Si hurgamos en el canon de la Historia encontraremos a mujeres irreverentes por sus hazañas imaginativas, intelectuales, físicas, espirituales, estéticas y políticas, etcétera. Sin embargo, pocas mujeres han sido artífices en el devenir de la Historia. Venimos al mundo sin saber qué destino nos espera: podemos ser actores o espectadores de la realidad. Un personaje femenino divergente de su época fue Juana de Arco, conocida como la Santa Patrona de Francia. Una mujer que al parecer no fue pintada en vida, pero que la imaginación de los artistas ha hecho lo posible para recrear su fisonomía y su complexión.
A los personajes legendarios los testigos de sus vidas y los narradores de sus historias les suman atributos a sus virtudes y hacen de sus defectos una exageración. De algún modo crean más misterio alrededor de su figura. De Juana de Arco se decía que hacía milagros, que revivía a los muertos y sanaba a los enfermos, además de profetizar el futuro. Juana de Arco (Jeanne d'Arc), llamada también la Doncella de Orleans, fue una guerrera francesa que luchó en nombre de Dios. Nació en Donremy, pueblo de Lorena, el 6 de enero de 1412, fecha en la que se celebra el Día de Reyes. Juana de Arco vino al mundo entre el festejo y la alegría. Su padre fue Jacques d'Arc, un pastor y agricultor respetado por su disciplina; su madre fue Isabelle Romée, una mujer dedicada a las tareas del hogar y reconocida por su religiosidad en su comunidad. Sus padres eran profundamente devotos, pero fue su madre quien la inició en su entrega espiritual desde niña.
La seguridad y el riesgo que caracterizan a un héroe son esenciales para llevar sus ideales a los hechos. Las proezas que realizó Juana de Arco son controversiales, porque era mujer, campesina sin rango social, una joven de dieciséis que logró en tres años hazañas nunca vistas, no sabía nada de estrategias de guerra, no sabía usar las armas militares, nunca había cabalgado y no sabía leer ni escribir; pero aseguraba que escuchaba voces de seres divinos enviados por Dios, que le revelaban y le aconsejaban lo que tenía que decir y hacer para liberar a Orleans de los ingleses y acabar con la Guerra de los Cien Años y, sobre todo, cómo coronar a Carlos VII Rey de Francia. ¿Cómo una mujer tan joven, sin atributos para la guerra, que decía tener revelaciones y visiones alcanzó tal misión? Esto es lo más atractivo para desentrañar su historia. Juana de Arco se ha vuelto un símbolo para las feministas, pero no por su espiritualidad, sino por el coraje y el riesgo con el que se enfrentó a la guerra y a los hombres, empezando por su propio padre. Fue de las primeras mujeres de finales de la Edad Media en cortarse el cabello, vestir como un hombre y usar armadura de guerrero, en empuñar una espada y comandar un ejército.
Si nos creamos una idea romántica sobre Juana de Arco suprimimos a la persona que hay detrás de esa imagen y la tragedia de la que fue víctima. Idealizamos la figura de los santos olvidando a sus condenadores y verdugos, aquellos que les hicieron el camino más pedregoso de lo que ya era. Los santos y su misticismo nos revelan fragmentos de la condición humana. Las pinturas de la Doncella de Orleans la representan, generalmente, extasiada en una luz divina y no con el carácter de una guerrera. Vita Sackville-Wets en su biografía Juana de Arco dice que los amigos de ella no mencionaron nunca que fuera una mujer delicada y de rasgos bellos. De acuerdo con los testimonios de los hombres con los que luchó en el campo de batalla, éstos se sentían atraídos por ella, pero no sexualmente o por su belleza, sino por su carácter y fortaleza guerrera. ¿Cómo fue la intimidad de Juana de Arco con los hombres que comandaba? A pesar de sus excentricidades y atrevimientos la respetaban. Además, la veían como un ser varonil con voz femenina. “Era en realidad, emotiva, y lloraba copiosamente en todas las oportunidades posibles: era una extraña mezcla de atributos femeninos y masculinos, que tan pronto atacaba implacablemente al enemigo como se echaba a llorar al verlo herido”, escribe Vita Sackville-Wets. Estaba confrontada entre su misión y su compasión. Para evitar la desgracia en la contienda de Orleans, Juana de Arco les avisó a los ingleses de sus propósitos. Por medio de cartas ella les pedía que se retiraran y abandonaran el territorio francés para que no perecieran en la batalla, y no dejaba de amenazarlos con que el Rey de los Cielos protegía la causa francesa. Pero no le hicieron caso, la insultaron y perdieron.
