Zumbidos
02 de enero del 2018

Me alegra mucho comentar este primer libro de Perla Muñoz, a quien conocí, podría decir, siendo una niña. Recuerdo sus primeros escritos de aquel entonces. Contenían una especie de seña que hacía de su escritura algo muy singular, y me refiero específicamente a la rareza, a ese elemento extraño y casi siempre perturbador que uno encontraba en sus narraciones: historias que no solían entregarse de una lectura, pues había que sopesarlas, mirarlas con cuidado para desentrañar lo que la escritora decía más allá de lo obvio. Creo que con los años esta cualidad en la escritura de Perla Muñoz persiste y quizá se haya acentuado. Desde luego, con muchas otras más. Una muy atractiva para el lector es la concreción con la que nos acerca a esas atmósferas difíciles, aunque dolorosamente veraces, en las que suele envolver a sus personajes. Concreción extendida a las situaciones donde transcurren las existencias de estos seres anómalos que son los que se ha quitado de encima a la hora de escribir estos desquicios.

Al decir esto, estoy recordando a Cortázar cuando hablaba de cómo se escribe un soberbio cuento corto. Pues resulta que así, arrancándose a la alimaña: justo lo que hace Perla en estas diecinueve historias que nos ofrece en su libro.

El título, para empezar, es una declaración de principios; o al menos así la entiendo yo, ya que la escritora se desprende de lo que la desquicia u obsesiona convirtiéndolo en materia de escritura, y lo pone al servicio de su técnica narrativa. ¿Cómo lo hace?

En primer lugar eligiendo escribir historias muy breves que no rebasen las cinco páginas. Una elección así demanda en el narrador economizar medios y hacer una selección muy fina y atinada de los elementos que aparecerán en la historia, si se quiere que ésta cumpla con su impacto en el lector.

Hay que decir que para lograr esto, lo sabemos, no basta con que el tema elegido sea truculento o extraordinario, es necesario además que la anormalidad con la que se entusiasma al lector, sea escrita desde una postura narrativa, desde un posicionamiento del escritor que permita que la historia cobre vida por sí misma, sin que se note la intermediación del creador.

Se sabe que para un cuento o relato breve llegue al alma del lector exige lograr un equilibrio de factores que involucran el ritmo, la tensión, la pulsión interna y lo imprevisible de la historia. Quien desee lograrlo escribirá jugándoselo todo para que, entre aquello que pide ser expresado y lo que finalmente se narrará se cuelen con fortuna el azar y el arrebato. De esa manera, lo que se tiene que contar podrá transmitir todo su misterio.

Así que escribir narraciones breves equivale a emprender una alquimia gozosa y extenuante que, cuando funciona, da textos que rebasan lo estrictamente literario o formalmente bien escrito y deja huella en el lector.

En el caso de Desquicios, el tema que ha escogido Perla para su libro —y lo adelanta desde su inicio— es el de la miseria y la muerte. La obsesión que une sus diecinueve historias es la imposibilidad de la felicidad. Una crueldad y una tristeza permanentes campean en este pueblo llamado Desquicios, que ha surgido del trance de su escritura. Pero al crear este lugar y hacer que el lector lo visite, la escritora ha cuidado que la forma con la que entramos a sus ambientes cumpla con la precisión y el tino que se han descrito. Hay un cuidado formal muy bien pensado en estos cuentos, y una soltura a la vez muy libre que les ha permitido surgir en un estado que podría llamarse salvaje.

Este pueblo llamado Desquicios, creado por Perla Muñoz con pleno conocimiento de sus herramientas literarias, es un escenario donde transitan seres que dejarán al lector perplejo.

En él nos asomamos a paisajes donde, a quienes vivimos en Oaxaca, una ruralidad conocida nos acecha. Hallamos los caminos, las cactáceas, los árboles, las aves, las flores silvestres, las hierbas, el maíz con los que nos topamos todos los días. Nos son familiares los objetos de la cotidianidad, los alimentos y una amplia variedad de insectos que a la vez son personajes de las historias, como los gorgojos o las mariposas. Esos insectos que nos enorgullecen y forman parte de unas artes plásticas que los han explorado intensamente en Oaxaca, aparecen a menudo en estas historias como el único recurso alimenticio de los pobladores de Desquicios. Y no son sólo chapulines, hormigas, gorgojos o abejorros, hay también cucarachas, piojos, liendres, garrapatas y chicharras que muy bien terminan en el estómago.

