El aforismo es un género de minorías, poco conocido y muchas veces denostado. Carece de compendios de textos, diccionarios, acercamientos críticos o acervos bibliográficos. No es extraño que se le considere como tradición "secreta" o "fantasmal"; aunque difusa o vagamente señalada, ha estado presente al menos desde el siglo XIX. Necesaria es, entonces, la mirada en conjunto. Vincular obras o autores conocidos es el primer paso para esbozar un panorama. Ése es el objetivo de las siguientes líneas.
Descubriendo al aforismo
El siglo XIX en Hispanoamérica no fue prolífico en cuanto a la producción de textos aforísticos. Los cubanos José de la Luz y Caballero (1800-1862) y José Martí (1853-1895), o los mexicanos Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893) o Juan M. Balbontín (1807-1883), hacen una excepción, aunque de ellos sólo el último publicó en vida una obra dedicada al género: 98máximas, en 1878. El resto de las muestras circuló en diarios locales o permanecerá inédito y sólo se conocerá por rescates efectuados a lo largo del siglo XX, y aún en nuestros días. Aún hay, por supuesto, mucho que indagar, pero se puede postular que el aforismo no gozó de mucho prestigio ni de mucha difusión entre los lectores.
En la década de 1920 comienza a adquirir presencia. Los años que corren en la segunda mitad de esta década, registran un considerable crecimiento en la publicación de textos aforísticos; sobre todo de autores vinculados a la vanguardia: Oliverio Girondo (Argentina, 1891-1967) los presenta con el nombre de "Membretes", en Calcomanías, de 1925; Vicente Huidobro (Chile, 1893-1948) al año siguiente hará lo suyo en Vientos contrarios; asimismo José Antonio Ramos Sucre (Venezuela, 1890-1930) con su "Granizada": una serie de "disparos al aire", como él los definía, publicados entre 1925 y 1929. Los poetas mexicanos, afines en la revista Contemporáneos, dejaron —aunque escasas— muestras en la revista homónima. Experimentos de ocasión fueron los de Xavier Villaurrutia (1903-1950) en el número de noviembre de 1928; de Jaime Torres Bodet (1902-1974) en diciembre de ese mismo año; y de Bernardo Ortiz de Montellano (1899-1948) en marzo de 1929.
En 1927 se asoma un annus miriabilis para la aforística hispanoamericana. En Con el eslabón, del cubano Enrique José Varona (1849-1933), y en Epigramas del mexicano Carlos Díaz Dufoo II (1888-1932), la hibridez permite asignar a los textos lo mismo las propiedades del poema en prosa que las de la imagen, la viñeta, el microrrelato y, por supuesto, la aforística. Aquí yace el germen de la libertad de creación del aforismo.
Las aportaciones de la vanguardia suelen ser resignificaciones de hallazgos del pasado. Pese a sus intentos de "innovación", asienta su residencia en las épocas pretéritas. "La búsqueda de un futuro —sentenció Octavio Paz— termina siempre con la conquista del pasado. Ese pasado no es menos nuevo que el futuro: es un pasado reinventado". Sucede así con la poesía visual, la sonora o la performática. El encuentro con el aforismo se inserta en ese intento de renovación de las formas consideradas arcaicas o en desuso, que ofrecen, sin embargo, dimensiones estéticas por explorar.
El aforismo contemporáneo es parte de un pasado reinventado. Ya José Juan Tablada había propuesto algo aún más radical al adaptar el haikú a la lengua española. La brevedad, como un ideal estético, se anuncia ya con ese trasvase lírico y abre el camino para otras indagatorias; entre ellas, la del aforismo.
La práctica decimonónica, más cercana a la máxima clásica, privilegiaba las ideas conclusivas, lapidarias por su contundencia, que no dejan lugar a dudas sobre lo que se afirma. Aleccionamientos morales que fueran el estandarte de prohombres, próceres e ilustrados, como se observa en los ejemplos tomados de la pluma de José de la Luz y Caballero, filósofo y educador cubano:
La educación empieza en la cuna y termina en la tumba.
Confesar la propia falta, la mayor de las grandezas.
