Oaxaca
22 de marzo del 2017

En la conferencia “Tesoros de los reyes”, que John Ruskin pronunció en Rusholme, cerca de Manchester, el 6 de diciembre de 1864, para contribuir a la creación de una biblioteca en el Instituto Rusholme, el escritor inglés expresó, influido notablemente por sus charlas con Thomas Carlyle sobre el valor de los libros y las bibliotecas -recordemos que Carlyle es el fundador de la London Library-, que la lectura de los buenos libros es como la conversación en soledad con sus autores, un tópico antiguo que procede de Zenón, de las Epístolas a Lucilo de Séneca y que Quevedo popularizó favorablemente en un soneto. Ruskin agregó sonrientemente que tal vez si nos gusta hablar con los vivos es “porque les vemos la cara”. Esto puede bien justificar una biblioteca. El tema no es novedoso: los libros, y su acumulación, son una intervención que produce, en el fondo de nosotros mismo, un estímulo que proviene de otra mente. Los libros y las bibliotecas multiplican las míseras capacidades del hombre. Son un concentrado de tiempo y de espacio. Un lugar que reúne en sus estanterías y en sus hojas todos los estratos del tiempo, todos los siglos que nos han precedido.

Diódoro Sículo -antiguo historiador griego- nos cuenta en uno de los capítulos de la Biblioteca histórica que los reyes egipcios creaban bibliotecas en los lugares más lejanos y escribían en sus dinteles “Clínica del alma”. Sería interesante indicar las bibliotecas más importantes del mundo. Podríamos pensar en una larga lista que extienda las bibliotecas con mayor número de volúmenes, o, por el contrario, en una lista regida por la condición de tener libros únicos e irrepetibles. En México contamos con un buen número de bibliotecas extraordinarias. Pero la situación nacional es estéril. Resulta un mundo poco visible y atractivo. El interés gubernamental es nulo, limitado a las estadísticas o al turismo mobiliario. Quizá solamente las grandes universidades del país y la desestimada iniciativa civil han creado un circuito activo de lectores y visitantes de bibliotecas. En Oaxaca, una ciudad poblada de libros, vivimos una situación exclusiva. Contamos con una vasta cultura escrita en códices mixtecos y zapotecos -los antropólogos e historiadores han identificado el nombre que utilizaban en nuestra antigüedad para el equivalente de la biblioteca: Amoxcalli, que significa “casa de libros”-, tenemos una rica tradición de bibliotecas conventuales y eclesiásticas que sucumbieron lamentablemente por temblores inesperados, y la curiosa fundación de la Biblioteca del Estado el 26 de agosto de 1826, erigiéndose como la primera biblioteca pública del país. Fue inaugurada con 2033 volúmenes bajo el gobierno de José Ignacio Morales y formaba parte del Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca. En 1859, a causa de la nacionalización de bienes eclesiásticos, pasó a manos del Gobierno del Estado con cerca de 28 mil volúmenes. El amontonamiento inesperado de los libros rebasó las actividades de los ineficientes bibliotecarios y generó el abandono y la falta de catalogación.

Los rumores nostálgicos circulan la versión de que los conocidos personajes de la historia nacional, Benito Juárez García y Porfirio Díaz Mori, pasaron por esta biblioteca que había acumulado enorme riqueza a nivel nacional gracias a donativos particulares. Históricamente se sabe que Porfirio Díaz cobró su primer sueldo como ayudante de bibliotecario y que durante el porfiriato se ordenó hacer dos catálogos de la biblioteca. En 1919, en Oaxaca, sólo existía una biblioteca -la Biblioteca del Estado-, mientras que en el Distrito Federal ya existían 44. Recordemos que la Secretaría de Educación Pública (SEP) se instituyó en septiembre de 1921, siendo el titular José Vasconcelos, con el fin de promover la creación de escuelas en todo el país, editar libros y fundar bibliotecas que fortalecieran su magno proyecto educativo-nacionalista. En ese entonces, la SEP estaba organizada en tres rubros: Escuelas, Bellas Artes y el Departamento de Bibliotecas y Archivos, cuyos primeros directores fueron nada menos que Vicente Lombardo Toledano y Jaime Torres Bodet. En aquella década, se crearon cientos de bibliotecas populares en la República. Actualmente, Oaxaca cuenta con 466 bibliotecas públicas en todo el Estado, según la Dirección General de Bibliotecas del CONACULTA, y numerosos centros culturales de iniciativas no gubernamentales. ¿Pero estas cifras evidencian la situación de los lectores? ¿Las bibliotecas públicas con acervo general contribuyen a una verdadera formación lectora? ¿Seguimos pensando en la lógica del proyecto vasconcelista? Quizá el fracaso educativo de nuestro país nos dé la respuesta. Las bibliotecas no deben ser mecanismos públicos -estadísticos- para justificar la atención del gobierno por generar lectores. La desatención y el olvido en muchas bibliotecas públicas son indudables. Se han vuelto una burocracia del conocimiento, lo cual aniquila toda producción cultural libre. Con esto, no quiero demeritar las pocas iniciativas de bibliotecas públicas que buscan generar espacios de animación sociocultural y un compromiso ante los ciudadanos.

