Por qué viniste acá, a los Estates?”, les pregunto al puñado de escritores que entrevisté para escribir este texto. “Para trabajar, para estudiar”, contestan. Pero también —como yo, que llevo tres años viviendo en Nueva York— para ver qué hay de este lado de la frontera, qué vida, qué gente, qué suelo. Cruzar por cruzar.
“Cruzar hasta quedarse”, escribe el poeta y traductor Román Luján, quien lleva doce años acá. De su poema “Racimos” tomé el título de esto que escribo; es un poema donde sólo hay preguntas: “¿Por qué usan guantes blancos para hojear los pasaportes?”, “¿Y en la cama, piensan en inglés o en español?”, “¿Si caigo en dos categorías me corresponde other? ¿Por qué no existe none para estos casos?”. De la escritura de Luján, Tedi López-Mills dice que funciona “como un escudo para preservar su identidad. Una identidad ‘impura’”.
Al momento de cruzar dejas de ser sólo mexicano, se te asignan otras etiquetas (hispano, extranjero, ¿indocumentado?, other) y, si no te mueves, quedas atorado entre dos culturas. Por eso sigues yendo de ida y vuelta entre lo mexicano y lo gringo, code switching, hasta que te vuelves, como dice el escritor chicano Santiago Vaquera-Vásquez, un unrepentant border crosser.
Vaquera, a diferencia de la mayoría de los escritores chicanos, escribe en español; dice que es un acto de resistencia a la marginación. Sin embargo, en un país como EE.UU, donde sólo el 3% de los libros publicados son traducciones, escribir en español ciertamente lo mantiene al margen del mainstream. Tal parece que esa es su estrategia: escribir desde los bordes, desde las fronteras, para que los que vivamos ahí nos encontremos en sus letras.
Cuando le pregunto por qué la escritura de los mexicanos que viven en EE.UU casi no dialoga con la de los chicanos, Vaquera responde que los chicanos —Sandra Cisneros o Juan Felipe Herrera, por ejemplo— escriben para “los U.S., para imaginar un different colored U.S.”, mientras que los mexicanos, “al pertenecer a una comunidad latinoamericana, su escritura va hacia el sur de la frontera”. Pero más allá de la brecha de comunicación, algunos críticos y escritores mexicanos exhiben un abierto desprecio hacia los chicanos (“esa desdichada cultura mezcla lo peor de México y lo peor de Estados Unidos”, escribió recientemente Christopher Domínguez Michael). “Nos ven como escritores ‘de rancho’”, afirma Vaquera, “nos ven como una especie de figura grotesca, desarraigada y desdichada. Es una crítica que viene desde Octavio Paz”.
Pero el desarraigo no es particular a los escritores chicanos; cuando la editora y narradora Rose Mary Salum llegó a Houston hace dieciocho años, se dio cuenta de que si quería sobrevivir a la escisión que existía entre ella y Estados Unidos, tenía que construir sus propios puentes. Por eso fundó Literal, una editorial bilingüe que ha puesto al mundo hispano y al angloparlante a dialogar en la página. Literal se suma a proyectos con sede en Houston, como Arte Público Press y Gulf Coast, que desde los 70 y 80 han dado cabida a la literatura hispana.
Para los mexicanos que crecieron en la frontera, como la regiomontana Criseida Santos Guevara, México y Estados Unidos forman parte de un mismo territorio emocional. “Describir a Monterrey, implica mirar ‘al otro lado’”, asegura la autora de las novelas La reinita pop no ha muerto (Literal Publishing, 2014) y Rhyme & Reason (Tierra Adentro, 2008). Santos Guevara dice también que permitir que El Paso, la ciudad en la que estudia una maestría bilingüe en Escritura Creativa en UTEP, se cuele en su narrativa, es una forma de apropiarse de un espacio extranjero y de aceptar el vaivén entre un lado y otro de la frontera como parte de su esencia: una escritora con raíces móviles, inalámbricas.
El caso de Francisco Laguna-Correa es similar. Nació en la Ciudad de México y vivió en lugares tan disímiles como Playa del Carmen, Barcelona y Praga, de tal forma que cuando llegó a EE.UU para hacer un doctorado en Estudios Culturales Hispánicos en la Universidad de Carolina del Norte-Chapel Hill, ya tenía claro lo que la palabra “migrante” implica. “Me siento definitivamente mechicano (o nuevo chicano)”, responde Laguna-Correa cuando le pregunto acerca de su identidad, y me dice que haber crecido en Tepito lo predispuso a sentir más afinidad hacia proyectos contraculturales y lingüísticamente subversivos, como el del chicano Steven Alvarez, o incluso de escritores afro-descendientes como los del guyanés Jerome Branche y la jamaicana Treviene Harris, que hacia las poéticas de autores radicados en México. Afterlife, novela inédita en inglés que Francisco presentó como su tesis de maestría en Escritura Creativa en la Universidad de Pittsburgh, aborda —de manera similar a sus libros anteriores, Finales felices y Ría Brava— el tema de la alienación social que padecen los migrantes hispanos indocumentados en EE.UU.
Es casi imposible cruzar la frontera sin politizarse, sin darse cuenta del complejo y problemático tejido que existe entre mexicanos y gringos. Anti-Humboldt. Una lectura del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, de Hugo García Manríquez (Aldus-Litmus Press, 2014), es un poemario que se apropia del texto tanto en inglés como en español del TLC, para evidenciar las injustas políticas económicas, sociales y culturales que este tratado instauró. “No hubiera podido concebir ni escribir este libro si no hubiera salido de México”, ha dicho García Manríquez, quien, igual que otros escritores mexicanos afincados en EE.UU, también se ha dado a conocer por su labor como traductor (entre sus traducciones destaca Paterson, de William Carlos Williams).
“Iniciar un doctorado en Escritura Creativa en Español en los Estados Unidos de hoy —un país en que la retórica violenta del candidato republicano a la presidencia ha normalizado el discurso contra la inmigración y, especialmente, contra el español— es, en efecto, una postura a la vez estética, ética y política”, escribió Cristina Rivera Garza, flamante directora de este doctorado en la Universidad de Houston, el primero en su tipo y que empezará a recibir solicitudes para el siguiente año académico.
Entonces sí, claro que hay literatura en español de este lado de la frontera. Desde aquí escriben la propia Cristina Rivera Garza (La imaginación pública, Dirección General de Publicaciones, 2016), Yuri Herrera (La transmigración de los cuerpos, Periférica, 2013), Marco Antonio Huerta (Hay un jardín, Tierra Adentro, 2008), Pepe Rojo (Ruido gris, CreateSpace, 2012), Dolores Dorantes (Intervenir/Intervene, Ugly Duckling, 2015), Mónica de la Torre (The Happy End/All Welcome, Ugly Duckling, 2016), Francisco González Crussí (El rostro y el alma, Debate, 2014), Manuel Iris (Los disfraces del fuego, Atrasalante, 2012), María Lebedev (17 cuentos: Historias para un taller de relato corto, McNally Jackson Books, 2015), Marina Azahua (Retrato involuntario, Tusquets, 2014), Valeria Luiselli (La historia de mis dientes, Sexto Piso, 2014), Álvaro Enrigue (Muerte súbita, Anagrama, 2013), Heriberto Yépez (El imperio de la neomemoria, Almadía, 2009) y tantísimos otros. A este mosaico plurifónico y difícil de agrupar bajo una misma etiqueta, se le suman las voces de todos los autores que han tenido que poner Hispanic en uno de esos formularios oficiales gringos, ya sea que hayan nacido en Guayaquil, Lima, Quito o Nueva Jersey.