El amor entre varones que nos presenta Ihara Saikaku (Osaka, 1642-1693), a propósito de El gran espejo de amor entre los hombres. Historias de samuráis, se veía como una práctica normal entre los miembros de la alta sociedad, tal y como se constata en el Genji Monogatari. Las parejas de amantes varones solían formar en Japón un binomio en el que se conjugaba un adulto con alguien más joven. En esta unión se apreciaba también un matiz de protección, incluso de aleccionamiento, ejercido por el adulto hacia el más joven, que habría de instruirle en el camino del guerrero o de la religión.
Redactado y publicado cuando el amor entre la varonía no era aún pecado (y léase esta palabra desde su concepto católico, apostólico y romano), el wakasudo era, con lo que conlleva tener implícito este vocablo, el kanji do (vía, camino, sendero; entendido desde lo espiritual), una senda que se hace desde el corazón o, al menos, con sentimiento sincero. En efecto, la denominada “vía del amor a los muchachos” fue en el periodo Edo. feudo tanto de monjes budistas como de samuráis, de actores, de porteadores, de pajes…, un amor, y perfilo, que no hacía distinciones entre los estamentos sociales o religiosos.
En el prólogo Saikaku busca una “justificación” en lo religioso para las historias de amor entre varones: Si echamos un vistazo al libro de historia japonesa Nihon Shoki se entiende fácilmente, aun sin ser experto, que cuando nacieron el Cielo y la Tierra, apareció algo semejante a un brote de juncos, algo que se convirtió en un dios con el nombre de Kunitokotachi. A partir de entonces, el camino del yang, es decir, la fuerza masculina, existió a lo largo de tres generaciones sucesivas de dioses. Ahí está el origen de la homosexualidad y del ejercicio de la Vía del amor viril o amor entre hombres.1
Pero aún hay en esa ordenación del narrar una lógica que tal vez pueda escapársenos a nosotros, occidentales del siglo XXI, y es el reflejo que llega a Japón al mirarse en China:
Ahora bien, la Vía del amor viril es sutil y profunda, presenta diferentes variaciones en países como China y Japón. Dicen que el noble We Leing-Kung de China dedicó su vida al guapo Mi Tzu-Hsia, que el emperador Kao Tsu se perdió por el amor de Chi Ju, y que Wu Ti favorecía a Li Yennien.2
Por otro lado, El gran espejo de amor entre los hombres no deja de destilar un cierto aromilla a misoginia. En una de las primeras historias del volumen3 se realiza un abierto alegato sobre que los gobernantes (en masculino, claro) tengan y se procuren amantes de su mismo género, por ser éstos menos dañinos que las mujeres a la hora de influir sobre quienes ostentan cargos de tan alta responsabilidad:
Dicen que después de que el rey Ai de Wei tomara a Lung Yang-Chun como amante, acabó la guerra civil causada por las intrigas de las mujeres de la corte y todo el mundo en China apreció la virtud que hay en el amor homosexual.4
No deja de haber cierta misoginia, siempre en labios de otro, haciendo Saikaku de mero mensajero o escriba al utilizar lo que otros hicieron o dijeron para dar una mayor coherencia a su texto. El fragmento que trascribo, atribuido al sabio Abe No Kiyoaki, es aún más explícito: “Entre los hombres la belleza abunda; entre las mujeres, escasea”.5
La homosexualidad comenzó a apreciarse desde un punto de vista obsceno y perjudicial con la Reinstauración Meiji (1868), gracias a una evaluación que se hizo a la fuerza para complacer a Occidente. Dicen por mi tierra que, a veces, “nos viene peor el remedio que la enfermedad”. Dicen, también, que el amor nos es necesario. Éste es un libro sobre el amor, o, mejor, amor verbalizado, así, pues, es un libro necesario.