El pasado 22 de enero, Enrique Dussel Peters, profesor de la facultad de economía de la UNAM, visitó la ciudad de Oaxaca para compartir su visión sobre el polémico Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TTP) con alumnos de la Asociación Nacional de Estudiantes de Economía y uno que otro curioso.
El Dr. Dussel es un académico pragmático. Un pensador que busca superar la teoría, sin despreciarla, para entender mediante la praxis las dinámicas económicas de nuestro país -y también de China, pues es director del Centro de Estudios China México de la UNAM. Crítico severo del abstraccionismo de los macroeconomistas que “no son capaces de diferenciar un microchip de un plátano”, ve en la academia un problema de enclaustramiento que no permite a los hacedores de política afrontar la realidad cambiante de la economía mundial, prefiriendo escudarse en las ideas de un economista inglés que hace dos siglos sugirió que toda “ventaja comparativa” es buena para el comercio, sin importar si lo que se cambian son camisas por vinos o, como ahora sugiere el secretario de Hacienda Luis Videgaray, si cambiamos tecnología por mano de obra barata. El punto es ser “competitivos” y la pobreza lo es. Esta es la economía de la miseria a la que nos condena el cinismo neoliberal. Asimismo, Dussel critica severamente la falta de un proyecto nacional entre el empresariado mexicano al cual, para emplear la distinción popularizada por el economista austríaco Joseph Schumpeter, califica como meros capitalistas y no como empresarios capaces de mover la maquinaria nacional.
La conferencia efectuada en la Sala Juárez de la Escuela de Bellas Artes, abordó diferentes aspectos del TTP, el cual ha sido calificado, debido a la multitud de opiniones que despierta, como una nueva panacea del desarrollo, nueva generación de comercio internacional, parteaguas económico, soga al cuello, traición a la soberanía, complot transnacional, acuerdo intrascendente, etc. Más cauto en el uso de la retórica, Dussel lo califica como un misterio, algo de lo que no sabemos casi nada y, peor aún, del que nuestros gobernantes no quieren saber.
Aludiendo al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) como antecedente del TTP, Dussel reflexiona que el principal peligro del acuerdo no recae en el secretismo de sus negociaciones -el cual no deja de ser criticable-, ni en la mayor competencia que países como Vietnam representan para México -porque es contra Vietnam y no contra Japón o Estados Unidos contra quien competimos- sino en la falta de voluntad para entender las consecuencias de esta política del crecimiento basado en las exportaciones. A más de dos décadas de la firma del TLCAN, ¿qué hemos aprendido de la experiencia del comercio liberal? Nada, o casi nada. Tres décadas de proyecto neoliberal no han servido para producir una sola reflexión oficial sobre el proyecto, ni un solo análisis de resultados, ni un solo documento de retroalimentación. A los gobernantes simplemente no les interesa saber qué pasó con el TLCAN y sin embargo, no dudan que este nuevo tratado traerá beneficios a México en el largo plazo, siempre que, como esperaba Lord Keynes, no hayamos muerto. No sabemos ni cuándo ni cómo, pero así es como funciona la fe, y la fe en los “mercados libres” es la peor ortodoxia de nuestros días.
Muy diferente es la fotografía en China, donde se han logrado niveles de eficiencia en la gestión económica que son propios de ingenieros y no de economistas. Sorprende también la facilidad con la que hoy en día achacamos los problemas de México a la crisis China, ¿crisis en China? Cuando México crecía a las tasas que hoy lo hace el gigante asiático (7%) lo llamábamos milagro. No se trata de enaltecer el proyecto chino, sus vicios tiene y no son menores, por ejemplo, la occidentalización-industrialización y el desastre ambiental que trae consigo. Pero reconozcamos que al menos tienen un proyecto y la posibilidad de llevarlo a cabo. En México el proyecto de más largo plazo que conocen nuestros gobernantes no supera la elección de 2018.
TTP o no TTP ¿es esala cuestión? En los próximos días la cámara de senadores debatirá si ratifica o no el acuerdo, pero la decisión parece ya estar tomada, o mejor dicho, depende de Estados Unidos. Como es costumbre el vecino del norte tiene poder de veto y podría, bajo la presión de algunas industrias que vean amenazados sus intereses, anular el acuerdo, o modificarlo a su conveniencia.
Tampoco se trata de generalizar las consecuencias del tratado: el hecho de que la producción de estados como Aguascalientes o Querétaro crezcan a tasas superiores a China, mientras otros estados como Campeche decrecen, revela que los beneficios y malestares del comercio internacional se distribuyen de forma desigual y que más que una cuestión ideológica nos enfrentamos a un escenario de riesgos y oportunidades. Lamentablemente los riesgos se han cargado ya demasiado sobre el sur, sobre el campo, mientras las oportunidades languidecen ante la fuga de cerebros. Lo que nos queda en México es esperar que el debate lo sea en realidad y poder subsanar algunas deficiencias que ponen en vilo a los sectores vulnerables de la economía nacional, esperando que quizá, como querría Daniel Cosío Villegas, podamos dejar de cambiar tejuelos de oro por cuentas de vidrio.