Alemania
27 de marzo del 2017

Los filósofos escriben para los profesores; los pensadores, para los escritores.

E. M. CIORAN

Las mentes estrechas suelen condenar todo lo que está más allá de su alcance.

F. ROCHEFOCAULD

Para comprender a un filósofo o a un pensador es necesario ser “discípulo”. Rüdiger Safranski (Rottweil, Alemania, 1945), uno de los más dotados biógrafos de filósofos alemanes (Schopenhauer, Nietzsche y Heidegger) ha sido más que un discípulo, un crítico de sus maestros. Fue, además, alumno de Adorno. Se encuentra a la altura de Plutarco o de Diógenes Laercio, y no exagero al decir que incluso ha llevado el género a lo fantástico. De las biografías y tesis absurdas que se escriben tanto en Alemania como en todas las lenguas interesadas en esos pensadores, las de Safranski salen a lucir de la oscuridad de la sofística. (No sólo es tedioso ver las listas y los cerebros dedicados a ofrecer una versión más eficiente en algo en que sus débiles esfuerzos no tienen cabida: términos y más términos sin hombre). Pero no es, sobre todo, por su erudición, el clásico filósofo alemán. Es decir, no ha hecho del yo una exaltación divina como lo hicieron sus precursores, ni ha puesto su pensamiento como una estela a la cual seguir. Se distingue como una rara ave de la academia, con una pluma prodigiosa para narrar pensamientos y vida con desapego, con poder psicológico para interpretar sentimientos sin lirismo en filósofos que nunca conoció y para intercalar épocas y datos históricos que rayan con el morbo científico1.

Aunque Safranski no es devoto de una nueva verdad, tiene la humildad de reconocer lo que debe a los antiguos y a los modernos. Durante un tiempo desempeñó la docencia (en adultos) y, decepcionado o libre de ello, ahora dedica su pluma y su sabiduría a la escritura de libros. Safranski conduce con Peter Sloterdijk un programa de televisión en Alemania (El cuarteto filosófico) donde discuten temas de interés cultural y filosófico. Antes de cumplir los cuarenta empieza a publicar su obra, edad a la que Pascal abandonó este mundo. Más sensible de lo que podemos imaginar, Safranski aún atesora el sueño romántico. Enamorado de esa faceta que combina fantasía, pensamiento y originalidad desbordada de ego, ha sabido revivir a sus clásicos. No son pocas sus referencias a Hoffmann y tampoco lo son sus estudios sobre la cultura y pensamiento alemán desde el siglo XVM.

En 1984, en la provincia de Rottweil Safranski lee con entusiasmo una novela escrita por Cees Nooteboom a los veinte años: Philip y los otros, 1954 (Phillip en de anderen), traducida del neerlandés al alemán como Das paradies ist nebenan (El paraíso está aquí al lado). La novela fue para Safranski como lo que significó Niels Lyhne —de Peter Jacobsen— para Stefan Zweig. Una revelación del amor y de la creencia en uno mismo. Con sólo diecisiete años sintió ese libro como un llamado único. En 1988, cuando Nooteboom tenía cincuenta y cinco años, y Safranski cuarenta y tres se conocieron. Nooteboom iba a hacer una presentación2 de su primer libro, el preferido de Safranski, en una librería. Ese día su esposa le dijo a Safranski que Nooteboom estaba vivo y que iba a dar lectura a su libro. Al final de la presentación Safranski lleva Das paradies ist nebenan a firmar: “Lo releo una vez al año y también cuando comienzo una relación con una mujer”. Nooteboom saca de entre sus cosas la biografía de Schopenhauer escrita por Safranski, que poco antes había comprado en una librería. ¡No es éste uno de los pasajes más románticos que nuestro autor ha perpetuado! Símbolo de la admiración y creencia en la imaginación. Incluso hoy, con sesenta y tres años puede dibujarse en su semblante a un niño regordete que ha vencido la timidez, convertido en filósofo.

En nuestros días abundan pesimistas y nihilistas, temerosos y blasfemos. En otro tiempo hablar más de lo debido costaba la hoguera, la lengua o la cabeza. La crítica se ha vuelto tan libre que ha perdido vigor. Pero lo realmente poderoso y sublime del pesimismo crítico es lo que se engendra por encima de la observación superficial, profundidades donde sólo los lectores calamares pueden sondear. El pesimismo es un don reservado, y Safranski ha tenido la osadía de hacer un libro prometedor por su título: El mal. Safranski nos explica dónde está el mal, pero no dónde está el bien. “No hace falta recurrir al diablo para entender el mal. El mal pertenece al drama de la libertad humana”, escribe en la introducción de su libro.

