Latinoamérica
03 de noviembre del 2016

Los poetas no tenemos un perfil identificable. R.H.

Aunque a veces mal estimada —o mal leída—, debemos establecer, a priori, que la poesía escrita en el Perú brilla cual constelación dentro de una gran galaxia llamada “Poesía hispanoamericana contemporánea”. Estos escritores, cuya imaginación literaria ha sentado las bases para la producción de actuales generaciones que buscan poetizar y habitar Latinoamérica, lejos de seguir la senda de los grandes relatos y los proyectos que buscaban narrar la historia de América completa —no olvidemos los esfuerzos de Pablo Neruda, José Coronel Urtecho, Pablo Antonio Cuadra, Gabriela Mistral, entre otros escritores que por la vía de construir una gran metáfora unificadora del tiempo y el espacio, erigieron voces mesiánicas desde donde reflexionaron sobre la historia oficial narrada por la hegemonía y los mitos fundacionales—, encontraron puntos de conexión con proyec-tos de escritura rupturista, como los casos de Vicente Huidobro y su proyecto creacionista o César Vallejo y su revitalización de la vanguardia francesa, personajes de las letras hispanoamericanas que aportaron la noción de que la poesía debe ser comprendida como campo de diversidad y heterodoxia. A lo anterior, y situándonos en el contexto de producción de Rodolfo Hinostroza (Lima, 1941), o sea, ese Perú de los 60 que da a luz a una generación llena de dudas pero con el arrojo suficiente para ir contra sus referentes inmediatos, la generación anterior (del 50), quienes se empantanaron en la discusión poeta-puro versus poeta-social, pues impulsaron la instauración de un status quo que claramente aplastó la multiplicidad de voces y estilos impulsados por la vanguardia. Al respecto, Hinostroza sostiene en el prólogo de la antología Los nuevos (1967) que las voces de la generación anterior “ya no nos dicen nada”. En aquella diáspora político/social del Perú de los 60 es que nacen Los nuevos, poetas agrupados en dicha antología cuya voz más reconocida es la del poeta Antonio Cisneros (es imposible escapar de Cisneros); también son parte de esta manifestación literaria poetas como Carlos Henderson, Mirko Lauer, Marco Martos, Leónidas Cevallos y Julio Ortega. Todos ellos articularon un nuevo proyecto estético que, por un lado discutió el estancamiento histórico dominado por una visión monolítica que pareció quedarse detenida en 1936, y por otro lado estaba la técnica. Esta generación introduce la sorpresa, las referencias a extranjerismos, los giros extraños, formulaciones matemáticas, referencias antropológicas y demás disciplinas humanas (en su mayoría, estos autores estudiaron en la universidad San Marcos de Lima, y luego siguieron estudios de postgrado en universidades extranjeras).

Estos poetas novísimos conformaron una generación sin epónimos ni hilos conductores visibles, y de ahí el problema metodológico: cómo hablar de vanguardia cuando esta generación, por vez primera manifiesta puntos de encuentro, y muchos más puntos de divergencia que chocan y se alejan infinitas veces. Contra la tradición republicana de la primera vanguardia, pero, sobre todo, contra espejismos políticos y revoluciones sociales emerge en el Perú de los 60 un tipo de escritura “dinámica, descentrada y diversa” (me permito usar las palabras de Carlos L. Orihuela), cuyo horizonte entrecruza caminos como la renovación temática y conceptual en el marco sociopolíti- co, además de hacer una revisión exhaustiva, en clave poética, de los fundamentos ontoló- gicos de la historia. Todas estas dudas tienen cabida en una Latinoamérica pujante y entrampada en el deseo de cambio; no olvidemos el ideal “hombre nuevo” a la luz de las revoluciones sociales y las utopías posibles; sin embargo, la gran influencia del exteriorismo, sobre todo por la influencia de autores como Eliot, Pound, John Perse, les costó ser acusados de poetas conformistas que alababan el orden establecido. No olvidemos que antes de la generación de los 60, la poesía latinoamericana veía como referentes directos a Francia y España; pero estos jóvenes cambiaron el paradigma, refrescando las referencias con la poesía escrita en lengua inglesa y los poetas de las nuevas generaciones (casi todos publicados en la ya mítica revista mexicana El corno emplumado). Resulta evidente que la noción de ruptura en esta generación no será “radical” en el tono político que debiera tener el concepto, pues la intensión de estos autores, creemos, fue sacar a flote el recubrimiento social para intimar en una esfera más profunda e ir a los inicios fundamentales, la refundación y los cuestionamientos de la historia; los mitos y el presente caótico ahora pueden volverse materia poética.

Y es precisamente en este lugar, en esta realidad social y política, que Rodolfo Hinostroza publica Consejero del lobo (1965), libro escatológico, dinámico y juvenil que muestra por vez primera el trabajo de Hinostroza, quien vislumbra una poesía que permite reparar “lo ocurrido por milenios”: el objetivo del poeta es levantar un proyecto de escritura sobre las arenas movedizas de un devenir histórico, en donde las verdades aprendidas en la escuela y repetidas generación tras generación resultan ser apenas la fracción de un todo llamado historia.

