España - México
08 de octubre del 2016

En 1938 el diario El Nacional lanzó una encuesta abierta al público con la más sencilla y complicada de las preguntas: “¿Quién es el mejor poeta de México?”. El proceso resultaba muy sencillo: bastaba con adquirir un ejemplar del diario, recortar una boleta que venía incluida y enviarla por correo a la editorial con el nombre de su poeta favorito. El experimento realizado por El Nacional se puede considerar positivo ya que, además de la amplia respuesta, muchos lectores, atentos y preocupados, enviaron cartas dirigidas al editor con el fin de remarcar su posición o generar diatribas con respecto a la encuesta. Incluso, una de las polémicas más sonadas fue la supuesta participación del poeta francés André Bretón, bajo el pseudónimo de Guillermo Gutiérrez, menospreciando la labor surrealista en México.

El resultado señaló a Enrique González Rojo como el mejor poeta, y posteriormente a otros personajes reconocidos como Octavio Paz, Carlos Pellicer, José Juan Tablada, Efraín Huerta, Salvador Novo, Alfonso Reyes y Maples Arce. La encuesta no tuvo un impacto relevante en la construcción del canon; sin embargo, demostró que la purga en la literatura es amplia y, en algunos casos, misteriosa. Muchos de los seleccionados, como Leopoldo Ramos, Gregorio de Gante, Francisco González de León y otros más, aunque se pueden encontrar compilados en alguna antología de la época y ocupar honrosas posiciones dentro de la encuesta de El Nacional, desaparecieron de la escena literaria. Hoy en día, tan sólo un puñado de autores fue capaz de sobrevivir al cronotopo, y continúan dentro de los anaqueles de las librerías.

La apuesta de El Nacional fue atrevida y se debe reconocer; sin embargo, no fue más que una anécdota graciosa sin ningún tipo de sustento teórico y carente de un resultado determinante. Aunque puede resultar tiránico, la democracia no funciona al momento de sopesar a la poesía. La razón de esto surge desde su interior ontológico; como señala el filósofo y profesor alemán Alexander Baumgarten: “la poesía es el resultado de un discurso sensible”. Pero, cuidado, ya que el discurso y las representaciones sensibles no son compatibles. Por un lado, el discurso es una piedra, firme e inamovible que sujeta todo al yugo de la razón y la lógica; y por otro, la representación sensible se eleva a través de las corrientes de lo inmarcesible. Por lo tanto, al momento de someter a la poesía al acto democrático, sin un sustento firme y ningún punto de comparación, puede dar como resultado algún poema, obra o personaje que, a la postre, yazca sepultado bajo las arenas del tiempo.

Para el público lector de la década de los 30 y de los 40, una convocatoria en un diario nacional bastaba para cubrir las necesidades que la época requería. Un público que, visto a la distancia y tomando en cuenta el número de habitantes, puede resultar minúsculo hoy en día. O al menos eso es lo que podría pensarse; sin embargo, el 1 de enero del 2005 la revista Letras libres realizó nuevamente una encuesta buscando a los mejores diez poetas de México. A pesar de contar con la facilidad del internet, sólo hubo 283 votos (válidos), y la redacción editorial denunció varias celadas y algunos amagues por parte de los participantes. La lista definitiva arrojó a José Emilio Pacheco como el mejor poeta vivo (o al menos el más reconocido) en México, posteriormente a Eduardo Lizalde, Alí Chumacero, Gabriel Zaid, Rubén Bonifaz Nuño, David Huerta, Ramón Xirau, Francisco Hernández, Homero Aridjis y Coral Bracho (única representante femenina).

La diferencia entre la encuesta de 1938 y la de 2005 se puede analizar a partir del tipo de reconocimiento que un escritor era capaz de adquirir a principios del siglo XX y de la que es capaz en el siglo XXI. Pues en el siglo XX se daban a conocer gracias a las revistas literarias como Taller o Vuelta, y el impacto se veía reducido al público que tenía acceso a ellas. Después de 1968 nace la cultura institucional en México, y aparecen distintos tipos de galardones y reconocimientos; fenómeno que revoluciona la percepción del artista, pues, a diferencia de otras épocas, éste puede demostrar su categoría gracias a cartas-credenciales —debidamente lacradas— que el Estado otorga. La encuesta de Letras libres parece arrojar un resultado mucho más sólido; sin embargo, esta solidez puede ser algo engañosa, ya que a diferencia de la época de los contemporáneos, podemos encontrar decenas de escritores con múltiples reconocimientos que no fueron expuestos a un aparato crítico, sino a un aparato burocrático e institucional. La prueba se encuentra en personajes como Ernesto Carrión o Mario Santiago Papasquiaro, a quienes se les pretendió fulminar del mapa literario. Cosa que no ocurrió con escritores como Manuel Maples Arce y otros integrantes del movimiento estridentista, a pesar de sostener una posición similar con respecto al medio cultural.

