Alemania
27 de marzo del 2017

I. YA SE SABE CUAL ES EL REFRÁN DEL PAÍS DE LOS POETAS Y PENSADORES:

No estaba en el sitio adecuado. No caía bien Alfred Doblin nació en Stettin, ciudad portuaria ubicada en una provincia prusiana (hoy Polonia) en 1878, hijo de una familia de comerciantes judíos asimilados, que el padre abandona a los cuarenta años, haciéndose a la mar, a su mujer y sus cinco hijos causando el cambio de residencia a la metrópoli berlinesa. Estudió medicina en Friburgo y Berlín y se doctoró en 1905. Durante unos años fue psiquiatra, luego pasó a la medicina interna. Cursó estudios de neurología especializándose en enfermedades nerviosas en 1912 y ejerció como médico de seguridad social en barrios obreros, dio voz además a la democracia social como periodista político y fue militante del partido social-demócrata. Como escritor se inspiró en la obra de Holdérlin, Schopenhauer y Nietzsche; familiarizado como estaba con el teatro, el cine alemán y admirador de la obra pictórica de los artistas de vanguardia, se adhirió al movimiento expresionista y a su revista literaria Der Sturm. Al finalizar la Primera Guerra Mundial, en la que participa como médico militar voluntario, publicó Wazdeck contra la turbina de vapor (1918, Impedimenta 2011) —considerada una precursora, fallida o no— de su obra más conocida y donde desarrolla el tema central de el influjo y la violencia de la técnica, el mundo de las máquinas que lo rodea como único e implacable sujeto de la modernidad de entonces. Para el 30 de enero de 1933 Hitler es nombrado canciller del Reich. El 28 de febrero, Doblin, candidato al premio Nobel y ya con una obra maestra en su haber, se refugia en Suiza después del incendio del edificio de Reichstag, sede del parlamento alemán, huyendo de los tambores del antisemitismo y del nacional-socialismo debido a su compromiso con el movimiento espartaquista. Arriba a Francia con su familia, obtiene la nacionalidad france-sa, continúa escribiendo —lee en la Biblioteca Nacional a Kierkegaard; Grass sugiere que le influye en su conversión al cristianismo— y coincide en París con sus colegas Arthur Koestler, Joseph Roth y Robert Musil, permaneciendo hasta la invasión nazi en 1940. Para el 10 de mayo sus obras son quemadas por “degeneradas” en las ciudades alemanas mientras “imperturbable, continúa escribiendo”. A través de España y Portugal llega a su exilio norteamericano, se convierte al catolicismo —devoto de la virgen María— y escribe por un corto período guiones cinematográficos reencontrándose con amigos de antaño: Bertolt Brecht, Heinrich Mann y Hans Eisler, —quizás se haya sentido retrotraído al Berlín de los años veinte. “La fe le había golpeado, a él, el fantasioso de la razón, el frío y distante observador de las masas impulsadas y de la realidad contradictoria, el registrador de movimientos simultáneos que se frenan y se anulan unos a otros.” Noviembre de 1918. Una revolución alemana (1939-1950, Edhasa, 2012), impresionante trilogía, según el criterio de Miguel Sáenz, —uno de los mayores traductores contemporáneos del alemán— fue continuada en Alemania, a donde volvió al término de la guerra como funcionario del gobierno militar francés. Acerca de su condición de exiliado: “Huir de país en país —perder todo lo que conoces, todo lo que te ha nutrido, huir constantemente y vivir durante años como un mendigo cuando aún te quedan fuerzas pero vives en el exilio—, “ése fue mi «sillón, mi cómodo asiento»”, responde el otrora sedentario berlinés cuando es acusado de disfrutar la comodidad de la emigración por un desconocido escritor alemán que permaneció en Alemania durante el régimen nazi. Y anota en su diario: “He sido activo, me he movido entre gente durante años, he sido una persona como los demás, un ser menor, un microbio que pulula en las aguas junto con otros millones de microbios.” de Alberto Manguel, La ciudad de las palabras, Almadía, 2010. Murió el 26 de junio de 1957 en la ciudad alemana de Emmendingen.

