriente piel; el recurso se repite tantas veces que llega a rozar los límites entre el drama y la comedia involuntaria.
Las inconsistencias físicas del mito de Hugh Glass son abundantes: desde la asombrosa recuperación de las piernas del explorador, cuyos huesos parecen soldar escapando a la lógica de la anatomía, hasta su habilidad de escapar a la hipotermia después de caer a un río gélido sin más método de calefacción que una pequeña fogata. Aunque Kafka haya demostrado que una narrativa adecuada nos inclina a aceptar lo inverosímil como verosímil, “El renacido” abusa tanto de la fórmula de “muerte-resurrección”, que no lo consigue. La ficción se sigue revelando como tal en todo el filme.
Por otro lado, al cine de Iñárritu hay que aplaudirle el esmero en los aspectos técnicos, cosa que lo y nos libra de hacer mano de la insistente bandera nacionalista que ampara la falta de rigor de una parte del cine producido por mexicanos, bajo el pretexto de la falta de presupuesto o de formación. La mancuerna con el Chivo Lubezki, su fotógrafo de cabecera, es un punto clave para la seducción de la audiencia. Los paisajes gélidos retratados por su cámara, los planos secuencia y los contrapicados hechos a la naturaleza son en sí mismos una razón suficiente para maravillarse con la cinta. Sin embargo, nuestra mirada es de una facilidad tal que, si hay algo que la seduce más que lo sublime, es el morbo despertado por lo grotesco. La cámara no repara entonces en mostrarnos el calvario de Hugh: carne expuesta, pus y ojos inyectados incluidos.
Así como Glass se zambulle en el río y sobrevive airoso, Iñárritu sale victorioso tras echarse un clavado por las figuras estereotípicas de la épica norteamericana: las tribus agrestes, los bandidos, los blancos ingenuos y hasta el buen salvaje que rescata al relato de ser políticamente incorrecto.
Hollywood recompensa la obediencia de sus hijos.