La razón y el libre albedrío son, en esencia, dos de nuestros dones más grandes concedidos ya por una deidad o por el azar, según la postura del lector de este artículo. En nuestro tiempo, ¿quién ejerce correctamente su libertad y su libre albedrío sin pisotear o ser pisoteado, o peor aún, ser indiferente? Si nos indigna el mal y las bajezas humanas también debe indignarnos nuestro rostro ante el espejo. Si Schopenhauer dijo que nacimos en un planeta “sobre al [el] cual una capa mohosa ha originado seres vivos y capaces de conocer: ésta es la verdad empírica, lo real, el mundo”, y Nietzsche parodiándolo dijo que “hubo una vez un astro en el que animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el minuto más altanero y falaz de la “Historia Universal”: pero, a fin de cuentas, sólo un minuto”, no nos queda menos que pensar que estamos condenados a soportar los vaivenes de nuestro azar, que ningún dios nos debe nada ni nosotros a él. No sólo Pascal sintió el vacío de la degradación existencial: “Me espanta la infinita inmensidad de espacios que ignoro y que me ignoran”. Finalmente, el ídolo de Safranski, al que lee cada noche, preferiría vivir en un mundo donde sólo existiesen perros, pues la postura de los perros es mucho más coherente que la de los abyectos y sucios humanos: “Lo que me hace tan grata la sociedad de mi perro es la transparencia de su ser. Mi perro es tan transparente como el cristal. Si no hubiera perros no me gustaría vivir”. El mal me parece la imposibilidad de conocer y hacer el bien.

Pero, ¿dónde se aprende hoy filosofía? En un arrebato genial dice Nietzsche que no existe la filosofía sino filósofos que filosofan a destiempo, a martillazos en la conciencia. La filosofía se encuentra en las universidades, en ningún otro centro se discute más abiertamente conocimiento, pero carece de práctica y de dirección. No es casual que pensadores como Richard Rorty, Cioran, Harold Bloom, George Steiner se subleven en contra de sus sistemas educativos como lo hicieron Schopenhauer y Nietzsche en su tiempo. Todos ellos de una manera distinta, pero con el mismo fin: acabar con la farsa y la máscara. Imposible no ver en sus arrebatos un orgullo resentido al llamar a la universidad una extensión del Estado (Filisteísmo universitario, según Schopenhauer). No todos los filósofos se forman en una academia y tampoco a la deriva (pero todos ellos tienden en mayor o menor medida a formar parte de un Estado y una sociedad), las doctrinas de unos enloquecen a los otros. Lo más bello sería ser siempre un filósofo en práctica. Separación que hoy se respira en las aulas. Por carencia de héroes en nuestro tiempo seguimos rascando el cadáver de los antiguos esperando respuestas, reviviendo un mundo inhabitable. La crítica de la mundanidad nos parece aburrida y pedante en cierto modo.

La distinción entre pensar y obrar, escribir y pontificar no es una tarea sencilla. Y no sólo el cerebro goza de reputación, también los hechos, los actos que hay detrás de ellos, del maquillaje. ¿Y qué libertad pueden ejercer los universitarios? “Yo creo que la rebeldía de los jóvenes de hoy no necesita una figura filosófica importante en la que apoyarse. Quizá la cultura pop está jugando un papel más importante que la «alta filosofía»” dice Safranski. El desprecio ha sido en los griegos y en los alemanes una sutil y cruel ironía: de maestro a alumno. Dos de los pueblos más fecundos en la historia del pensamiento. Sin embargo, actualmente Alemania no tiene titanes, afirma Safranski: “En este momento no hay ningún motor, la filosofía actual es un concierto a muchas voces. Hoy en día abunda el pensamiento en lemas que al final son todos lo mismo. El tiempo de la originalidad ha pasado. Sin embargo, estamos en una época muy buena para la filosofía, por lo menos en Alemania. La filosofía despierta más interés según la religión va perdiendo terreno”. El amor que sienten los alemanes por sí mismos también lo han sentido nuestros compatriotas que dedican su tiempo a hacer la tarea de importar sus sistemas y sus métodos, como los romanos de los griegos, lo alemanes de los grecorromanos, y los latinoamericanos de los occidentales. Nuestra patria no sólo es la razón, sino la imitación inconsciente. Eso lo van a agradecer los anales de su Historia, si no es que los rebajamos.

