Japón
30 de enero del 2017

La fila india, Antonio Ortuño
Océano, 2013

Los números deshumanizan la muerte, pero obras como la más reciente novela de Antonio Ortuño nos permiten recordar que alrededor de cada cifra siempre hay una historia. Detrás de cada unidad que aumenta la vergonzosa contabilización de los que mueren en territorio mexicano, hubo angustia, incomprensión ante el abuso, impotencia, desmayos de terror, carne lacerada, sufrimientos inconmensurables. La fila india nos recuerda también que la muerte no es el final de todo; la crueldad y la violencia invariablemente generan ecos. Después de cada baja, vendrán familias que se desgarrarán y odios que se acumulan silenciosamente con la amenaza de explotar en cualquier instante; tras cada agresión, quedan vidas destruidas o marcadas de forma permanente; y en cada víctima que sobrevive, nace un victimario en potencia.

La fila india es el cuarto ejemplar de género novelístico del jalisciense, quien también se desempeña como periodista desde hace catorce años. El escritor, nacido en 1976, ha sido traducido a diez idiomas y ha recibido reconocimiento tanto a nivel nacional como internacional. En esta ocasión, el autor nos lanza desamparados entre “las diversas masacres simultáneas que llamamos México” y, sin más preámbulos que el confuso asesinato de una trabajadora social de la Comisión Nacional de Migración, presenciamos cómo se encierra bajo llave a más de cuarenta emigrantes y se les quema vivos. La vacante surgida tras el homicidio de “la buena de Gloria, la que siempre ayudaba” y el incendio acaecido, precisamente, en un albergue de la conami son los motivos que llevarán a Irma a Santa Rita. Este pequeño pueblo, enclavado al sur del país, es el escenario de una lucha macabra entre distintas bandas de tráfico humano, que dependen de grandes cárteles y buscan obtener el máximo beneficio económico de los grupos de centroamericanos que se dirigen hacia Estados Unidos.

La tarea inicial de esta joven socióloga consistía en entrevistar a los sobrevivientes del incendio y a sus familiares, con el único fin de explicarles el proceso de repatriación y asuntos relacionados con las indemnizaciones, pero comenzará a involucrarse de forma más personal al descubrir que los polleros no sólo cobran una cuota por llevar a los emigrantes a su destino, sino que cometen todo tipo de atropellos sobre estos seres a los que consideran su “mercancía”. Al cambiar de territorio de dominio, los venden por lotes a otras bandas, en ciertos puntos se les obliga a pagar cuotas extras para continuar su viaje, se les despoja por completo del escaso dinero que llevan, se lucra con su sed y con su hambre, se viola y prostituye a las mujeres durante el trayecto, se les secuestra para obtener rescate de sus familiares y, en algunos casos, se ven obligados a escoger entre unirse al cártel de sus mismos agresores o ser asesinados. A la par que realiza estos “descubrimientos”, Irma establece sin mucha reflexión dos vínculos que pondrán en riesgo su vida y la de su pequeña hija: el primero, con una sobreviviente salvadoreña a la cual intenta proteger; el segundo, con el encargado del Departamento de Prensa de la CONAMI, con quien entablará un amorío.

