Ya las pintaron en las marchas, ya se burlaron de ellas en redes sociales, ya las utilizaron para pegar carteles; uno de ellos decía: “se vende todo o en partes”. Y sin embargo, siguen apareciendo, como barros en el rostro de un adolescente: las esculturas de Andriacci afean la ciudad. Por ello Toledo solicitó al INAH que “se pusiera atención en la colocación de objetos ajenos que no van de acuerdo con la arquitectura de la ciudad”. En efecto, las obras de Andriacci colocadas en el Centro Histórico, ahora en el zócalo, fungen sólo como distracción y destrucción del conjunto armonioso y cálido que es Oaxaca.
Es obvio que el gobierno utiliza espacios públicos para catapultar la promoción financiera de una obra privada. De lo contrario, no hubiera borrado los muros que el colectivo Lapiztola había intervenido. Y no habrían causado la indignación de oaxaqueños y turistas. ¿Con qué autoridad lo hizo?, le podríamos preguntar a Villacaña, pero sabemos su respuesta; en cambio, si le cuestionamos con qué conocimiento sobre arte decide el municipio qué obra sí y qué obra no, estoy seguro que sólo nos citará su reglamento sobre el municipio. Pero, señor presidente, los murales no contrastaban con los colores del Centro Histórico. Ojalá los artistas guarden por mucho tiempo en su memoria este gobierno que se dedicó a destruir murales. Muchos no entendemos por qué este gobierno priista prefiere exhibir un pegaso con una erección en el zócalo. Si tanto les gusta que lo coloquen frente a su ventana, a manera de que la erección remplace el ángulo del sol. Ya ni siquiera es una exposición, es sólo una pieza, un caballo alado, y los oaxaqueños no somos tan confiados como los troyanos. Sospechamos de esta invasión y sus intereses políticos. Por algo Andriacci salió a defender el Centro de Convenciones (con un comunicado lleno de errores de ortografía y sintaxis). Está bien si quieren llenar el Congreso de estatuas, como lo hicieron, o las instalaciones del municipio, pero no las pongan en nuestro camino. Entendemos que Andriacci busque llegar a los políticos, usarlos como catapulta para la promoción de su obra. Le está apostando al mercado de los políticos; claro, es lo más fácil: son los más susceptibles, tienen dinero, buscan deducir impuestos y no saben nada de arte. No todos lo que compran obra tienen una buena colección, hay unas horribles, de malos gustos, por no decir vulgares.
En cuanto a la obra kitsch de Andriacci (que no es toda, aclaro), no busca demostrar nada, aportar nada ni mostrar su postura: lo único que busca es vender. Ya desde 1990 en su libro Maquiladora de utopías, Robert Valerio lo ponía como uno de sus ejemplos: por la estabilidad en su estilo, por mantenerse en su nicho, por su pasividad y conformismo, similar a una “mala” artesanía. Por ser más decorativo que expresivo. Porque al buscar acentuar cae en la imitación. Como muchos oaxaqueños, al tratar de mantener su estilo, se limita. Y su autorreplicación…No, esperen, ya renovó, ¡al caballito le puso alas y al cristal lo llenó de dibujos!
Algunos esperamos que al salir este gobierno concluya la invasión de Andriacci. Parece que a Villacaña no le importa que la encargada nacional del INAH haya dado instrucciones al director estatal para que signe un convenio con las autoridades municipales, para que no se instalen esculturas en las calles de Centro Histórico sin previa autorización. Por lo pronto, Andriacci seguirá recurriendo a las instituciones y políticos, seguirá maquilando sus esculturas. Hay que ver cuánta culpa tiene el municipio a la hora de obligarnos a ver la obra porque está olvidando la crítica del público, porque no escucha a los oaxaqueños, y es que nosotros queremos que si sigue con esa obra, si ya no, si la vende toda o por partes, si termina casándose en una boda priista con Andriacci, si viven felices por los siglos de los siglos, por favor, que sea lejos de Oaxaca.