La mayor parte de los humanistas salidos de las universidades apenas tienen experiencia con el mundo: análisis y teoría. Se supone que la filosofía es para generar un mejor vivir, y que las mejores conciencias son aquellas que persuaden a las demás en hacer con ejemplos lo que la teoría rígidamente pontifica. ¿Es aquí donde se rompe el filósofo gobernador añorado por Platón? Si a una sociedad la gobierna un inepto con poder en vez de un lúcido cerebro que trata de llegar a dar el mejor bien a la mayor parte de la humanidad, esa sociedad está condenada a la idiotez general. Y ni los filósofos podrán salvarla. Un gobernador que no sabe gobernarse a sí mismo menos podrá gobernar a los demás (Platón). Se dice que Diógenes, “el Perro”, no era nada humilde, pero el ejercicio de vida que hizo llegó a ser más que humildad. Por eso pereció su doctrina. No es nada difícil ver a un ingenuo vestido de sabio, y han sido los listillos con poder los que han conducido el ¡orden! de este mundo, y no los inteligentes. A nadie se le enseña a ser virtuoso. Ni en la academia ni en lo particular. Los dos hijos de Sócrates no fueron importantes para la historia. Platón se negó a fecundar un vientre por miedo a defraudar a las ideas. Su amistad y educación esmerada que sembró en Dion, fracasó por el orgullo del poder. Aristóteles educó a Alejandro, y en su Ética Nicomáquea afirma que “cuando se trata de política, el joven no es un discípulo apropiado, ya que no tiene experiencias de las acciones de la vida, y los razonamientos parten de ellas y versan sobre ellas; además, siendo dócil a sus pasiones, aprenderá en vano y sin provecho, puesto que el fin de la política no es el conocimiento, sino la acción”. Si su alumno hubiera tenido la gracia de leer su texto, seguro le deja de administrar los servicios merecidos por su enseñanza. Pero esa fortuna no la tuvo Séneca con Nerón; sus marchitas manos quizás hubieran escrito algunas cuantas páginas más si hubiera cerrado la boca. De la misma manera que Séneca, Cicerón educó a sus asesinos intelectuales.

El hombre no cambia sus manías, las mejora: desde el filósofo indiferente encerrado en su obra patrimonio de la humanidad, hasta el reaccionario que busca por sus ideas cambiar el rumbo atroz de la sociedad. Quiénes cambian el rumbo de las cosas o son tímidos encerrados en sus páginas o son héroes eufóricos. Hoy podemos ver que los sofistas y los filósofos no han cambiado nada desde la antigüedad. Siguen viviendo en su torre de marfil. Lo cierto es que la filosofía no llega a todos, ni a los propios estudiantes insípidos. La pregunta es: ¿qué podemos exportar nosotros a Alemania, aparte de pies de página sobre su filosofía? ¿Cómo deben comportarse hoy nuestros humanistas sin lavarse las manos? “Ésa es otra de las lecciones que Heidegger nos ha dado, que también los filósofos pueden quedar deslumbrados por el brillo del poder. Aun cuando defendía su distancia frente a las cuestiones de su tiempo, fue devorado por su vértigo, y defendió posturas totalitarias”, (Safranski).

En nuestras letras todavía no aparecen esos románticos que añoramos, los hombres que exalta Safranski nos parecen extraños en nuestro panorama. ¡Nuestros parteros no han hecho bien su trabajo! La crítica apenas nace, lo cual nos motiva a creer que en futuro tendremos algo que decir. A propósito de la filosofía nacional dice Octavio Paz en un acertado comentario: “En México la filosofía casi no existe; no la necesitamos, ni seríamos capaces de soportar las verdades de los filósofos. Mezquinos y débiles, sólo la mentira nos alimenta y un poco de verdad nos aniquilaría [...] Apenas resistimos las encendidas y fragmentarias verdades de un Vasconcelos o las tímidas observaciones de un Samuel Ramos”. El exceso de erudición atrofia la intuición -que proclamaba Sócrates y su rival Nietzsche esencial para la filosofía. Y si hoy hablamos de la comparación de nuestros pensamientos con los de Occidente no estamos lejos de decir que somos un pálido reflejo olvidado, pero que quiere independizarse y gritar. Sin el descubrimiento de América aún permaneceríamos en un proceso inimaginable. Desde la filosofía introducida por los exiliados españoles no ha habido un renacimiento en nuestro espíritu.