Ortuño no expone de golpe la lógica del movimiento de estas bandas delictivas, sino que devela paulatinamente los intereses subyacentes a las tragedias individuales de sus personajes. Nos encontramos frente a una denuncia valiente y una crítica severa, pero a la vez ante un relato bien llevado que enfoca la intriga desde diversos ángulos y tira ininterrumpidamente de sus hilos narrativos hasta formar un tejido tenso. El narrador omnisciente de La fila india es certero, expedito, ameno e incisivo; se sirve de metáforas crudas, no le teme a las descripciones explícitas de hechos grotescos, posee un humor ácido y no cobija con eufemismos las atrocidades que ocurren en México. Si algo pudiéramos lamentar en cuanto al estilo de la novela, sería que el virtuoso tono de dicho narrador y su ritmo tan particular tienen la desventura de aparecer en los diálogos, monólogos, y relatos en primera persona de varios protagonistas, tanto masculinos como femeninos, homogeneizando así las voces, y un poco las percepciones de personajes completamente distintos. Parecería que el veloz ritmo de la respiración de Ortuño se escucha en cada uno de sus protagonistas, en vez de que cada uno respire y hable con una cadencia propia, atendiendo a su caracterización. Sin embargo, la elección del vocabulario y el registro es sumamente acertada, el autor tiene la capacidad de revelar en una sola frase la naturaleza entera de un personaje. La primer intervención en la obra del Delegado de Migración de la conami ilustra este punto: “Estamos jodidos con los quemaditos”. Las cinco palabras que el funcionario utiliza para abrir la reunión de trabajo en torno a la masacre, dan un retrato nítido de su mediocridad, su banalización de la muerte, la falta de seriedad con que asume el cargo, su insensibilidad. Con respecto a la progresión, Santa Rita es un escenario donde las luces se encienden poco a poco, a medida que las víctimas caen sin cesar ante la impotencia de la protagonista. En la apertura, el lector está rodeado por un ambiente de zozobra, desconcierto, oscuridad; pero no se le carga de descripciones innecesarias ni explicaciones largas, se ilumina sólo lo justo, incluso un poco menos. Al aproximarse el desenlace, el lector se encuentra en un teatro completamente iluminado que nos entrega la repulsiva escena de un gobierno que trabaja con, y no contra el crimen organizado. Bajo esta luz, la protagonista sabe que ha caminado al borde del precipicio con los ojos cerrados.

La fila india es una novela para todo aquel que posea el valor de mirar de frente lo peor de la realidad nacional. Es una obra que no tiene miedo de incomodar a los responsables directos, ni de declarar responsables indirectos a todos los mexicanos que duermen tranquilos sin preocuparse por la depredación de centroamericanos que realizan los cárteles. A través de esta historia, se exponen distintas problemáticas nacionales tan ventiladas como irresolutas: la persecución de los periodistas que no están vendidos al poder, la creciente integración de menores de edad a las filas del crimen organizado, la vacuidad e hipocresía del discurso de las instituciones gubernamentales, la sumisión de los agentes de la policía a las bandas, entre otras. Sin embrago, la obra de Ortuño no es una de las tantas quejas que únicamente se dirigen al Estado y a los criminales sin cuestionar el papel de los ciudadanos y su postura ética. La fila india hace evidente el egoísmo de una clase media hermética, cuyo lema es: “Mi causa es mi quincena” y “su hambre no es la mía”. Es un reproche a la indiferencia de este grupo, incapaz de condolerse por el sufrimiento del otro, indispuesto a cooperar en la solución de los problemas de los emigrantes, pero, a veces, presto a abusar de su vulnerabilidad y sacar provecho de sus carencias.

Nos encontramos ante un obra que problematiza múltiples fronteras, no sólo geográficas, no sólo políticas. La fila india también cuestiona si existe una frontera real entre el crimen organizado y los altos mandatarios; entre la justicia y la venganza; entre la responsabilidad civil y la gubernamental. La ficción de Ortuño parte del hallazgo real de más de ciento noventa cadáveres maniatados en fosas clandestinas. Ante estos asesinatos masivos cometidos en nuestra jurisdicción, sobre víctimas originarias de Honduras, El Salvador, Guatemala, etc., se ha pretendido demarcar otra frontera: entre “sus” muertos y “nuestros” muertos. Esta novela nos muestra el sinsentido de establecer una frontera entre mexicanos y centroamericanos, cuando, independientemente de su nacionalidad, todo ser humano tiene derecho a la vida.

Frases
María Fernanda Piñeyro Aceves

(Cd. de México, 1987). Cursó la Licenciatura en Lengua y Literaturas Modernas Francesas con especialidad en Crítica literaria en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. En 2008, comenzó a escribir para la revista semanaria Día Siete, entonces publicada con El Universal, El Informador, El Heraldo; posteriormente, colaboró como correctora de estilo en la revista Tepalcates. En la actualidad realiza una investigación sobre la visión de la diversidad humana en la obra de Michel de Montaigne.


Fotografía de María Fernanda Piñeyro Aceves

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