Sin especulación no hay creación. Principalmente, lo que conocemos sobre Juana de Arco está registrado en el Proceso de Condenación y en el Proceso de Rehabilitación que hizo la Iglesia. El primero registra el juicio de condenación y excomulgación; y el segundo fue para “resarcir” la injusticia de condenarla hereje y quemarla en la hoguera. A partir de estos testimonios y de su leyenda, escritores y dramaturgos se han dado a la tarea de ficcionar sobre este personaje histórico. Fue abordada desde la ironía, el sarcasmo y la idealización por Shakespeare, Voltaire, Friedrich Schiller, Mark Twain, Paul Claudel, Bernard Shaw, Anatole France, De Quincey, Andrew Lang, Vita Sackville-Wets, etcétera. Es irónico lo que dice Borges: “Una de las buenas costumbres de la literatura inglesa es la composición de biografías de Juana de Arco”. Otros espíritus creadores han hecho películas, óperas, novelas, pinturas, esculturas y poemas sobre ella. Además, por sus revelaciones es un personaje ideal para los militantes del espiritismo.
Fue educada tanto por sus padres como por sus voces. Juana de Arco creció en Donremy al lado de su familia. Los testimonios de sus amigos relatan que desde pequeña era humilde y piadosa. Juana de Arco estaba marcada por las extenuaciones de las tareas domésticas, entre ellas el hilado, el cuidado de los animales, la siembra y la recolección. Sin embargo, era una campesina feliz; dijo que terminando la guerra quería regresar a su casa para continuar su vida normal. En su época los niños no iban a la escuela y las exigencias y las responsabilidades en el hogar eran estrictas. Por eso, para conocerla tenemos que ver el lugar en el que nació, las costumbres y las tradiciones del lugar, las actividades que realizaba, el clima y los vecinos con los que creció. Todas éstas son las fronteras que tuvo que cruzar para alcanzar su objetivo. Ella no sabía leer ni escribir; las cartas que enviaba se las dictaba a su escudero para que las transcribiera. Fue educada bajo las normas de sus padres y por su espiritualidad. Ella, a diferencia de otros niños, tenía una fe muy fuerte y un patriotismo sorprendente. Se dice que cuando cuidaba a los animales, astutamente se escapaba y se iba del campo al bosque para guarecerse en la capilla de Nuestra Señora de Bermont. Pero no para jugar o divertirse, sino para hacer sus oraciones, meditar y confesarse.
Como todo niño, Juana de Arco tenía sus secretos y aventuras sin que sus padres los intuyeran. Escuchó las voces por primera vez a los trece años; su narración sobre su primera revelación es escueta, nada exagerada y sin rasgos de dramatización. Sobre las voces afirmó que cuando las escuchaba las percibía de su lado derecho y también veía una luz; poco a poco reconoció que eran San Miguel, Santa Catalina y Santa Margarita, y algunas veces se le presentó San Gabriel. Afirmar que Juana de Arco se comunicaba con seres divinos o demoniacos es conflictivo, porque parece que no hay forma alguna de comprobar la existencia de otro mundo alterno al nuestro o más allá de éste. Sin embargo, sus jueces afirmaron que estas voces eran mensajeros demoniacos. Estas experiencias son propias de místicos o brujos. Si nos remitimos a otras épocas podemos comparar este fenómeno con los testimonios de hombres que decían escuchar voces, voces equiparables a la “voz de la conciencia”. Fuera de la tradición judeocristiana existe el caso de Sócrates, ya que afirmaba tener un daimon, una divinidad que influía en su destino.
En la juventud hay confrontaciones entre las afinidades de los hijos y las de los padres. Juana de Arco fue muy perspicaz para guardar su secreto. No le sorprendió que su madre le haya contado que su padre había reunido a la familia para contarle que en sus sueños —o pesadillas— veía a Juana de Arco yéndose con unos soldados. Su padre no podía adivinar el futuro y ella no podía revelarle lo que iba a suceder. Su padre se dejó llevar por el miedo a la deshonra y realizó un sin fin de amenazas, y llegó a decir que “él mismo ahogaría a su hija si sus hermanos se negaban a hacerlo”. Pensar que su hija podía convertirse en una libertina lo desesperaba. No había motivo para ello, pero la superstición y sus sueños ganaban. Para evitar que se cumpliera lo que soñaba, arregló un matrimonio para su hija sin avisarle. Como ella no aceptó contraer la responsabilidad del matrimonio, el pretendiente la denunció por deshonrarlo al no cumplir con el acuerdo. Pero ella se defiende y gana el caso. La forma en que lo hizo fue por medio de la persuasión, era una mujer ágil con las palabras y en el arte de convencer. Su defensa fue que ella no engañó al joven porque nunca le prometió nada y que ese acuerdo lo había hecho su padre. Y que además estaba impedida a contraer matrimonio porque su vida la había entregado a Dios. Este suceso no pasó desapercibido durante el juicio que le hicieron los eclesiásticos.