En este libro los paisajes nocturnos, los senderos y la visión del campo y sus alrededores se perfilan con una fidelidad llena de belleza.

A través de trazos evocativos, cargados muchas veces de poesía, se nos hacen sentir el viento, el sol, los ríos, las distancias, el cielo, las estrellas.

Pero no se confíe el lector. Al lado de este entorno sublime, la historia de este pueblo con sus personajes es la de sus pérdidas. Es la de una privación que empieza con el cuerpo. Se trata de seres que tienen un hambre ancestral, en todos los sentidos. Tanta hambre los consume que se comen a sí mismos o a otros seres humanos cercanos a ellos.

Su precariedad se nos enfoca con una lente de alta definición que ilumina su desamparo momentáneo dejando zonas oscuras, sucias, de un hedor insoportable.

Al entrar a Desquicios, la deformidad que suele esconderse de la vista pública emerge y no hace concesiones. Tiene el rostro de una abuela, un padre, una madre, una hermana, un hermano, un sobrino. Tiene el cuerpo del enano o la enana, del deficiente mental, la cabeza del hidrocefálico, la pierna chueca que posiblemente fue lastimada a martillazos.

Hay mucho que no sabemos en Desquicios, mucha vida que se insinúa detrás del acontecimiento particular al que nos adentra cada historia. El tiempo que la narración escueta de Perla Muñoz realiza, se condensa de tal manera que recoge los otros tiempos arrastrados por los sucesos. Es así que más allá del abandono de una hija por su padre, por ejemplo, podemos intuir el abuso sexual o la violación que la joven ha sufrido. O, en otro caso, como trasfondo de la mutilación de un pene, palpamos el odio visceral de una suegra.

En este andar en medio de cuerpos cercenados, dientes podridos, alientos fétidos, pezones desgarrados, uñas mordidas, laceraciones impuestas o auto infligidas, el abandono afectivo es la gran sombra que acompaña a los pobladores de Desquicios.

La privación de una humanidad mínima que los saque de la locura es lo que prevalece.

Al escucharlas con atención, las voces de sus habitantes dan cuenta de realidades que no son tan ajenas, por más que no deseemos mirarlas directamente a los ojos.

Llevándonos bastante más allá de la anécdota, Desquicios llama a pensar en los límites del cuerpo, y lo hace retando nuestra capacidad de aceptación y resistencia. Se asoma a las esquinas donde la crueldad se ceba con la vejez y la decrepitud, sin olvidarse de los niños maltratados, mutilados y los animales violentados; de la violencia que envilece a hombres y mujeres, y con su transgresión cuestiona la eficacia de las posiciones políticamente correctas.

En Desquicios la pobreza material se hace visible con todas sus letras y expone su decadencia espiritual, como irremediable consecuencia, invocando a una piedad que no podría tener el “ojo negro de Dios” al que se refiere la autora, sino la de nuestro estupor.

Desquicios, como discurso ético, desafía a la naturaleza amorosa del ser humano al negarla con crudeza y ternura; la provoca a fuerza de comprometerla con una desolación que no podría tener seguidores en ninguna red social. Nos hace mirarnos en su territorio ficticio como en el espejo imaginario de lo que también somos claramente como comunidad, como país y como mundo en decadencia.

En tanto trabajo narrativo, cumple a cabalidad con el décimo precepto del decálogo que Horacio Quiroga propuso para ser un perfecto cuentista; el único de estos diez que fuera imprescindible para Cortázar: “Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida en el cuento”.

Araceli Mancilla Zayas
  • Escritores invitados

Estado de México, 1964. Vive en Oaxaca. Abogada con postgrado en cultura contemporánea, es poeta y coordinadora editorial del periódico de arte y cultura Ciclo Literario: cicloliterario.com.

Fotografía de Araceli Mancilla Zayas

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