Aunque no se puede soslayar el hecho de que en él se anuncia una libertad de vuelo que está ensayando con las posibilidades líricas del pensamiento ("Hay aforismos que sólo son motivos para pensar", como él mismo escribió), el surgimiento de un nuevo modelo aforístico se anunciará durante los años 20. Lejos de la arenga moral, los poetas de la generación vanguardista optan por las asociaciones inesperadas:
Marido y mujer: ¡cómplices!
José Antonio Ramos Sucre
Los únicos brazos entre los cuales nos resignaríamos a pasar la vida, son los brazos de las Venus que han perdido los brazos.
Oliverio Girondo
Un hombre desnudo pesa más que vestido.
Comparaciones, contrastes, analogías, descripciones, declaraciones o imágenes con una aparente incongruencia que se explica a partir de vínculos inesperados pero presentes en el texto. La escuela de la greguería está más latente en Girondo o en Ramos Sucre, pero su influencia se dejará notar en esta tercia de autores.
Los apuntes de César Vallejo (1892-1938), incluidos en su libro póstumo Contra el secreto profesional (1973), irán por un camino semejante, quizá un poco más lejos:
Mi metro mide dos metros; mi kilo pesa una tonelada.
Cuando leo, parece que me miro en un espejo.
La crítica ha llamado pointe a un efecto sorpresivo, ligado incluso a la epifanía, que se genera cuando el lector logra explicarse una aparente incongruencia del texto, siempre que éste permita las vinculaciones necesarias. Por supuesto, se puede lindar con el absurdo, como en ciertos proverbios surrealistas de Paul Éluard y Benjamin Péret, y perder con ello la "posibilidad de la revelación":
Los elefantes son contagiosos
Los grandes pájaros hacen las pequeñas persianas
Aplastar dos adoquines con la misma mosca
El aforismo contemporáneo, alejado de la máxima decimonónica, deliberadamente deja vacíos de significado que pueden oscurecer el sentido o entorpecer la interpretación del mismo. Se les ha tildado, un poco peyorativamente, de "oraculares", y se piensa en ellos como si se tratase de una adivinanza o un enigma que se debe resolver. Género apresurado: en ello su gracia y su penitencia. Acorta el camino, anuncia la conclusión sin precaverse de ejemplos o evidencias para convalidar lo escrito. Literatura de atajos (la lingua scorciata, como se le ha llamado en la tierra de Dante) que transita entre lo dicho y el silencio; entre las implicaciones, evocaciones o sugerencias que cada lector asocia a partir de sus capacidades de inferencia, su bagaje cultural, su horizonte de expectativas y, necesariamente, de las pistas que cada texto condense para tal juego de inducciones y/o deducciones.
El filólogo alemán Werner Helmich ha llamado "aforismo poético" a una variedad de "textos brevísimos y frecuentemente elípticos que no representan juicios basados en conceptos abstractos, sino observaciones ‘poéticas’ obtenidas de impresiones espontáneas, de analogías, generalmente visuales". Se trata, a decir de la investigadora Ulrike Schneider, de un "encuentro de la tradición aforística, por un lado, y de la evolución de la poesía moderna, por el otro". Surgido de la fragmentación o, mejor dicho, de la poética de la fragmentación; se trata de una modalidad que privilegia las enunciaciones poéticas, independientemente de su grado de veracidad, certeza o contundencia.
Se atisba como un fenómeno finisecular que encuentra sus antecedentes a finales del siglo XIX y lo largo del siglo XX. Marie-Paule Berranger ha mostrado la renovación vital que los surrealistas pergeñaron. Acaso Stefano Elefanti sea el pionero en investigar los orígenes y el desarrollo del aforismo poético en una tradición específica: la italiana. Elefanti anota que "el aforismo poético nace en los últimos años del ochocientos, principalmente en Francia, y a continuación se desarrolla, también en el resto de Europa, en los inicios del novecientos". La observación del investigador italiano puede aplicarse, con sus respectivas apostillas, a la tradición hispanoamericana. En ambos continentes se atestigua un creciente interés por la literatura aforística, y las coincidencias en su evolución y desarrollo aún están por descubrirse y enlazarse.
