Antología universal del relato fantástico, Jacobo Siruela
Atalanta, 2013
La literatura fantástica puede sospecharse como una especie de arqueología del universo. En ella también se halla consignada una historia de lo asombroso.
Desde hace algunas centurias sabemos que los libros se hallan en estado de latencia, son secretos que al lector le toca completar. Su acontecer abre significados. Basta con un breve roce para captar la profundidad de un mundo insospechado; unas líneas y quedamos prendados de un bello sortilegio. No en vano el mismo Jacobo Siruela (Madrid, 1954) ha pensado a lo fantástico como una categoría estética, una modalidad de la experiencia que nos descubre los secretos de los mundos en que vive la humanidad.
En el prólogo a su antología —que bien puede leerse como un breve tratado de lo fantástico— queda clara una imagen: la de la oposición entre fantasía y racionalismo, que es acaso la motivación del género: “se refiere a todo aquello que sobrepasa el ámbito de la razón y no puede ser comprendido por el entendimiento sino percibido por la sensibilidad”. Precisamente, cuando Jacobo Siruela publicó su libro El mundo bajo los párpados, la insólita historia de los sueños, había cierta entonación de la misma idea, pues existen ciertas realidades cuya distinción o peculiaridad se han ido silenciado bajo la pesada lápida de los conocimientos canónicos y técnicos.
Lo fantástico abre nuestra percepción a nuevos significados y, por tanto, cambia nuestra concepción del mundo, al igual que los sueños. De manera que atender lo fantástico en la literatura es revelar la posibilidad de distintas gramáticas, diversos vínculos con los misterios de la existencia. Precisamente, los libros publicados por Jacobo Siruela en Atalanta tienen la virtud de vincular al hombre contemporáneo no sólo con problemas actuales (como Universos paralelos de Michio Kaku), sino que reproducen o invocan mundos míticos o antaño dormidos o acallados por la razón. Pienso en En los oscuros lugares del saber, de Peter Kingsley, que confronta ciertas nociones del platonismo y nos lleva de la mano por siglos y realidades que no se corresponden con la visión hegemónica de la dialéctica; también en Patrick Harpur, cuya Realidad daimónica es afín con el proyecto de atender a la imaginación para comprender mejor la historia del pensamiento. También hay que hacer notar que en la editorial Atalanta se han ido publicando libros clásicos de otros idiomas de manera íntegra, como el I Ching o la biografía de Casanova.
Sabemos que una obra literaria no tiene edad; es siempre contemporánea del hombre. Sólo aquí pueden ser contemporáneos a nosotros ojos las fábulas de Apuleyo y los cuentos de Felisberto Hernández. Atalanta ha colocado La Historia de Genji o las narraciones de Vernon Lee dentro de un mismo pulsar.
“Memoria”, “imaginación” y “brevedad” son las virtudes por las que Jacobo Siruela escoge los diez libros que publica cada año. No hay que olvidar que estas virtudes se hallan fuera de la atención de muchas editoriales contemporáneas y de ciertos tratados eruditos o escolares, que prefieren la efectividad a la belleza. Cada una de sus tres colecciones, Imaginatio vera, Memoria mundi y Ars brevis forman parte de un proyecto que incluye la revaloración del espíritu, la sensibilidad, la imaginación y la memoria en una época en que estas cualidades yacen ignoradas por el proyecto pragmático y técnico que nos tocó vivir.
Fiel a la idea de Gracián de que “lo bueno, si breve, dos veces bueno”, Jacobo Siruela ha optado por publicar relatos o cuentos en vez de novelas, un indicio contrario al trabajo editorial que se viene estilando. Sin embargo, hay que decir que el libro que nos ocupa tiene mil trescientas páginas que despliegan dos siglos de evolución del relato fantástico.
Esta antología está emparentada con distintas compilaciones ahora míticas del cuento fantástico. De Borges me viene a la mente la colección editada en Siruela a partir de 1988 llamada “La Biblioteca de Babel”, originalmente editada por Franco María Ricci en Italia; Cuentos fantásticos del siglo xix que el mismo Jacobo Siruela propusiera a Italo Calvino en un congreso de literatura fantástica promulgado por el editor español, y que sería el primer volumen de una de las más completas colecciones de literatura fantástica en nuestro idioma: “El ojo sin párpado”.
A mi juicio, esta antología publicada por Atalanta es un libro fundamental para captar las distintas modalidades del cuento fantástico y su comprensión en el ámbito de la literatura hiciteoamericana, pues su canon incluye ya a los antologadores del pasado que nos condujeron al disfrute de esta literatura. Muertos Borges e Italo Calvino, Callois y demás, hoy las figuras tutelares de lo fantástico son escasas, por ello un acontecimiento como este libro no debe pasar desapercibido, en especial si lo ha sacado a la luz un editor que ha dedicado tres décadas a explorar los ignotos mundos de la fantasía.
Cincuenta y cinco relatos de autores de cuatro continentes se acrisolan en distintas figuras de lo fantástico. Son variadas las facetas que acontecen en este libro. Por ejemplo, podríamos sospechar en lo sutil en que se nos presentan algunos hechos de la imaginación y la casualidad: “Dos imágenes en un estanque” de Papini, o “El tatuaje” de Tanizaki son buen ejemplo de ello: imágenes leves que invocan una sensorialidad especial, casi absoluta, como la del reflejo de un rostro o el tatuaje en la espalda de una mujer que son suficientes para crear atmósferas potentes y acaso inolvidables. O el cuento fantástico que roza el horror: Bulwer Lytton con “Hechizados y hechizadores” o incluso Ewers con su cuento “La araña”. El horror es una de las ramificaciones de este libro, pero no agota la capacidad de representación de un conjunto de hechos de feliz memoria, pues este libro tiene muchas historias que no difícilmente volverán a parecer en nuestra vida, si es que somos lectores interesados en el relato. También hay una fantasía mitológica que recrea el mundo antiguo: “Lázaro” de Andreyév o “La estatua de sal” de Lugones, ambos imágenes religiosas que se tornan, por momentos, demoníacas. Hay cuentos que rozan lo metafísico como “Los siete mensajeros”, es decir, que se convierten en modelos del universo que apenas estamos comprendiendo y conociendo; pocos son los autores como Buzzati que, una vez que se han leído, uno no puede sino atesorarlos.
Al leer esta antología un hecho me alegra por encima de muchos: cada final es una sorpresa distinta. Cada vez que concluimos uno de estos cuentos algo de una incierta alegría nos corresponde. Desde el canónico cuento de Hoffman “El hombre de arena” hasta “Lo oculto” de Nayer Masud, el lector encontrará razones suficientes para atender ciertos misterios de la vida que había comenzado a olvidar.