Lectura de fuego: Yo leo como la llama lee la madera. Reducido como autor a una única novela —aunque haya sido productivo hasta el final— se molesta con las comparaciones que suscita con el Ulíses, para él únicamente “fue un viento favorable en mis velas”; no gana adeptos, es poco revalorizado —entre los nuestros, quizás haya sido Fadanelli el que le hace un obsequioso guiño en Hotel DF— y un tanto ninguneado al compararlo con escritores “mayores” habitantes del mausoleo de los clásicos. Un joven Borges lo consideró el escritor más versátil de su tiempo. En castellano redescubierto sólo recientemente, espera seducir nuevos lectores. Günter Grass, discípulo suyo, escribe un ensayo detallado de sus primeros libros Obra ensayística completa I, Galaxia Gutenberg, 2004 y nos dice de él: “Aquel médico del seguro del Berlín oriental admitía que no pertenecía a la nación alemana ni a la judía; su nación eran los niños y los locos [.] Nunca le vi, así que le imagino: pequeño, nervioso, corto de vista y por tanto hiperpróximo a la realidad [...] Libro tras libro empieza nuevamente, se contradice a sí mismo y sus cambiantes teorías. [...] Doblin les inquietará; perturbará sus sueños; les hará tragar saliva; no les resultará sabroso; es indigesto, y malo para la salud. Cambiará al lector. Quien esté satisfecho consigo mismo que no se acerque a Doblin.”

II. LA SOCIEDAD ESTÁ SOCAVADA POR LA DELINCUENCIA. TRABAJANDO NO SE HA HECHO NADIE RICO, SÓLO ESTAFANDO

Cuando llueve, te mojas. Después de pasar cuatro años en la prisión de Tegel por el asesinato circunstancial de su mujer, el hombre al que mantenía y el que la convirtió en puta, Franz Bi- berkopf, es arrojado al mundo en los años que preceden al Tercer Reich sin medios para ganarse la vida, con la pena adicional de la erran- cia, el aislamiento y la soledad que implica una urbe de cuatro millones de habitantes. Ha sido peón de la construcción, cargador de muebles y ha estado con los prusianos en las trincheras: es un hombre fuerte como una serpiente cobra, ojos saltones de res, manos capaces de estrangular, de carnes abundantes, con tendencia a la obesidad y la evasión. El homicida castigado es a la vez ingenuo y toscamente impulsivo. Con el puño en alto, ha jurado al mundo entero y a sí mismo ser honrado, con dinero o sin dinero. Quiere hacer tabla rasa, haya hecho lo que haya hecho —no cuenta con los canallas y los miserables. Caminando sin rumbo fijo y con cara de perro llega a un viejo vecindario donde es acogido por aquellos mercachifles, comerciantes, negociantes además de contadores de historias, el pueblo judío. Escucha sus palabras, y al relacionarse con los otros confirma, acaso sin saberlo, su existencia.

Ten valor, mira en torno, ese esconderse tiene que acabar de una vez. Se recupera lenta y penosamente gracias a unos viejos amigos quienes le animan a planear revancha, pero no delata a nadie, aunque quieran eliminarlo o sobornarlo, “que los polis trabajen solos, que para eso les pagan”.