El contexto social conflictivo era cada vez más preocupante y Juana de Arco lo sabía. Sus voces eran más recurrentes. Le decían que el momento para abandonar el hogar estaba cerca. En esos momentos contaba con dieciséis años. A esa edad estratégicamente empezó a sondear a las personas que la ayudarían a lograr su misión. Su primera tarea era llegar a Carlos VII, el Delfín de Francia. Para realizarla tardó casi un año. Sus voces le dicen que tiene que hablar con Robert de Baudricourt, gobernador de Vaucouleurs. Las voces le aseguraron que él le daría una escolta y armas para llegar a Chinon. Ahí se encontraba Carlos VII. Sí, fue como le dijeron sus voces, pero después de realizar muchos esfuerzos. La primera vez que lo visitó y le contó de su misión él se burló, pidiéndole a Durand Lassois (primo de Juana de Arco) que se la llevara y le dieran un buen castigo por atreverse a decir semejantes cosas. Este fue sólo un intento. Vendrían más.
En enero de 1429 abandonó a su familia. Aunque ésta significaba la seguridad y el confort en su vida, no podía renunciar a su objetivo por el miedo a perder el calor del hogar. Se despide definitivamente de Donremy a los diecisiete años. Y como las despedidas conllevan dolor, decide no avisar a sus padres su partida, como lo tenía ya planeado. Viaja con el pretexto de ayudar a su primo Durand Lassois y a su esposa por el nacimiento de su primogénito. Solidaridad que seguramente no resultó extraña para sus padres, pues era servicial y caritativa. Esta huida es similar a las que hacía cuando iba a cuidar a los animales al campo. Acciones que son males menores en comparación con el triunfo de Juana de Arco. Sin embargo, para la Iglesia importaron más a la hora de juzgarla: le recriminaron que había deshonrado a sus padres con esa huida. Ella sabía de su falta y lo que hubiera implicado pedir permiso, por eso actuó así. Después les envió a sus padres una carta pidiéndoles disculpas. Era mejor pedir perdón que permiso.
La desesperanza ante los hechos, la predicción de que una virgen sería la salvadora de Francia y la amistad de Jean de Metz y de Bertrad de Poulengy con Juana de Arco hizo que Robert de Baudricourt la escuchara. Baudricourt fue el primero en enterarse de las voces. No se sabe lo que lo convenció para ayudarla a llegar con Carlos VII.
En Vaucouleurs es la primera vez que viste de hombre, más tarde dice que esta decisión la tomó por orden de sus voces. Vestirse y cortarse el cabello como los hombres fue la principal razón de su condena. Para la Iglesia fue la prueba de su herejía, pues iba en contra de los preceptos cristianos y deshonraba su sexo. El Antiguo Testamento (Deuteronomio, 22-5) dice: “La mujer no se pondrá ropa de hombre, ni el hombre un vestido de mujer; el que lo hace resulta abominable a los ojos del Señor, tu Dios”. Las palabras sagradas de la Biblia eran leyes inamovibles para los padres de la Iglesia. Sin embargo, ¿qué relación tiene la apariencia de una persona con la esencia de sus actos?
El 23 de febrero de 1429 viaja a Chinon vestida de hombre, con armas y con Jean de Metz y Bertrad de Poulengy como su escolta. Llegan el 6 de marzo a Chinon. El encuentro entre Juana de Arco y Carlos VII está bien documentado. Es un relato con rasgos sorprendentes. Carlos VII era supersticioso y tenía miedo de conocerla directamente por el aura de misterio que la acompañaba. Conocido por su ineptitud y debilidad de carácter, se ayudó de un joven de la corte para que ocupara su lugar. Si Juana de Arco lo reconocía como el Delfín era una embustera. Pero sucedió lo que no esperaban. Entre trecientas personas reunidas en la salle de Château de Milieu, Juana de Arco desmintió al hombre que ocupaba el lugar de Carlos VII, e identificó a éste oculto entre la multitud diciéndole las siguientes palabras: “El Rey del Cielo me envía a vos con el mensaje de que debéis de ser ungido y coronado en la ciudad de Reims, y que seréis el lugar teniente del Rey del Cielo, que es el Rey de Francia”. Palabras prometedoras para quien no había hecho nada para ganarse su lugar en el reino de Francia. No se interesaba en la guerra y vivía a la sombra de los lujos que tenía en el palacio. Sus soldados estaban en el frente mientras él se ocultaba en los placeres y los vicios. La crisis por la que pasaba Francia no limitaba en sus deseos más bajos al rey, a los duques, a los caballeros y a los ciudadanos. La unidad sólo era posible con ideales para unificar el reino. Las cosas no eran fáciles porque Francia se encontraba dividida; los borgoñones estaban de lado de los ingleses. Cuando una sociedad se encuentra dividida sus fuerzas son débiles para enfrentar las amenazas exteriores.