Los profesores de filosofía alemana por lo regular son reacios a hablar de toda creencia teológica sin descartarla o menospreciarla. No necesitan a Dios, tienen a la razón como tal. Pero Dios es un destino, no una hora de salón. La mayor parte de libros que hablan sobre metafísica son antimetafísicos, empezando por Aristóteles. Indignado dice Schopenhauer: “Cuanto más inferior es el hombre en un sentido intelectual, tanto más enigmática le parece la existencia misma; antes bien todo cuanto existe le parece comprensible de suyo tal como es”. Nosotros ¿qué podemos pedir de los alemanes? Lo que no podemos dar. “El exceso de erudición atrofia la intuición”, y nuestros pensadores actuales se exceden en información. No pueden hacer lo que Platón, Aristóteles, Séneca o Montaigne hicieron con pocos libros. Platón, con ojos de halcón supo distinguir lo peligroso que puede ser vivir en los libros, acertó en decir que estos sólo deben servir para recordar detalles, alusiones para pensar, pero que ellos mismos no eran nada, y que tampoco debe relegarse el trabajo de pensar a ellos. Son, en esencia, “fármacos de la memoria”, dice Platón. (La misma defensa que utilizan los eclesiásticos la tienen los profesores de filosofía: no permiten una verdad más allá de la que puedan decir sus ídolos). Como se sorprendía de que su alumno Aristóteles fuera de aquí para allá con rollos en las manos, un día lo detuvo para decirle que no requería siempre de ellos. Le llamó anagnóstes, el lector de libros. Todos conocemos un anagnóstes, pero no un Aristóteles. Quijotes enloquecidos hay en las universidades, pero la mayoría carece de ideales. Para mí, Safranski significa más que un estudioso, un recopilador esencial. Y si hoy se carece de filósofos es porque los filósofos han subordinado su alma a la palabra. No se puede romper la tradición, pero sí rescatar lo mejor sin arrastrar lo peor. “La mejor manera de desarrollar mis propias ideas siempre ha sido a través de otras filosofías. Nunca me ha tentado construir mi propia «catedral»”, dice Safranski. Nietzsche enterró ídolos, Safranski los revive. Tentado por la ciencia, Safranski busca lidiar con la información fría de la neurología, a lo cual dice: “El mayor reto para la filosofía actual es la neurología; el determinismo del cerebro nos obliga a repensar la libertad creativa. En cuanto a otros terrenos, sigo pensando que para hacer metafísica siempre es mejor la filosofía”. Teme que un día la ciencia pueda meter sus frías manos y hacer de un individuo un androide. En el fondo la libertad humana pierde terreno cuando pierde de vista el cosmos. No sólo la ciencia, el arte y la religión deben constituir toda visión sabia en un individuo. Que los hombres son más estúpidos que sabios es bien sabido. Lo que buscamos es ser más sabios, más humanos, más divinos. Lo peligroso, lo vil, es que el hombre de hoy es mediocre y no puede dejar de serlo, come como un cerdo todo lo que le arrojan a su pesebre. Y Sloterdijk y Safranski son los críticos de esa manifestación global.

  1. Nos ha entregado esas extraordinarias biografías: Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía, 1988. Un maestro de Alemania. Martin Heideggery su tiempo, 1994. Nietzsche. Biografía de su pensamiento, 2000; y esos grandiosos tratados sobre los románticos: Friedrich Schiller o la invención del idealismo alemán, 2004. Romanticismo: una odisea del espíritu alemán, 2007; y un libro sobre el mal: El mal o El drama de la libertad, 1997; y una relación sobre la amistad y pensamiento entre Goethe y Schiller, 2009; y también sus ensayos sobre globalidad: ¿Cuánta verdad necesita el hombre? Sobre lo pensable y lo vivible, 1990. ¿Cuánta globalización podemos soportar?, 2003.

  2. En una entrevista por Alejandro García Abreu, en Letras Libres, Nooteboom dice que fue él quien se acercó a Safranski por su firma, y Safranski en su prólogo a Philip y los otros dice que fue él quien se acercó a Nooteboom. Sin embargo, nada había leído Nooteboom de Safranski. La anécdota que cuenta Nooteboom no es la compra del libro, sino que la dueña de la librería le dio a elegir un libro de regalo y él tomó la biografía, y que además, fue la dueña quien le anunció que Safranski estaba en su librería y él acudió a la firma.

Frases
Alejandro Beteta
  • Edición -
  • Consejo editorial

Oaxaca, 1990. Estudió Humanidades en IIHUABJO. Es editor y ensayista. Correo-e: bufalott@hotmail.com

Fotografía de Alejandro Beteta

Artículos relacionados

La máscara de la “vergüenza”. El problema ético en el lector, de Bernhard Schlink
Alemania
El libro más importante que jamás se ha escrito sobre Berlín
blog comments powered by Disqus