Algunos protagonistas del Parnaso literario mexicano (centralizado, como en todas partes, alrededor de un puñado de consorcios editoriales e informativos que imponen una lógica al campo cultural, influyendo en la recepción de los libros y dando forma a la opinión pública), han reflexionado sobre la pluralidad de enfoques con que puede abordarse esta novela, y las opiniones son favorables: un inesperado, inédito, uso del lenguaje coloquial al servicio del texto literario, algo infrecuente en el panorama nacional, nos dicen, y un estilo, escrito a la diabla, que no da respiro e impide una lectura superficial y cuya forma de abordar el tema fue, al parecer, la única posible.
Temporada de Huracanes (PRH, 2017) puede leerse además como una historia de la infancia despojada y la adolescencia corrompida, sus escenarios son puebluchos alrededor de una zona petrolera del Golfo de México. El argumento es previsible al principio: el consabido crimen de una personalidad en un ambiente provinciano y en torno al cual se narra la historia de los demás personajes: aquellos que en el mundo cruel, egoísta de Dickens son los desprotegidos, los infantes abandonados y los rechazados, poseen en esta narración una incapacidad para comunicar afectos y una perversión general de sentimientos, algunos de los cuales los origina el núcleo familiar. Los hombres, jóvenes o adultos, son unos borrachos mantenidos, malhechos o pocos huevos; sus espíritus están vacíos y disponibles para los vicios, díscolos en el sentido de estar al tope de hastío. La mujer sostiene la casa, aunque sea “a base de sentones de nalgas”, la abuela alcahuetea a su nieto por ser hijo de su único varón, la nieta solo vive sinsabores, quizá por ser la más humana o la menos vengativa. Infelicidad materna, odio al hermano menor, también una crítica al hecho de que las mujeres tengan que soportar el hecho de haber parido canallas o no saber oponerse a ese rancio patriarcado. En la anterior novela de Fernanda Melchor (Veracruz, 1982) al menos un protagonista es también adolescente y homosexual prostituido. Sabemos que una que otra vulgaridad o anécdota obscena realza el talento y facilita la lectura: hay en este libro escenas de una sexualidad “sucia”, no necesariamente placentera, y, al tiempo, aversión por el cochambre y por los aromas de la podredumbre (si no es puerco, no es buen sexo, solemos oír en conversaciones distendidas). Junto a su lujuria lumpen, es el alarido del dinero lo que arrastra sus existencias, y el que los sepulta. Gente de mal vagar, no se rebelan contra el orden establecido ni contra la violencia institucionalizada, no hay conflictos de clase, ansían huir, pareciera que convierten su pobreza no de nacimiento, sino de miseria, en odio contra la humanidad.
Y a propósito de los recursos literarios empleados, estos incluyen, entre otros, cambios en la ordenación de los sucesos, continuos saltos o rupturas en el tiempo lineal y, debido a la alternancia de voces narrativas, entramos en la mente de los personajes… aunque dan la impresión de alcanzar un mismo punto de vista, de que al final, la buscada o no, impersonalidad del autor omnisciente, no es lo más firme en la novela. A veces ese estilo de larga cadencia y puntuación no convencional puede distraer, pues algunas frases enrevesadas hacen volver los ojos sobre ellas, pero tampoco es una lectura exigente. Un ritmo verbal unido a una economía intelectual y estética lo hallamos en diferentes literaturas; por ejemplo, y guardadas las distancias, en Lo demás es silencio de Monterroso, que casualmente leo, o en algunas obras de Cormac McCarthy o Jean Genet, por evocar un par de probables reminiscencias de la veracruzana. Es cierto que muchos no esperan ya de los escritores compromiso político o algo así como conciencia nacional, pero leer es intentar comprender desde una posición a la vez marginal y privilegiada, y esa búsqueda del porqué del desastre y salvajismo de nuestra sociedad incluye las obras narrativas, cada vez más en desuso. Una historia bien escrita es todo lo que puede ofrecer el narrador, y en este caso, hay consenso entre algunos lectores y escritores.
Artículo publicado en el periódico: Noticias