Pero, cómo fracturar el paradigma positivista, cómo darle vuelta a las ideas preconcebidas a priori; en el caso de Hinostroza podríamos encontrar una pista clave en el desmontaje del sujeto poético. “Los poetas bajaron del Olimpo”, nos dice Nicanor Parra en su poema “Manifiesto” (1969). Entonces es importante entender que la lucha se establece precisamente contra la intangibilidad del sujeto y los tópicos histórico-sociales, por ello no ha de extrañar que la poesía de Hinostroza se desplace hacia las formas de la conversación y la polifonía, desarrollando una voz descentrada e inestable, la cual establece un antes y un después en el canon occidental de la poesía. Uno de los poemas más estudiados es Gambito de Rey; este texto nos servirá de ejemplo para ilustrar lo anterior:

Y por entonces la Realidad era una impetuosa fantasmagoría / cierto impulso en la materia del ánima humana la conduce a negar el pasado.

He aquí maestro y discípulo enfrentados sobre un tablero de ajedrez, jugando algo más que una simple partida, pues podríamos alegorizar que la dicotomía discípulo/maestro podría remitir a Dios y el hombre, pero también a hegemonía/subalterno, e incluso historia/humanidad. En este campo de disparidades sociopolíticas, morales e ideológicas es que transita la vida, ese latir marcado por el movimiento de una pieza en el tablero, ese avanzar en línea recta por la historia. Pero como las piezas del tablero, el hombre no está destinado a un único movimiento, podemos adelantar y retroceder, movernos hacia la izquierda o derecha, saltarnos algunas cacillas, todos ellos impulsos vitales; sin embargo, la negación del pasado es el problema de fondo para el sujeto.

Hinostroza sabe del problema que enfrentamos como latinoamericanos: evitamos mirar el pasado y preferimos vivir mirando hacia el futuro hipotético que nos ofrece la modernidad y el modelo capitalista; para qué ver el pasado si es mejor vivir la diáspora del consumismo, la esclavitud de los trabajos remunerados y el tedio del día a día, sumidos en una maquinaria incapaz de permitirnos pausar y pensar quienes somos y a dónde vamos. El montaje literario presentado en Gambito de Rey se asemeja al ideal de darle la vuelta al destino, enfrentándonos al maestro con sagacidad, ya no encerrándonos en la licencia poética de decir que el error de los vencidos se repite como ley sine qua non, pues la repetición histórica del ciclo, “Esa repetición spengleriana!/ espanto lúdico perdido en sus orígenes”, para el maestro es mera necesidad. Por lo tanto, en la partida de ajedrez/vida se pone en juego:

“¿Sabes lo que jugamos?”, preguntó el Negro. “¿Qué?”, dije estúpidamente. “Tu fe. Y tu futuro”.

Fe en el futuro, esa problemática vital en el desarrollo de la condición humana es ahora expuesta en un tablero de ajedrez sobre la base del ejercicio de la persistencia, pues aunque el discípulo pierde la partida, no pierde su fe, e inicia una nueva partida, ya no con el movimiento habitual. Cambiará la jugada, probará otra fórmula, iniciará un nuevo ciclo que le permita salir del “círculo mágico”. Así, la apuesta de Hinostroza resulta arriesgada, pero vital; fundirse en la historia no es la solución, quedarse en la reproductividad tampoco, es mejor correr el riesgo de jugar una nueva partida, iniciar un nuevo ciclo sabiendo los errores del anterior pero con una actitud de reivindicación y cambio.

Ahora, además del problema de la historia, otro asunto digno de destacar en la poesía de Hinostroza es su visión dicotómica de las cosas, ligada directamente con la naturaleza intrínseca del mundo (no olvidemos que además de poeta, Hinostroza es un ávido conocedor de esoterismo): “De manera que la vida / dependa de la muerte, la salud / de millones de enfermos, el poder / de los desposeídos”.

Su segundo libro Contra natura (1971) muestra una visión más radical sobre un conocimiento diferente a la lógica occidental, pues para el poeta hay un abandono del camino natural en el mundo moderno: “& todo pudo ser distinto en la naturaleza / comedores de hierbas y raíces / tuvimos que imitar a los grandes carnívoros: / tu cuerpo es una presa / el cazador será el jefe de la CIA y de la OTAN / anamorfosis y no metamorfosis / Vegetarianos & Salvation Army & Hippies / no detendrán las guerras / la tarea es reparar lo ocurrido en milenios”; la reproductividad y el contínuum nos determinó carnívoros; sin embargo, la idea central de Contra Natura es doblegar esta regla, subvertirla por la vía cósmica de la plenitud. He aquí la apuesta del ideario poético de Hinostroza: ver a la utopía como un estado de plenitud absoluta proyectada en un instante infinito.

Para ir finalizando estas líneas del fenómeno poético de Rodolfo Hinostroza, diremos que así como la vida y la existencia humanas se contradicen en su esencia, la poesía de Hinostroza busca ser testimonio de estas inconsistencias y cambios drásticos, donde contínuum y ansias de cambio son elementos que se enfrentan constantemente y sin dejar del todo claro cuál resultará vencedor. Finalmente, este escritor no nos ofrece una visión ni apocalíptica ni desbordadamente optimista, más bien supongo, a estas alturas del partido, que su fin es invitarnos a ver más allá de la primera capa, desmontar la realidad impuesta y permitirnos vivir nuestras vidas dándoles sentido y unidad, así podríamos, quizá en algún momento, vislumbrar lo que algunos llaman felicidad.

Frases
Jonathan Oñate Núñez
  • Escritores invitados

Es profesor de Lengua española y Máster en Literatura Hispanoamericana Contemporánea. Actualmente vive en Chile y trabaja en su primer libro de poesía, Murmullos desde el país de las sombras.

Fotografía de Jonathan Oñate Núñez

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