Dinero, ganar dinero, un hombre necesita ganar dinero. Sin él, todos los sueños son sólo sueños. Como exconvicto tiene dificultades para encontrar un trabajo fijo, se convierte en vendedor de corbatas y después de periódicos populares de la mañana a la noche, “hay que matarse trabajando mientras otros te pasan rozando con sus coches”, piensa. Abandona el empleo aunque evidentemente sigue manteniendo buenas relaciones con el alcohol. La sociabilidad específica que representan las tabernas al dar cabida a toda clase de personas le hace conocer al proxeneta Reinhold, por el que empieza a sentir una inclinación amistosa. Éste comienza a rolarle las mujeres que ya no le precisan. Después de un par, Franz le pone un alto: “rodear a una mujer de amor y sentimiento y luego echarlas a volar una tras otra, eso no”. A Franz le ha sido presentada una chica estupenda por una antigua amante, la joven Mieze: ambos se enamoran de sopetón. Él no había tenido nada así en su repertorio: la chica es tan mona, algo increíble; la habitación está siempre muy ven-tilada, tan limpia, tan ordenada, con flores, y tapetitos y cintas, como los de una colegiala y en su cumpleaños, un canario. Durante un corto periodo de tiempo, está de nuevo completo, agradece que Dios haya enviado a su morada tanta felicidad. Se permite acudir a mítines obreros, discute con los anarquistas que no saben qué hacer con la sangre que les hierve —el capítulo denominado Guerra defensiva contra la sociedad burguesa, incluido en el libro sexto, es hilarante. Aunque odie la política, empieza a comprenderla y a despreciarla. A numerosos políticos les gusta meter la mano en los bolsillos de los contribuyentes. Entonces Reinhold empieza a sentir envidia por la buena fortuna de aquel que lo ha acogido como un amigo cercano. Mediante engaños, (vender fruta) Franz se ve involucrado en un robo haciéndola de vigilante, el eslabón más bajo en una pandilla de amigos de lo ajeno, pues únicamente tiene que tirar esquina si ve a alguien acercarse. Se da cuenta, muy tarde, el fin para el que lo han reclutado. En la huida forcejea con Reinhold quien a pesar de su apariencia de pájaro posee una fuerza increíble y lo proyecta fuera del vehículo en movimiento siéndole machucado el brazo derecho por el auto que los persigue.

Ten valor, mira en torno, ese esconderse tiene que acabar de una vez. Se recupera lenta y penosamente gracias a unos viejos amigos quienes le animan a planear revancha, pero no delata a nadie, aunque quieran eliminarlo o sobornarlo, “que los polis trabajen solos, que para eso les pagan”. Promete pagar a sus amigos hasta el último marco con que lo han ayudado pero el dinero se le ha acabado -mientras lo tuvo fue honrado. No le han dejado cumplir su juramento. Y no, no encuentra una salida. Mieze comienza a mantenerlo (para los rufianes no faltan las mujeres); se da cuenta que ya no es honrado, sino un padrote además de ladrón pues esta vez es arrastrado con conocimiento de causa hacia el delito, no quiere, se resiste, pero es más fuerte que él; se da cuenta que la ilegalidad es la cosa más lucrativa que jamás se haya visto. Quiere trabajar; dan un nuevo golpe y le ofrece todo el dinero a Mieze, que no lo acepta. Todos me están siempre sermoneando, piensa, repiensa, recapacita, repasa. En Reinhold, la cólera, la lujuria y el amor a los placeres generan su criminalidad. Alguien tiene que pagar su ruindad. Y asesina a Mieze.

Ofrecerse a sí mismo en sacrificio. Las desgracias se suceden al difícil destino de un hombre fuerte y manco. Ha llevado una vida derrotada, siente que ha finalizado y necesita desahogar de nostalgia el corazón. Reinhold le acusa del asesinato y después de ser capturado, lo ingresan al manicomio. Es lo que pasa, que uno sobra. Se ha construido una jaula de hierro alrededor, se ha sentado dentro y no deja pasar a nadie. “La más lacerante descripción del dolor que conozco en la literatura”, es la opinión de Susan Sontag acerca de un capítulo incluido en el libro noveno. Su alma llega a un abismo muy hondo y antes de levantarse de nuevo, de sentir un inmenso sufrimiento, piensa que el ser humano es la criatura más repulsiva que existe sobre la Tierra, peor aún que los gatos. Él dice: no es bueno habitar en un cuerpo humano, prefiero esconderme bajo tierra, correr por los campos y comer lo que encuentre, y que el viento sople, y la lluvia caiga, y el frio venga y se vaya, eso es mejor que vivir en un cuerpo humano.

