Argentina
06 de febrero del 2017

Todos hemos sentido aquellos momentos en los que se nos revela un detalle que antes no habíamos visto en la obra de un autor o en el arbitrario consenso de la literatura. La impresión de la buena o mala fama que puede traer dicho detalle siempre enriquece nuestra percepción del objeto que creamos en nuestra propia cabeza, la biblioteca que nos persigue.

En los inicios de la crítica literaria se encuentra Aristóteles, es el primer pensador que se preocupa por la estructura y los elementos que forman el palacio de las obras poéticas. Para Platón, su maestro, el ejercicio poético no era más que una chapuza ilusoria con la cual los propios poetas se meten en problemas a la hora de patentizar su conocimiento. Encontramos ya en el principio de la Metafísica y no en la Poética la más grandiosa frase que se le puede conceder al intelecto: “Todos los hombres por naturaleza desean saber. Señal de ello es el amor a las sensaciones”. En nuestra época la crítica literaria está muriendo. El mercado editorial busca el Bestseller antes que un catálogo selectivo y de buen gusto. El crítico como lector idóneo se está volviendo un adulador de escritores, y no un amante estético.

Las obras que compilan el conocimiento, la literatura, la filosofía, la ciencia, como una serie de sucesos causales que van en progresión y encasillándose en rígidos sistemas cometen un error. La literatura no es una enciclopedia, ni una historia de la literatura, ni teoría literaria como tratan de enseñar algunos malos profesores. Contradecir un dato es para ellos un pecado. La literatura es algo más que eso. “El buen sentido es lo que mejor repartido está entre todo el mundo”, escribió al principio del Discurso del método Descartes: ironizando sobre aquellos que ejercen con su uso de razón un dogma más grave que el que combaten. Así entendemos al mundo: por símbolos que nos trazan los propios idealistas del pensamiento, de la cultura, sin antes haber pensado por nosotros mismos los efectos literarios.

La crítica sofista acompañada de un oficio tedioso y exasperante convierten a la lectura en algo sufrible. Samuel Johnson, el padre de la crítica nos dice en el Prefacio a Shakespeare que: “El objetivo principal de la crítica es encontrar los defectos de los modernos y las virtudes de los antiguos: mientras un autor está vivo juzgamos su capacidad por la peor de sus actuaciones; y cuando está muerto, por la mejor”. El encanto difícilmente se logra en una crítica, y más una redacción estilizada y poética; sin embargo, en cada lector–escritor se encuentra un sentimiento estético que indaga en el profundo misterio de la existencia. Cualquier detalle es relevante. Sin embargo, no hay nada, por más excelso que sea, que no merezca una crítica. En una conversación entre los críticos literarios Rafael Lemus y Christopher Domínguez Michael se discute la idea de que la crítica literaria no existe, lo que existe son críticos. En una campaña cada vez más vanidosa (hecha por políticos que se cuelgan la corbata, editores y promotores culturales) y en ocasiones hipócrita a favor de la lectura y el libro, muchas veces se olvida al escritor. Los críticos están en extinción y no se dan abasto con la proliferación de escritores que hoy existen y que publican cada año un libro. Habría que recordar en estos momentos los enfrentamientos que Harold Bloom tiene con los detractores de la literatura, que enlistados son más de seis.

EDITORES AVISPERO

Artículos relacionados

Argentina
La ficción paranoica o la literatura como crimen: acerca de Ricardo Piglia
blog comments powered by Disqus