Como seres humanos finitos e imperfectos, nuestras opiniones y creencias, nuestras ideas sentadas como verdaderas, ya sean desde la filosofía, la ciencia o la religión, están sometidas a estas dos características que nos conforman; nuestras verdades son parcialmente verdaderas y se encuentran ancladas en un espaciotiempo acotado. Los individuos que creen estar más cerca de la verdad o de Dios a veces incurren en las deleitosas satisfacciones de la soberbia y la autocomplacencia. Aquello que se afirma como una verdad inamovible, puede que pasado un tiempo no lo sea más. Y es que nada relacionado con la Verdad o con Dios puede ser demostrado de una vez y para siempre por la creatura finita e imperfecta que somos. No nos queda más que aceptar los límites y ampliar, lo más que podamos, el conocimiento y la experiencia. Y aceptar, como aceptaban Sócrates y Descartes, que la duda es la insatisfacción de las respuestas dadas, y que no hay otro camino que seguir buscando.
El desencanto y la decadencia de nuestras sociedades, a la par del nefasto desempeño de los políticos y la voracidad inmoral de los empresarios que hoy dominan el mundo, hacen que la vida sea una perpetua lucha por sobrevivir sin pensar muy bien por qué: vivir al máximo el máximo tiempo posible sin mediaciones teóricas u observaciones prudenciales. Y por ello, la vida cultural de las sociedades se determina por el comercio inmoral y el hedonismo exacerbado. La cultura de masas que criticó Ortega y Gasset. Quién no recuerda que cuando iba a la secundaria, la vida trascurría sin saber casi nada de la vida de los compañeros o de las personas más cercanas a uno. Hoy, con el auge de la tecnología, el Internet y el arribo de las redes sociales, los jóvenes tienen acceso a una cantidad infinita de información. Pero información no es igual a conocimiento, y he ahí el problema: ¿qué hacemos con la información si no la procesamos, si vivimos sumergidos en el mundo de la imagen y el comentario inmediato sobre problemas que no podemos resolver y que difícilmente les ubicamos un lugar especial en nuestra vida privada más allá del malestar o el resentimiento? ¿Es normal que nos asediemos de información que habla de la podredumbre en la que nos encontramos en lugar de buscar proyectos alternativos que luchen no contra el mal sino haciendo el bien? Gran parte del periodismo y los noticieros se alimenta de muerte.
Hago una crítica a la postura de que la literatura o la filosofía, así como los escritores o los filósofos, no deben tener un compromiso moral serio con el medio social en el que viven. Estoy de acuerdo en esto: los literatos y los filósofos deben siempre ver por crear aperturas estéticas y filosóficas que renueven las creencias y las convenciones; pero en esa búsqueda está siempre el contexto y la influencia que pueden recibir del medio y el medio de ellos. Los escritores que dicen que la literatura no sirve para nada más que para producir un orgasmo mental son unos farsantes. Si es así, ¿por qué no dejan de escribir o de publicar? En el fondo todo creador, como todo filósofo, tiene en mente que sus ideas deben ser atendidas y valoradas; éstos creen que deben ser escuchados, admirados y recordados por sus improntas. Y los que dicen que la literatura no tiene una función concientizadora, o que la lectura por sí misma no hace buenas a las personas (justificándose en las masacres e intolerancias que de la lectura de libros tanto sagrados como laicos se han hecho), olvidan que la función de los discursos morales, estéticos o filosóficos tiene como fin persuadir y combatir el dogmatismo cerril de mentes fanáticas, y que hay claroscuros en todo. Los libros son un peligro en manos de hombres déspotas o dogmáticos. Cuando los escritores y críticos literarios pontifican que la literatura no sirve más que para satisfacer el ego de personas que juegan con las palabras, o que escriben para sí mismos, no veo más que contradicciones. Alguien así puede ser totalmente prescindible, alguien así ignora que su propia voz es ignorada.
“La guerra de todos contra todos”, de Hobbes, es de una vigencia espantosa. La literatura y la filosofía (y en general las humanidades) no son sólo materias de estudio y búsqueda, sino fuentes de vitalidad. Sólo con genio y trabajo puede un creador hacer una obra estética perdurable; pero hacer de la vida una obra de arte que convine una búsqueda estética sustentada en una ética vital, sólo pocos hombres lo han podido hacer. Decir que la verdad está hecha de conceptos y que Dios es la creación de mentes supersticiosas, es decir que sólo existimos nosotros y que no hay nada más que nuestros arrogantes artificios. Si la literatura y la filosofía tienen una función, es la de persuadir para no retornar a la barbarie. Y como bien dijo Sócrates, “una vida sin examen no merece ser vivida”.
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