México
11 de noviembre del 2016

Leonardo da Vinci sostenía que el ojo, “que llaman ventana del alma, es la vía principal por donde el centro de los sentidos o común sentido (comune senso) puede contemplar más ampliamente las infinitas y magníficas obras de la naturaleza; la oreja es el segundo sentido, el cual se ennoblece escuchando el relato de las cosas que el ojo ha visto”. Creía que la vista es el principio de la pintura y que “la imaginación no ve tan excelentemennte como el ojo, porque éste recibe las apariencias o similitudes de los objetos y las transmite a la sensibilidad, y de la sensibilidad al común sentido, que las juzga. Pero la imaginación no sale fuera del común sentido como para ir a la memoria, donde se detiene y muere”.

De sus cuadros, de sus tapices, de su joyería puede inferirse que Francisco Toledo es un observador minucioso atento a su entorno, en el que ha descubierto un universo prodigioso que no prescinde de colores y animales comúmente fantásticos. Con una paciencia obsesiva se ha dedicado a recrear ese universo inmediato que no deja de asombrarlo cotidianamente, que se transforma incesantemente, aunque parece reiterarse de forma perpetua.

Desde la antigüedad, la representación de la fauna ha importado una fascinación. Cayo Plinio Segundo se dedicó a concebir una historia natural que acaso se ha convertido en el origen de una creación procedente de la creación, en la que con frecuencia los animales comunes, como el cerdo, “que puede ver el viento”, adquieren algo de imaginario y se revelan admirables. El romano Claudio Eliano escribió en griego una historia posible de los animales y Esopo comprendió que de su comportamiento podía derivarse un género: la fábula. Según J. Harris hasta el siglo XII el libro más difundido después de la Biblia era el Fisiólogo, que McCullen considera “una compilación de seudociencia, en la que se utilizaban descripciones fantásticas de animales, aves e incluso piedras, reales e imaginarios, para ilustrar aspectos del dogma y de la moral cristianos”.

Se sospecha que de ese libro proceden diversos bestiarios medievales que pretendían ser un muestrario del mundo natural. Algunos de ellos proponían una moral, de la que prescindían otros. Richard de Fernival concibió un bestiario amoroso y Ramón Lull emprendió un bestiario personal. Francisco Toledo ha ingeniado un bestiario íntimo que recrea los animales y los colores que lo asombran, que se detiene fascinado en la creación y que le permite imaginarla.

En algunos bestiarios, las imágenes ilustran historias naturales. Algo de la creación de Francisco Toledo sugiere historias silenciosas, a veces de animales comunes, a veces de bestias fantásticas, y en ellas se adivina un simbolismo privado en el que intervienen con sutileza la fertilidad y una ironía lúdica.

Entre las anotaciones que algunos monjes irlandeses acostumbraban escribir al margen de los manuscritos que transcribían, hay una, en la copia del Evangelio según san Lucas conservada en el monasterio de Armagh, que sostiene que “pocas veces dejamos de estar con nosotros mismos, una de esas veces ocurre cuando oramos; otra cuando leemos”. Francisco Toledo también se ha dedicado asombrosamente y con agudeza a esa otra forma de contemplación que puede ser la lectura. De una traducción al zapoteco de las Fábulas de Esopo, que han sido infamadas por la moraleja, procede una serie en la que, como lo hace con sus observaciones, recrea esas historias animales. No se trata de meras ilustraciones, sino de versiones gráficas de esos escritos, que se ven iluminados por Toledo, confiriéndoles una mirada reveladora. Después de ver esas imágenes, la lectura de Esopo adquiere nuevos asombros y sugerencias. Lo mismo puede ocurrir con ciertos colores, ciertos insectos, ciertas configuraciones naturales que se descubren de una manera distinta después de ver la obra de Toledo. Como escribió Juan García Ponce en De la pintura, “hay que acercarse a los cuadros desarmados, conscientes de que no es nuestra mirada la que va a darles realidad, sino ellos los que van a darle realidad a nuestra mirada”.

Cuando pintó el retrato de Las Meninas, Diego Velázquez comprendió que era parte de él. Francisco Toledo sabe que forma parte del bestiario íntimo que ha ido concibiendo. Quizá por eso también ha ensayado el autorretrato obsesivamente. No parece creerse el centro de esa creación, sino un ser más entre otros. Como sus imágenes de chapulines, de serpientes, de elefantes, de pulgas, sus autorretratos importan asimismo una historia silenciosa en la que se enfrenta a su sombra, a la presencia de la muerte, en la que se representa trabajando, leyendo, dormido, y en la que inexorablemente predomina su mirada alerta que procede de unos ojos abiertos por el asombro y una curiosidad inagotable.

Fiel lector de Kafka, Francisco Toledo sabe que las cosas simples resultan prodigiosas, que un papalote puede servir para mantener relaciones con los muertos y que la moral prescinde de moralejas. Laborioso como los insectos, comprende que los seres que se vuelven chiquitos son menos vulnerables, y a alguno le hace recordar una frase de Chesterton: “Todos los hombres son comunes, extraordinarios son los que se saben comunes”.

Frases
Javier García-Galiano
  • Escritores invitados

Veracruz, 1963. Es escritor. Su más reciente libro es La silla de Karpov (Ficticia, 2012).

Fotografía de Javier García-Galiano

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