El género de los peregrinos. Medio siglo
En los escritores de la vanguardia yace el cruce entre el aforismo y la poesía, pero será en las décadas siguientes cuando aparezca en escena una nueva generación de aforistas encargados de redimensionar el género. La obra de Antonio Porchia (1885-1968) basta para anunciar el arribo de una nueva estética de la brevedad, que signará los caminos por donde transita aún la literatura aforística de Hispanoamérica, siempre menor, oculta, pero presente y en constante evolución.
En 1943, las Voces de Antonio Porchia marcarán el hito en la forma de entender esta escritura. Es sabido que Porchia rechazaba el término "aforismo" referido a su obra, y se debe al sentido normativo o dogmático que la palabra lastra por su práctica en el pasado, de tipo técnica, o sus usos moralistas; pero también, a que intuía que en sus escritos había algo que ya no encajaba del todo con el género de la antigüedad:
No hallé como quien ser, en ninguno. Y me quede, así: como ninguno.
Quien ama a todos, ¿ama a alguien?
Llevo mis manos vacías, por lo que hubo en mis manos.
Antonio Porchia
No hay aquí un enunciado apodíctico destinado a sancionar algún saber o conseja médica, política o moral, y cuyo carácter normativo ostente una autoridad irrevocable, como en la tradición hipocrática, en los escritos políticos de Tácito o en los moralistas dieciochescos; las "voces" son imágenes, descubrimientos, afirmaciones que se someten a juicio, donde la autoridad es lo primero que se pone en duda, a veces con ironía, a veces con escarnio. La brevedad, la elipsis o la condensación caracterizan el "aforismo poético" enunciado por Helmich. Un encuentro entre la poesía contemporánea y la tradición aforística dará frutos en estas "voces" de Porchia.
Los años que conforman el medio siglo —entre 1940 y 1960 aproximadamente— serán decisivos, y más aún: fundacionales. Tiempos de diásporas y exilios. El aforismo, quizá por su naturaleza fronteriza, acoge la experiencia del destierro, de la tránsfuga. El escritor que, por distintos motivos, deja su patria, y muchas veces su lengua, ha encontrado en el aforismo el vehículo idóneo para expresarse. E. M. Cioran, Elias Canetti, Stanislaw Jerzy Lec —o el propio Porchia, aunque con notables salvedades—, ejemplifican esta característica de la aforística contemporánea; la Exilaphoristik: "Aforística del exilio".
El exilio es necesario para comprender algunas tradiciones, como la mexicana. Refugiados españoles o centroamericanos, visitantes temporales o extranjeros avecinados en el país han fortalecido el cultivo del género. Los españoles José Bergamín (1895), José Gaos (1900-1969), Max Aub (1903-1972) y Álvaro de Albornoz y Salas (1905-1975) son, de hecho, los más activos en el lapso de medio siglo.
De la gracejada, herencia de la greguería, a las meditaciones estéticas o las asociaciones líricas, la aforística que promulgan ofrece más de una apuesta provocativa:
Una obra acabada únicamente puede ser obra de un autor acabado.
José Gaos
Dios, librepensador por antonomasia.
Max Aub
La oscuridad está llena de luces apagadas.
Álvaro de Albornoz y Salas
Se suman, cercando el mismo lapso, el argentino Máximo Etchecopar (1912-2002), el guatemalteco Augusto Monterroso (1921-2003), la alemana Mariana Frenk-Westheim (1898-2004) y el ginebrino Sergio Golwarz (1906-1974). En Lapidario. Antología del aforismo mexicano (1869-2014), he dado cuenta de este fenómeno, que inicia en el siglo XIX con los aforismos de Maximiliano de Habsburgo (1832-1867), el emperador austriaco, y que sigue vigente en nuestros días. Uno de los aforistas más prolíficos de la actualidad es de origen ruso: Mijail Malishev.
Los que llegaron a suelo americano, durante el siglo XX, serán en buena medida los renovadores del género; ya en el siglo XXI, son los que se van de su patria quienes prometen continuar con las indagatorias. Sucede así con los argentinos Jorge Carrol (1933), Miguel Ángel Menassa (1940) y Andrés Neuman (1977); el chileno Alejandro Jodorowsky (1929); el cubano León Molina (1959); y el peruano Luis Yslas Prado (1972). "El aforismo —dice un aforismo— es el género de los peregrinos", y resulta sugerente aventurar que entre el peregrinaje y la literatura aforística hay más de un nexo digno de estudiarse.
