Semper dolens. Historia del suicidio en Occidente, Ramón Andrés,
Acantilado, 2015
Por qué se elige la muerte voluntaria? No caben sorpresas, y motivos, los de siempre. No hay teorías nuevas acerca de la idea de la última determinación, nos advierte Ramón Andrés (Pamplona, 1955) al inicio de su extenso ensayo Semper dolens. Historia del suicidio en Occidente, pleno de hechos e ideas sobre la existencia y sus paradojas. Otro relato colectivo e individual del dolor; una exploración acerca del impulso de muerte latente en todos, sean funcionarios, obreros, amas de casa, artistas. No importa el lugar ni el momento histórico, “la pena ante un infortunio es siempre la misma, pero lo olvidamos con una facilidad asombrosa e irresponsable”.
El autor asume el riesgo de repetirse y nos recuerda que “el malestar y la desperatio son consustanciales al ser humano, y que nada, acaso todavía menos la razón —o tal vez por ella misma—, puede remediar”. No es un acto antinatural, como normalmente nos hacen creer; vulnera por igual a caracteres neuróticos y a espíritus templados; abarca a todos los estratos sociales; afecta a pilares de la sociedad e incluye miembros del más diverso nivel cultural. Según la OMS ochocientas mil almas se quitan la vida a nivel mundial al año, una cada cuarenta segundos, de entre los más de veinte millones que no lo consiguen; incide más en los hombres, aunque las mujeres lo intentan en mayor número. En México, el suicidio es la cuarta causa de mortalidad en adultos y la segunda en un rango de edad de diez a diecinueve años. A nivel mundial es la segunda causa de defunción en todo el mundo (de quince a veintinueve años); más del setenta y ocho porciento tuvieron lugar en países de ingresos bajos y medianos. Se esperaba reducirlo en un diez porciento para el año 2020, pero el más reciente reporte señala que habrá uno cada veinte segundos. Las estadísticas, como es usual, ocultan más que lo que muestran.
La existencia puede convertirse en el peor de los males, sea por una enfermedad incurable o una inclinación enfermiza al sufrimiento. Por conflictos familiares o trastornos afectivos, con la idea de sobrevivir en la compasión ajena: la infidelidad de los amigos, la ingratitud de los hijos, la incomprensión del cónyuge, un amor desairado o ausente que aniquila nuestro interior. Una necesidad de consuelo imposible de restañar, un miedo a la aflicción, un ilimitado amor propio o una severa valoración de sí mismo. Puede ser un modo de mostrar la disconformidad con el mundo, sentirse incómodo con el ahora, perder de vista nuestra temporalidad real, incapaces de asimilar nuestra transitoriedad y lo pasajero de nuestro dolor y, con todo, tener la certeza de que el mañana no será mejor. Surge de la curiosidad o fascinación hacia lo desconocido, volverse cadáver como un modo de acceso a una dimensión invisible, disolverse en un inorgánico no-tener-que-sentir-más. O el oprobio derivado del alcoholismo o la toxicomanía. A veces el móvil es el rechazo social: la soledad o la vergüenza, ser blanco de los insultos o la infamia, el palpar un sentimiento de humillación y derrota. También las contingencias que amenazan una difícil subsistencia: deudas inasumibles, la bancarrota producto de la usura legalizada, así como la ultra exigencia de las actuales condiciones laborales. Incluso por la turbación de haber soñado algo desagradable. Una deslealtad para con los ideales impuestos por el orden, un acto de deserción contra el Estado, ya que un hombre es parte de la comunidad, según argumentó Aristóteles, refutado así por Hume: “si es condenable que uno, al quitarse la vida, prive de un miembro a la sociedad, no lo es menos la injusticia que comete la sociedad para con aquel al que no le es posible seguir en ella”. La muerte libremente deseada, derivada de la injusticia social, al estilo Sócrates, es una reacción fruto de la razón, no de la desesperación, “un acto de afirmación, incluso de amor a la vida, un ejercicio último de realización”.
Los numerosos ejemplos y finos comentarios reunidos en el libro, provenientes de las más diversas fuentes, reflejan los cambios de mentalidad en Occidente hacia esos seres desesperados tocados por la desdicha. Porque la pregunta que nos hace el escritor y músico no perderá vigencia: si es legítimo acusar a alguien de darse muerte cuando una sociedad entera no deja de arrebatarse la vida. Este otro puñado de citas comenta, de alguna manera, la evolución del pensamiento occidental acerca de la idea de la muerte por propia mano:
Si no tenemos miedo de las palabras, y admitimos los hechos, quizá podamos decir, por no encontrar expresión mejor, que Cristo se dio muerte a sí mismo. (Orígenes, el primer gran erudito entre los padres griegos).