La asimilación de la intelectualidad mexicana en las instituciones gubernamentales y la domesticación del artista, generaron polémicas que constantemente inflaman el panorama cultural. La aparente facilidad que se requiere para inmiscuirse dentro del escenario literario ha generado una crítica partidista en la que la sobrevivencia del más fuerte no se basa en la calidad literaria, sino en un complejo sistema de public relations y otros vicios en los que no vale la pena internarse.

Afortunadamente, estos fenómenos no nublaron el quehacer poético en México, ya que a finales del siglo XX y principios del XXI, las propuestas estéticas cambiaron el curso radicalmente. La necesidad de abandonar la solemnidad y el notorio afrancesamiento se vio reflejado en poetas como Fabio Morábito, con De lunes todo el año; Jorge Fernández Granados, con Principio de incertidumbre; Jorge Esquinca, con Descripción de un brillo azul cobalto, y Tedi López Mills, con Amigo del perro cojo; y en algunos más jóvenes, como Alejandro Tarrab, con La caída del búfalo sin nombre, y A. E. Quintero, con La telenovela de las cuatro no se detendrá porque alguien logró matarse; quienes establecieron nuevas interrogantes con respecto a la posición del poeta ante el mundo, y, como si se tratase del renglón de una tesitura musical, descendieron (o se elevaron) para salir del enmarque y hacer uso de nuevos recursos, como la escritura en prosa, en diálogo y la escritura libre de artificios retóricos. El discurso se vio empapado por literaturas y apuestas de otras latitudes, de otros idiomas, y, principalmente, de otras clases sociales.

El impulso de las telecomunicaciones intervino de manera significativa, pues con la velocidad de la información potenciada, muchos autores que en otras décadas no habrían tenido la misma oportunidad de brillar, se apoderaron de los escenarios, como Inti García Santamaría, con Nunca cambies; Carla Xel-Ha López; Clyo Mendoza, con Anamnesis, y David Meza, con El sueño de Visnu. Para esta nueva generación el quiebre del canon fue una transición más sencilla debido a la velocidad que las redes sociales proporcionan, lo que les permitió mostrarse no sólo ante un mayor número de lectores nacionales, sino también traspasar las fronteras y acercarse a nuevos mercados, como el español o el sudamericano. Una muestra de esto fue la antología Los reyes subterráneos. Veinte poetas jóvenes de México, la cual recolectó voces juveniles de la República mexicana y se publicó en España en la editorial La Bella Varsovia (2015).

En fin, las encuestas realizadas por El Nacional y Letras libres no resultaron ser otra cosa que simples divertimentos sin ningún tipo de alcance significativo para la edificación de una tradición saludable. La democracia no sirve al momento de hablar de poesía, y los reconocimientos institucionales no son capaces de reflejar una realidad, o por lo menos, no en su totalidad. Nada que cause tanta desconfianza puede ser tomado en serio. Cuando hablamos de poesía, se debe tener en cuenta que no puede medirse, pesarse o cuantificarse; se debe implementar un ejercicio de reconocimiento que sea capaz de sopesarla y sublimarla, que sea capaz de separar las piedras preciosas del oropel. Este ejercicio sólo se puede llevar a cabo por medio de una crítica voraz y concienzuda; más allá de la crítica de una revista importante o de algún grupo de poder académico o intelectual; una crítica total por parte de todos los lectores, escritores y estudiosos, que a fin de cuentas son los verdaderos participantes.

Y con respecto a la búsqueda del mejor poeta de México, siempre podrá ser recordado como la publicidad de una marca de cigarros o una cafetería francesa.

Frases
Alejandro Baca
  • Escritores invitados

CDMX, 1990. Ensayista, crítico y poeta. Coeditor en Cuadrivio. Publicó el poemario Apertura al cielo (Naveluz, 2014).

Fotografía de Alejandro Baca

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