Columna Semanal
25 de octubre del 2017

Me pregunto si en esta aniquilación fervorosa en la que me sumerjo día con día cobre sentido en algún momento. Recuerdo las palabras de Samuel Johnson: “De la masa de lectores que se pasa la vida hojeando libros, muy pocos son los que leen para ser más sabios o mejores…más bien leen porque esperan pasar unas cuantas horas cuando no se les ocurre nada mejor qué hacer.” Soy consciente de mi exasperada forma de pasar el tiempo, pero no sé hacerlo de otra forma. ¿Cómo desafiar mi decadencia sino en el silencio poético de los libros?

Kazuo Ishiguro (1954) escritor británico de origen japonés recibió el premio Nobel de Literatura 2017; autor de novelas como Pálida Luz en las colinas (1982), Un artista del mundo flotante (1986), Lo que queda del día (1989), Cuando fuimos huérfanos (2000), Nunca me abandones (2005), El gigante enterrado (2015). En Los inconsolables (1995) sigo el rastro de Ryder, un pianista muy importante que visita una ciudad ficticia para ofrecer un concierto. El protagonista escucha pacientemente las historias de hombres apesadumbrados; un impulso irrefrenable de los habitantes por contar parte de su vida al recién llegado. Habrá un evento magnífico, un concierto con grandes personalidades, pero en las 240 páginas de 500, no pude vislumbrar sino un tejido de historias inconclusas, irritantes y por tanto perturbadoras. No sé exactamente porque a Ryder no lo dejan dormir, ni tampoco por qué él no manda al carajo a todos esos impertinentes. La excusa de seguir sufriéndolo es la curiosidad por saber quiénes son todos esos personajes que extienden sus esperanzas y emociones al pianista, quien nos narra detalladamente los gestos, rincones y situaciones en la que se ven atrapados. ¿Podrá dormir en algún momento sin ser interrumpido por un hombre ruin? Al menos cuando leía Hambre de Knut Hamsun (Noruega 1859-1952) mi angustia tenía sentido: una especie de empatía a las inquebrantables esperanzas del protagonista que sufría de hambre. Deseaba escribir para una revista, tal vez hacerse famoso, ganar dinero para comer decentemente en algún café y compartirlo con alguna bella mujer. Pero en Los Inconsolables, habitan voces de personas detestables que al parecer, no nos conducen a ningún lado, más que a la desesperación. Y yo sólo deseo escaparme de ella.

En el espejo veo mi cara deformarse. La desdicha nos hace más feos, pero más humanos ¿Será acaso que en la desgracia puedan florecer nuestras virtudes? “No hay disfraz que pueda durante mucho tiempo ocultar el amor donde está, ni fingirlo donde no está” dice La Rouchefoucault. Es probable que después de los recientes movimientos telúricos que asolaron al país, nuestras fibras sensibles se hayan adelgazado acercándonos al rostro más desamparado sintiendo con él nuestro corazón palpitar. ¿Habría que esperar otras tragedias para no volver a nuestra apacible normalidad? Temo que seamos obstinados y no lleguemos a ningún lado. Que todo esto se vuelva una marea de zozobra y nos convirtamos en los inconsolables, no llegando a ninguna parte, sino a la ofuscación y a la irritabilidad.

Martín Solares, editor, escritor y crítico literario, ha dicho de la obra de Ishiguro: “en sus novelas lo que destaca es el procedimiento, el modo de avanzar inconfundible y su capacidad para eludir lo principal y de este modo sugerir mejor la amplitud del desastre.” Y en eso consiste la hazaña literaria de esta novela: someternos a los detalles triviales de la atmósfera asfixiante, de las anodinas distracciones del personaje central, las voces multiplicadas creadas para el caos. Una novela que exige al lector paciencia para llegar a su última página. La mía la ha consumido en su totalidad.

Dejo el libro sobre la mesa. El dolor de cabeza y el vértigo pronto me envuelve en la invisibilidad de una niebla laberíntica. Abro los ojos y siento caer en cámara lenta. Tarareo en mi cabeza mi canción favorita de un hombre adicto a las anfetaminas y a las mujeres. I fall in love too easily suena en mi cabeza mientras me derrumbo infinitamente.

Perla Muñoz
  • Consejo editorial

Oaxaca, 1992. Estudió Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma Metropolitana. Escribe. Publicó el libro de cuentos Desquicios (Editorial Avispero, 2017).

Fotografía de Perla Muñoz

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