La mentira [en la Edad Media] era el modo de subsistir y de hacer posible el mundo, era y sigue siendo la verdad común, atañe a los nobles y los olvidados. […] Es demasiada la distancia con respecto al modelo a imitar, demasiada la altura a la que se halla la Verdad. Por eso se finge ser feliz, se fingen los intentos de muerte voluntaria, se finge haber vivido, se finge haber muerto. […] El hombre es de natural mentiroso.
La supresión del dolor es un proyecto “social” que tomó fuerza con la Ilustración, basado en la ilimitada fe en la ciencia y la mejora de las estructuras sociales. […] El bienestar, la creación de una sociedad autosuficiente y sobrealimentada, la cultura complaciente, el absolutismo de la técnica no son más que situaciones, tendencias o ideas destinadas a conjurar el dolor físico y moral, y a negar lo que algunos sienten como “vacío”.
A lo largo del XIX […] no fueron la filosofía ni el derecho los que liberaron a los suicidas de la incriminación y las acusaciones más radicales […] la medicina fue la encargada, al menos en cierta medida, de justificar la muerte voluntaria bajo pretexto de locura o de cualquier trastorno de la mente.
Desde un punto de vista jurídico, todavía no ha sido superada la confrontación entre el derecho a la vida y el derecho a la libertad de decisión sobre el término de la existencia propia. En lo filosófico, ya ha sido reiteradamente contestada la ética racional del kantismo [Jaspers y Sartre] han argumentado su legitimidad.
[…]en los últimos dos siglos se ha producido “una legitimidad del poder estatal disfrazado de diagnóstico y tratamiento médico. Las ideas de pecado, desorden mental, homicidio de sí mismo, han sido absorbidas por la psiquiatría y, en su opinión [de Thomas Szasz], les ha conferido el rango de enfermedad; ha podido cambiar la nomenclatura de “infractor” por la de “enfermo”. Pero sólo es una cuestión de lenguaje, porque no está en manos de ninguna ciencia condensar en un término lo que es inexplicable, la materia de ese neurótico pulvis et umbra horaciano.
En general los artistas y personas de letras, dice el artífice de la Melancolía [Burton], no son personas que persigan ascensos —¡hoy cambiaría su opinión a este respecto!—, antes bien resultan torpes a la hora de aprovechar una oportunidad. Difieren del prójimo porque “no son tan provechosos”, de suerte que muchos abandonan y deciden dedicarse a profesiones útiles, la medicina, las leyes y la teología, ya que saben cuán infructífero es el arte y salen de las escuelas habiendo aprendido que aquel que puede contar su dinero conoce lo suficiente de aritmética; el buen geómetra sabe medir una fortuna; el perfecto astrologo es el que calcula su elevación y la caída de los demás; el óptico diestro es aquel que consigue que los rayos del sol brillen sobre él. […] Masaccio sólo cobraba a sus acreedores cuando no podía comer ni vestir. […] Mantegna, además de sus honorarios, pedía maíz y leña, y Góngora imploraba harina, pero sobre todo madera para aliviar las noches. Fra Angelico tenía un sueldo anual de doscientos florines, mientras que un magistrado de la Segnoria florentina cobraba seiscientos. […] Durero llegó a componer dibujos a cambio de un par de guantes. Andrea Schiavone pasó media vida pintando arcas para los soportales de la gente bien de San Marco. […] Rembrandt y Vermeer hubieron de ayudarse con la actividad de marchante […] Velásquez, pese a la protección real, fue un cortesano sometido y no le valió la pintura como sustento, ya que tuvo que acceder al fatigoso cargo de aposentador de palacio […], el rechazo o declive de una obra artística provoca en su artífice un sentimiento de exclusión que algunos no pueden soportar.
En sitios web1 alertan de los síntomas que pueden observarse en un posible suicida, por ejemplo, cambios de conducta, necesidad de aislamiento, absentismo laboral o escolar, aumento en el consumo de alcohol y drogas, tendencia a desprenderse de los objetos personales, comentarios irónicos sobre la muerte.
Nota(s)
En México la línea de prevención del suicidio es 01800-4727835