III. NO SER LITERATURA, SINO LA VIDA MISMA.

El nacimiento de la novela moderna en Alemania. Berlin Alexanderplatz se convirtió desde su publicación en 1929 —durante el decenio más creativo del siglo en las artes—, en una sensación de ventas y público, adaptada para la radio un año después y con ocho traducciones en sólo seis años. Adaptada impecablemente como una película para televisión de poco más de quince horas en 1980, su autor, Rainer Werner Fassbinder declaró que había leído la novela cuando tenía catorce o quince años de edad y que había soñado con llevarla al cine desde el comienzo de su carrera. La primera versión castellana data de 1931. La que nos ocupa, de 1987 (Ediciones B) contiene diversas referencias a la época de entreguerras alemana sin notas a pie lo cual dificulta en principio la lectura —una especie de placer forzado porque no se sabe bien quien está narrando— inconveniente subsanado en una versión posterior (Cátedra, 2003). Mediante la técnica del montaje y collage, Doblin intenta abarcar la totalidad de la realidad —naturalmente fragmentada— de los habitantes de la gran urbe moderna. Utiliza el entonces novedoso monólogo interior reflexivo y lo enfrenta con el discurso oral que envuelve las conversaciones del habla popular; intercede como autor: se adelanta a los hechos que va a narrar y conversa con sus personajes, cuenta lo que les ocurre; literalmente copia, sin apenas modificarlos, titulares de periódicos, artículos de enciclopedia, reportes meteorológicos y datos estadísticos; en su prosa altera composiciones líricas de poetas alemanes, introduce canciones populares y diálogos en los tonos y matices más variados; hace alusiones a las Sagradas Escrituras (Jeremías, Juan; el paralelismo entre Biberkopf y el duro destino de Job, o entre su vida criminal acompañada con el relato del sacrificio de Isaac en el libro sexto); es también una crónica obsesionada con los hechos. Todos estos medios estilísticos, incluida la ironía, en su sentido más alemán, es decir, “como mecanismo de distanciamien- to crítico” intervienen para lograr un relato épico que siempre está en tiempo presente y cuya línea argumental es el destino, verdadero y revelador, de Franz Biberkopf y el Berlín de los veintes, convertida en capital de Europa. Es un libro poco optimista con muchos estratos,algunos alegres: “Unos ojos de mujer, vasos lle-nos por doquier, no hace falta más motivo, más razón para beber”, “Quien a orillas del mar ha besado, escuchando el rumor de las olas, ése sabe lo que es más sagrado y ha encontrado el amor sólo a solas”, otros críticos y de denuncia social: “El quebrantado estado de salud de casi todos los pueblos cultos de la actualidad se debe al consumo de alimentos desnaturalizados y artificialmente refinados”, “La gente de la ciudad no tiene tiempo y quiere que la entretengan”, muchos juicios políticos “El votante está sometido a la legalidad. Y la legalidad es la fuerza bruta, la viva fuerza de la clase dominante”, “Los verdaderos truhanes obran pero no los cogen. Las sinvergonzonerías de esos señores no se descubren”.

Doblin se volvió contra la adicción de los escritores de su tiempo de llenar la prosa de metáforas, análisis, parábolas y atacaba con dureza a los novelistas que insistían en los “problemas de insuficiencia interior”. “¡Escribir no es morderse las uñas y hurgarse los dientes, sino una cuestión publica!”, declaró un hombre muy contradictorio que por otro lado escribe: “Soy un autor de la burguesía, ¿quién ha dicho que yo desee el triunfo de la clase proletaria? ¿Qué derecho tiene el proletariado a exigirme nada?” Berlín Alexanderplatz es una novela antiliteraria en la que quizá su autor haya querido someter el arte a la vida. Como escribió su editor alemán: “nunca más coincidieron en él la intención artística, el tema y la experiencia personal”.

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