Ya en 1989, tras la caída del Muro de Berlín y la caída del comunismo en Rumanía, el diario El País (España) recogía dos artículos —escritos por Alejandro Cioranescu y por Ángel Fernández-Santos— en los que se retrataba la Diáspora rumana que hubo a raíz de la Segunda Guerra Mundial y de la ocupación militar e ideológica de la Unión Soviética en territorio rumano, cuya cúspide se alcanza con los gobiernos de Gheorghe Gheorghiu-Dej y de Nicolae Ceaucescu.1 Es durante estos años —es decir, desde los 40 y hasta el 25 de diciembre de 19892— que se da el movimiento social y cultural que es objeto del presente texto.
La Diáspora rumana le aportó un grupo de intelectuales, artistas, filósofos, deportistas y profesionistas a varios países occidentales. Fenómeno poco visto antes, sobre todo en un país de Europa del Este. En México, un fenómeno similar tanto cuantitativa como cualitativamente se dio con el exilio español, producto del franquismo. En esas dimensiones históricas nos posicionamos.
Es importante mencionar que, al menos, tenemos dos grandes exilios rumanos: el primero en el período de entreguerras y el segundo en el régimen de Ceaucescu. Nombres como Mircea Eliade, Emil Cioran o Eugène Ionesco son algunas de las luminarias que brillan en estos horizontes.
El exilio rumano dio al mundo occidental nuevas formas de aproximación a diversos campos, esto, sobre todo, debido a la originalidad que plantea su cultura con respecto a la tradición de la Europa continental. Por ejemplo, al ser un país mayoritariamente ortodoxo, muchos de los paradigmas de interpretación se han visto enriquecidos. En este sentido, Mircea Eliade —quien se desempeñó como profesor de Historia de las Religiones en Estados Unidos— es un hito al respecto.
Mircea Eliade nació en Rumanía en 1907. Durante los años treinta ahonda en cuestiones relativas a la cultura popular rumana y realiza un viaje de estudios a la India, en donde podrá acceder, de primera mano, a su pensamiento religioso. Hay que hacer notar que durante algún tiempo Eliade colaborará con algunos medios pronazis.3 Después de la guerra, Eliade pasará una temporada en París, tras la cual, en el 59, se asentaría en los Estados Unidos. Será en esta época (50, 60 y 70) que nuestro autor alcanzará la fama mundial por sus estudios sobre diversas religiones, llegando a ser considerado una de las máximas autoridades en este terreno.
Eliade definía su pensamiento como “fenomenología religiosa”, desde el que buscaba encontrar las estructuras del fenómeno religioso. En medio de esta reflexión aparece el homo religiosus, que está más allá de una cultura específica, siendo su característica principal la experiencia de lo sagrado, cuya manera peculiar en cada cultura se encarnará en mitos.4
Otro autor de decidida importancia es Emil Cioran, nacido en Rasinari en 1911. Al igual que Eliade, Cioran sintió cierta fascinación por la Guardia de Hierro (movimiento fascista rumano), algo de lo que se arrepentiría a la postre. Filósofo pesimista, acosado por el insomnio, llega a París en 1937. A diferencia de su compatriota antes mencionado, Cioran adoptó la lengua francesa a partir de 1947 para escribir sus libros.5
En cuanto a su obra, bueno, es difícil hablar de ella. Tal como su vida, la obra de Cioran es sórdida, desordenada y caótica, e, incluso, en muchos casos contradictoria. Sus reflexiones en torno a la muerte, al hastío y a la alienación son frecuentes. Su estilo es el del aforismo. Un aforismo lleno de “nada”, de vómito, de bilis, pero también lleno de “todo”, de belleza, de música y amistad. Es discípulo, en muchos sentidos, de Schopenhauer y Nietzsche (sus filósofos de cabecera) y, en otros tantos, ni de ellos. Cioran es la muestra de la decadencia de Occidente anunciada por éstos, sus predecesores. Una decadencia que pegó con todo en Rumanía. Recuerdo, a este respecto, la anécdota que me platicaba un amigo rumano durante mi estancia en aquel país. Este hombre ya entrado en años hablaba de una Rumanía muy bucólica, llena de bosques, de pastores y de mujeres que talaban árboles con el torso desnudo. Esa Rumanía que había quedado destruida es a la que le canta con desprecio Cioran. Pero no sólo a ella, sino a todo Occidente, es más, a todo el mundo, un mundo devenido en lágrimas de sí mismo. Además de Mircea Eliade, había otro hombre al que Cioran consideraba como uno de sus pocos amigos, y es justo el que completa nuestra triada: Eugène Ionesco.