Repito: Oaxaca es una ciudad poblada de libros. Jacques Bonnet sostiene, en Bibliotecas llenas de fantasmas, que todas las bibliotecas prolíficas se vuelven, en algún momento, autónomas, auténticos seres vivos, incluso con personalidad. La biblioteca del IAGO, la Andrés Henestrosa, la Francisco de Burgoa, la Jorge Luis Borges, la Oaxaca Lending Library, la Biblioteca Pública Central, la Ventura López Sánchez e incluso las bibliotecas móviles son grandes personajes de la ciudad. Distintos unos a otros. Unos con ventanas espectaculares al cielo, otros con pulcritud y elegancia, otros custodiados y restringidos. Cada una con distinta personalidad. Es necesario señalar que las bibliotecas más frecuentadas fueron antes bibliotecas particulares. Esta afición es muy antigua: la acumulación de libros de distintas procedencias clausurada por la circunferencia de los intereses. La conocida afirmación de Umberto Eco: “si Dios existiera, sería una biblioteca” se refiere a la idea de la manipulación del mundo. Conservamos algunas referencias que documentan antiguas bibliotecas egipcias, asirias y hebreas que eran custodiadas por sacerdotes. No existía la idea del bibliotecario. Los libros eran objetos mágicos y sagrados. En cambio ahora, las bibliotecas particulares no son más que una clasificación propia del universo.

La biblioteca del IAGO merece, a mi juicio una mención específica porque es, sin duda, la biblioteca cardinal de arte de nuestro Estado -y quizá de nuestro país. Es el núcleo de la vida cultural de la ciudad. Está constituida por alrededor de 60 mil volúmenes donados en su gran mayoría por Francisco Toledo, quien se transluce como un excelente lector y un coleccionista. El acervo bibliográfico del IAGO está dedicado a un espectro amplio del arte con libros inestimables. La colección de gráfica es una de las más importantes del país. Cuenta con obras de Durero, Tiepolo, Goya, Delacroix, Munch, Ensor, Picasso, Chillida, Dubuffet, Tapies, Alechinsky, Klinger, Beckmann, entre muchos otros, que son expuestos temporalmente en diversos museos del país. Posee también una colección cardinal de nuestros creadores mexicanos que abarca desde Posada a los contemporáneos.

Por su parte, la no menos envidiable biblioteca Francisco de Burgoa es resultado de una serie de desventuras, fortunas y un gran rescate memorable. Las personas que la visiten admirarán, por una nave de setenta metros de largo, la estantería de cedro que custodia los libros de las antiguas bibliotecas del Estado, reunidos desde el siglo xvi. La historia sucintamente es esta: en 1955, el gobernador Manuel Cabrera Carrasquedo, erigió al Instituto de Ciencias y Artes del Estado en la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (UABJO), incluyendo la biblioteca. Para ese momento, el gobernador Eduardo Vasconcelos había trasladado la biblioteca a la calle de 5 de Mayo, en un edificio del siglo xvm recién remodelado. En 1958, la facultad de Arquitectura ocupó una parte del recinto que custodiaba la biblioteca. El entonces bibliotecario, José Luis Bonecchi denunció las arbitrariedades y los abusos que se cometían con los libros. Para 1970, la biblioteca se vuelve un desastre. A principios de los ochentas, parte del material bibliográfico de la UABJO se intenta trasladar a otros edificios con el fin de salvar el acervo. Pero desafortunadamente los locales no eran adecuados para albergar un fondo bibliográfico. Francisco Toledo, en 1993, propuso una exposición de libros antiguos que se exhibió en el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca en octubre de ese año. El éxito de aquella exposición favoreció a que el rector de la UABJO, Homero J. Pérez Cruz y Francisco Toledo propusieran realizar el inventario, la clasificación y la conservación de la biblioteca. Esta tarea se comenzó en 1994. El Instituto Nacional de Antropología e Historia asesoró el proyecto. El proceso permitió el hallazgo de ejemplares raros, de gran valor histórico y bibliográfico. El INAH aceptó otorgar un espacio en el ex convento de Santo Domingo, cuando la restauración del inmueble había comenzado al mismo tiempo que el proyecto de inventario de la biblioteca en enero de 1994. A partir del mes de mayo de 1996, la biblioteca adoptó su nombre de un fraile dominico que escribió la crónica de Oaxaca en el siglo XVII y de quien se conservan sus obras completas en el acervo universitario. En once años, el acervo tuvo un incremento de cerca de siete mil ejemplares, incluyendo al fondo Manuel Brioso y Candiani, que se encontraba en el edificio central de la UABJO.