Juana de Arco en la batalla fue incansable. No paraba en ningún momento, su voluntad y disciplina fueron incomparables. Pedía que los hombres se confesaran antes de la batalla, y no podía luchar en ciertos días sagrados. Y ella se encomendaba a Dios antes de iniciar; se retiraba a meditar y a hacer oración y regresaba con las fuerzas de una guerrera. Liberó a Orleans de los ingleses. Estas batallas no eran las únicas que ella debía luchar. Pero Carlos VII le disminuyó su poder para hacer un tratado de paz con los ingleses y no arriesgar lo que ya había ganado con los triunfos de Juana de Arco. Su presencia durante las batallas fue primordial. Algunos dudan de su intervención en las decisiones de guerra apelando a que sólo actuó como talismán o inspiración de los soldados franceses, pero los caballeros de armas en sus testimonios relatan lo difícil que fue para ellos aceptar la autoridad de una mujer. Aunque ellos tuvieron buenas estrategias, las de Juana de Arco fueron mejores y las que sirvieron para que se levantara el sitio de los ingleses en Orleans. Cumplió con su promesa de coronar rey a Carlos VII en Reims.
Los enemigos no escatiman castigos cuando quieren vengarse. Y los ingleses estaban heridos y derrotados por una mujer. En una batalla en Compiègne, donde iban perdiendo los franceses, los borgoñones, partidarios de los ingleses, la capturaron entre el 22 y el 23 de mayo de 1430. Fue apresada y vigilada obsesivamente, insultada y agredida desde ese momento. Su captura ya estaba dicha. Ella relató que sus voces le habían advertido lo que pasaría y le dijeron que iba a ser antes de la celebración de San Juan, que no se preocupara. Para Juana de Arco esto era indignante, pues por ningún motivo quería estar bajo las manos de los ingleses. Cuando estuvo detenida en el castillo de Beaurevoir se lanzó de una torre, pues prefería morir por decisión propia a que los ingleses decidieran sobre su vida. Extrañamente salió viva. ¿Su destino estaba escrito? El suicidio era condenado por la Iglesia, por eso el acto que cometió en Beaurevoir no se les escapó a sus jueces. El rey Carlos VII no ofreció una recompensa por ella, ni buscó la forma de liberarla. Para los ingleses era un trofeo tenerla en sus manos ya que libre seguiría siendo una amenaza.
Juana de Arco fue llevada a Ruan y entregada a la Iglesia después de seis meses de su captura. Carlos VII no evitó que la condenaran y la quemaran en la hoguera. Ni si quiera se lavó las manos como Poncio Pilatos. La avaricia del poder y el problema que ahora representaba para él fueron las razones por las que no evitó la injusticia. El pueblo la quería y la empezaba a idolatrar en detrimento de su propio poder como rey, y tenía miedo de que el ejército se pusiera de su lado. O no quería, quizá, verse inmiscuido en las acusaciones que le hacía la Iglesia. Algunos de los hechos relatados aquí fueron la causa de su condena. Los artículos de culpabilidad fueron en total sesenta. Esto es significativo para ver la dimensión del personaje que fue esta mujer, y para tener en cuenta los “crímenes”, según sus acusadores, por los que fue llevada a la hoguera.
Su juicio duró casi cinco meses. Su inteligencia y carácter a la hora de contestar en el juicio muestran su determinación y fuerza. Las preguntas que le hacían los jueces estaban pensadas para que aceptara las acusaciones de una u otra forma, aun así ella fue lo suficientemente hábil para evadir sus preguntas y sólo responder las que ella quería. Fue acusada de herejía y excomulgada. Después de tanto hostigamiento, los eclesiásticos —para lavarse las manos— le piden que se arrepienta de sus “pecados” para liberarla de la condena. Se retractó no por miedo a la muerte, sino por el respeto que tenía a las convenciones de la Sagrada Iglesia, y se arrepintió de su retractación. La llevaron a la hoguera el 30 de mayo de 1431. Murió a los diecinueve años devorada por las llamas, y sus huesos fueron lanzados al Sena. Quienes presenciaron su muerte dijeron haber visto volar del fuego una paloma y el nombre “Jesús” apareció escrito entre las llamas. Varios siglos después, en 1920, fue canonizada como Santa Juana de Arco. Su espada no quitó ninguna vida.
Paul Claudel escribe en su poema Juana de Arco en la hoguera: “no eran sacerdotes los que se habían reunido para juzgarla, eran bestias feroces”. Juana de Arco dice que “los niños tienen un proverbio: a veces los hombres son ahorcados por decir la verdad”.