Reativación: el nuevo siglo
La normalización del aforismo es finisecular; deviene en los años de entresiglos. José Ramón González registra un "nuevo auge" de la aforística en España a partir de los años 80, y que se acrecienta en el tercer milenio: entre 2000 y 2012, apunta el investigador, "han llegado a las librerías un total de ochenta y ocho colecciones de textos breves de inclinación aforística". Números semejantes obtuve en México con la elaboración del Lapidario. Antología del aforismo mexicano (1869-2014). Las antologías de Fabrizio Caramagna muestran similitudes en las tradiciones de Serbia y de Rumania. La creación de asociaciones destinada al estudio del aforismo (en Serbia desde los años 80, en Italia desde 2011), los premios nacionales o internacionales, las antologías recientes y el renovado interés por publicar o traducir a los aforistas, así lo convalidan.
Un centenar de libros, aparecidos en más de una década, puede ser una cifra muy próxima a las tradiciones ya mencionadas. La cantidad no deja de ser nimia; pero la práctica del aforismo no sólo se circunscribe a los libros de "inclinación aforística", es decir, a aquéllos dedicados exclusiva o preferentemente al aforismo, abarca también aquellas exploraciones del ensayo, el poema en prosa o el microrrelato en los que incidentalmente se cruza el aforismo. La hibridez es su norma y no es difícil hallarlo en otros discursos, como nota, apunte, fragmento, pensamiento, reflexión, o bautizado al arbitrio del autor: "voces", "píldoras", "escolios", "annaforismos", "afuerismos" o un gran etcétera.
"Expresión aforística" se le ha llamado a la prosa que condesa "frases citables" y que emulan la concisión del aforismo. Este estilo, a veces discontinuo y fractal, suele ser aprovechado para la realización de recortes con los que un tercero presenta "aforismos" de autores tan variados y dispares como Shakespeare, Sor Juana Inés de la Cruz, Goethe, Tolstói, Erich Fromm…
Juan Varo Zafra reflexiona al respecto:
La fuerza de la cita procede de su descontextualización, de la pérdida de su carácter de testimonio de un determinado momento y de su inclusión en un contexto nuevo, en un nuevo horizonte […]. El aforismo, por el contrario, nace sin ese contexto previo de la cita, sin horizonte temporal o espacial perdido, porque en su anterioridad no encontramos el texto sino el vacío al que remite […].
La fascinación del recorte lejos de iluminar la situación del aforismo, la intrinca. Aquí es visto como un hallazgo que podría encontrarse en cualquier otro discurso, no como un género autónomo. Los estudios de Marco Aurelio Ángel-Lara son ejemplares en cuanto que revelan los problemas epistemológicos de una búsqueda que parte de este postulado para la elaboración, por ejemplo, de un compendio de textos, como las consagradas antologías The Farber Book of Aphorisms (1964) de W. H. Auden y L. Kronenberger, y The Oxford Book of Aphorisms (1983) de John Gross, en las que mezclan indistintamente aforismos y extractos de muy variados géneros.
Esta actividad minoritaria, que paulatinamente engrosa los catálogos, ahora, más que nunca, ostenta cofradías de practicantes en ambos lados del continente. Los autores nacidos en las décadas de 1950 y 1960 llevan la delantera. Puede sopesarse en la pluma de los españoles Manuel Neila (1950), Ramón Éder (1952), Fernando Menéndez (1953), Carlos Marzal (1961), Mario Pérez Antolín (1964) y Lorenzo Oliván (1968); y en la de los mexicanos Raúl Aceves (1951), Leonardo da Jandra (1951), Francisco León González (1954), Felipe Vázquez (1966), Arman do González Torres (1964) y Benjamín Barajas (1966). El panorama estaría incompleto sin el boliviano Carlos Saavedra Weise (1945), el costarricense Francisco Rodríguez Barrientos (1956) y el argentino Alejandro Lanús (1971), cuyas aforísticas se han traducido al inglés y al italiano.
Sean estas notas una invitación a leerlos.