Otra historia llamativa es la que sucede el 29 de octubre de 1985, cuando el gobernador Pedro Vásquez Colmenares inauguró la nueva Biblioteca Pública Central Estatal, en una magnífica casona del siglo XVIII ubicada en la esquina de Macedonio Alcalá y Morelos. Al inicio del siglo XX el edificio fue sede del colegio de San José para señoritas. En el año de 1924 fue sede de la Escuela Normal y después se convirtió en la nueva Biblioteca del Estado. Sus instalaciones albergan en la planta baja dos salas dedicadas a temas oaxaqueños, llamadas Genaro V. Vásquez, quien fue padre del gobernador promotor de la biblioteca. La Biblioteca Pública tiene, además de su acervo general, un acervo valioso de libros históricos sobre temas y autores oaxaqueños, conformada por varias colecciones de diverso origen. Entre estos materiales resguarda memorias manuscritas del general liberalista Ignacio Mejía, periódicos, folletos, boletines y revistas oaxaqueñas de aquella época. No es aventura pensar que toda biblioteca es migratoria.

La biblioteca Jorge Luis Borges, fundada el 21 de marzo de 1996 en el IAGO con el fin de dar una alternativa para los ciegos y débiles visuales del Estado con la reunión y diseminación del código Braille. Se enfoca en un sector desatendido de la ciudad. Sólo en Salina Cruz existe otra biblioteca en Braille. El acervo de la Jorge Luis Borges contiene más de setecientos libros en Braille, revistas, diccionarios, libros para certificar la educación primaria para adultos, equipo de cómputo para el acceso a internet a ciegos, audiolibros, etc. En pocas palabras, un centro de alfabetización y de inserción social para los ciegos o débiles visuales a las escuelas o al trabajo.

La biblioteca Oaxaca Lendig Library (OLL) es una biblioteca peculiar en la ciudad. Fue fundada en 1966 y es una de las bibliotecas inglesas más viejas de México. Reúne más de 20 mil libros en inglés y en español o bilingües. Es un espacio de intercambio cultural y lingüístico, un centro de difusión del inglés y del español. La biblioteca Andrés Henestrosa, por su parte, se inauguró el 2003 bajo el auspicio de la Fundación Alfredo Harp Helú (FAHHO) en una bella construcción civil del siglo XVIII. Su acervo se estima en 60 mil volúmenes de los cuales cerca de 40 mil pertenecieron al escritor oaxaqueño; otro proyecto hermano es la BS Biblioteca Infantil de Oaxaca -noble iniciativa para la formación lectora infantil- de la FAHHO abrió sus puertas el 3 de marzo de 2007.

El proyecto de las bibliotecas móviles de la FAHHO es otro proyecto plausible. Con seis años de trabajo, las bibliotecas móviles se acercan hacia los niños en los municipios sin bibliotecas municipales. Con dos camionetas de capacidad para resguardar 5 mil y 3 mil libros, ambulan por las periferias de la ciudad instalando una modesta comodidad para la lectura -sillas en los jardines, cajones para devolver los libros, préstamo a domicilio. También dos camionetas más, dotadas de unos miles de libros infantiles circulan por varios municipios de la Sierra Norte del Estado.

Podemos resumir con bastante exactitud la noción de biblioteca con estas palabras de Proust: “es una cualidad de la visión, una revelación del universo particular que ve cada uno de nosotros y que no ven los demás. El placer que nos procura una biblioteca es la de darnos a conocer un universo más.” Ahora quisiera traer a la memoria al viejo filósofo Séneca, quien decía, en uno de sus tratados morales que le escribió al insensato Nerón, que tenemos la posibilidad de elegir a nuestros antepasados. El viejo Séneca se volteaba y mostraba su biblioteca. “Estos son mis antepasados: -prorrumpía- Aristóteles, Platón, Sófocles”. Así, nosotros, los lectores, tenemos la posibilidad de recorrer nuestra ciudad y conversar, en las bibliotecas, con nuestros antepasados.

Frases
Daniel Nush

(Oaxaca, 1991) Estudiante de la FFYL de la UNAM. Es miembro del Consejo editorial de Avispero y de la revista Yagular. Escribe en el blog El cuaderno http://danielnush.tumblr.com/

Fotografía de Daniel Nush

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