Ionesco nació en 1909 en Slatina. Hijo de padre rumano y de madre francesa, pasó parte de su infancia en Francia. Para su adolescencia regresa a Rumanía, hasta que en 1938 decide radicarse definitivamente en París. Es el creador, junto con Samuel Beckett, de lo que en 1961 Martin Esslin llamaría Teatro del absurdo. Parte de las bases de este teatro las habían puesto Camus y Sartre, asumiendo, en parte, la filosofía del absurdo que emanaba de la aceptación de la tesis schopenhaueriana sobre la voluntad y, más aún, de la anunciada muerte de Dios en Nietzsche. Desde este nuevo discurso se apuntaba a que la razón —y, en especial, la razón occidental— no era el filamento principal que teje al universo y su realidad, sino, en todo caso, un “antilogos” (voluntad en Schopenhauer) irracional y sin sentido. De hecho, muchas de las ideas de este último filósofo en torno a una filosofía de la Historia se ejemplifican en las tramas del Teatro del absurdo, que tienden a ser circulares.6
Hasta aquí hemos hablado de tres gigantes rumanos del pensamiento, que debido a su exilio pudieron acceder al público occidental; lo que los llevó, de alguna forma, a cierto “estrellato”. Pero hay un caso que me gustaría mencionar, como contrapartida, que no tuvo la misma suerte.
Lucian Blaga, nacido en 1895 en Lancram, es, quizá, parafraseando al propio Eliade, el mayor filósofo rumano de la Historia.7 Sin embargo, poco sabemos de él, y esto, justamente, porque no quiso o no pudo salir de su país. Apoyado hasta cierto punto por el régimen de Ceaucescu no logró, empero, ser proyectado tal como lo merecía, esto por diversos motivos, entre los cuales destaca que su obra no era lo que el régimen buscaba. Y es que Blaga hablaba sobre metafísica y epistemología, temas de poca relevancia en su tiempo-espacio, más proclive a las teorías de las praxis neo-marxistas. Cuando un comité del Premio Nobel viajó a Bucarest para ver si el gobierno apoyaría la candidatura que varios intelectuales y artistas habían lanzado, proponiendo a Blaga para el Premio Nobel de Literatura, se encontró sólo con indiferencia ante tal propuesta, por lo que su candidatura no avanzó más. Muchos creen que de verdad tenía posibilidades para quedarse con el galardón.
Así vemos que la Diáspora rumana tuvo un impacto significativo en muchos ámbitos. Los que decidieron abandonar su país e integrarse en otros, pudieron contribuir desde sus trincheras a ampliar el panorama de la cultura y el pensamiento. Mientras que otros casos igual de valiosos se vieron opacados, al punto de que por muy buena que sea su obra, internacionalmente aún se les conoce poco.
La Diáspora rumana fue, en muchos sentidos, motivo de tristeza para su gente poco acostumbrada históricamente a abandonar su patria; pero, en muchos otros, una oportunidad para el resto del mundo, sobre todo el occidental, de abrirse a nuevas ideas, a nuevos valores, a nuevas experiencias encarnadas en algunas de la figuras más importantes tanto del pensamiento como del arte, asimismo de otras disciplinas que conforman a nuestras sociedades, esas estrellas que aún brillan en nuestro firmamento.
Referencias Bibliográficas
- Bonilla, Slaymen, “La Muerte de la Idea del Progreso” en: http://lafilosofiamaldita.blogspot.mx/2016/11/la-muerte-de-la-idea-del-progreso-por.html.
- Bonilla, Slaymen, Introducción, Traducción y Notas del Conocimiento Luciferino de Lucian Blaga, Cuernavaca, Morelos (México), CIDHEM, 2014.
- Taboada, Hernán G. H., “El símbolo en el pensamiento de Mircea Eliade” en Ensayo, simbolismo y campo cultural, México, CONACYT, 1998.