España - México
08 de octubre del 2016

En tipo completamente extraño, cuya figura exótica llamaba la atención de las gentes. Llevaba un amplio sombrero mejicano, negra y sedosa melena, barba puntiaguda, lentes perfectamente acomodados en una nariz nacida para llevarlos [...]”. Así describía su amigo Antonio Palomero el rastro de la figura de Valle-Inclán por las calles de Madrid, poco tiempo después de su llegada de México, un rastro que no se limita únicamente a su efigie, ya para siempre representativa de su persona, sino que alcanza a su propia escritura y pasión literaria, que nunca volvió a ser igual tras pasar por esa “tierra caliente”, como él quiso titular en un libro que nunca fue, y a la que llegó por primera vez con veintiséis años, en 1892.

Es su propio nieto, en su recientemente publicado libro biográfico, Ramón del Valle-Inclán. Genial, antiguo y moderno, quien refleja cómo Ramón María del Valle-Inclán parte del Puerto de Marín hacia Veracruz en el buque Havre. Marín, a siete kilómetros de la capital de la provincia, Pontevedra, en la que el escritor residía y en la que experimentaba sus primeras aventuras literarias desde el periodismo, contempló su marcha, tras la que dejó para siempre orillado el articulismo. El paso por México, al que se dice que fue por el atractivo de esa equis en el nombre del país, quizá una boutade más de las muchas, demasiadas, que se generaron a lo largo de su vida, decidió el futuro del escritor, recalentado por un nuevo lenguaje, por una plasticidad expresiva que le impactó de tal manera que fue el sustento para mucha de su escritura. Por lo menos durante los años siguientes a ese viaje, buena parte del cual fructificó en el que fue su primer libro, Femeninas, editado en Pontevedra en 1895, pero también en obras posteriores tan importantes en su carrera como las Sonatas o Tirano Banderas.

En los catorce meses que pasa en México trabaja en varios periódicos de Veracruz y el Distrito Federal, participa de algunos escándalos por su afición a los duelos y se trae una maleta llena de objetos que permanecerán a su lado durante toda su vida, recordándole el tiempo en el que por primera vez fue plenamente consciente de querer ser escritor. En la maleta Valle-Inclán se traía también el “modernismo”, la poesía de Salvador Díaz Mirón y las “Ráfagas venidas de las selvas vírgenes, tibias y acariciadoras como alientos de mujeres ardientes”. Esa brisa caribeña poco tenía que ver con las brumas gallegas, con las temperaturas de las Rías Baixas y con la estética femenina de una sociedad como la gallega a finales del siglo XIX. El choque, tremendo, cristalizó el deseo de experimentación del escritor y el de forjar un territorio de fantasías, ergo, la literatura.

Tras desembalar el contenido de esa maleta, de nuevo en la Pontevedra de la que partió y con la escritura como único objetivo, Valle-Inclán pone en circulación su talento con la previsión de marchar a Madrid, pero para ello había que meter otro elemento en la maleta: un libro. Su primer libro. El mestizaje de aquel modernismo transoceánico y las lecturas realizadas en la rica y vanguardista biblioteca de los Hermanos Muruáis, repleta de ejemplares del decadentismo europeo y unas pizcas de literatura erótica, tanto de libros como de revistas o fotografías que llegaban directamente de París, sirvieron de nutriente para esa colección de seis relatos que integraron Femeninas. “La condesa de Cela”, “Tula Varona”, “Octavia Santino”, “La niña Chole”, “La Generala” y “Rosarito” fueron esas narraciones. Algunas de ellas serán retocadas a lo largo de los años, corrigiendo así pequeños errores de juventud. Seis mujeres protagonizando esos seis relatos, que en algunos casos irán asomando en escritos siguientes del autor. Relatos de mujeres, pérdidas del amor, enamoramientos y pasiones, aires teñidos de Caribe, adjetivos refulgentes, ironías bajo palmeras, aventuras, colores y calores, sabores, miradas y sonrisas, volcanes a punto de la erupción, espumas cálidas, flores y corazones. Es, por lo tanto, un paisaje hecho palabra, que sobre todo emerge en “La niña Chole”, el más destacado de los seis relatos, con un indigenismo que posiciona el relato perfectamente en las tierras aztecas.

Valle-Inclán y sus Femeninas harán que el Madrid cultural ponga el ojo en aquel señor de porte tan singular que comenzaba a sujetarse a su propia leyenda, entre lo estrafalario y lo valeroso, algo a lo que estos relatos de amoríos en escenarios salvajes no hacían más que contribuir, construyendo un personaje en función de su propia obra, una imbricación entre lo real y lo irreal, entre la vida y la escritura. El artista se hacía.

En 1905 comparte vivienda en Madrid con el pintor mexicano Zárraga, al cual le uniría una gran amistad. Las Sonatas, las Comedias bárbaras y Luces de bohemia, con su esperpento reflejado en los espejos cóncavos, colocan a Valle-Inclán como un escritor total, un dominador de la escritura brillante y ya plenamente considerado. México no se olvida de él y así es como en 1921 es invitado a través del embajador en Madrid, Alfonso Reyes, a participar como “huésped de honor de la República en las fiestas del Centenario de la Independencia Mexicana”. Ni Valle-Inclán es el mismo ni México tampoco. El dictador Porfirio Díaz es historia y el presidente Obregón poco tiene que ver con aquella política. Regresa Valle-Inclán, pero su vista sigue en México y también su pluma, que le sirve para descerrajar una de sus mejores obras, la novela Tirano Banderas, crónica de un dictador tropical, subtitulada Novela de tierra caliente (tierra caliente, ¿les suena?) y ecosistema que posteriormente repetirían muchos de los mejores escritores latinoamericanos.

La mala salud comienza a golpear su cuerpo, pasando largos períodos de recuperación en los que gusta de taparse con un sarape. Un colorido que le abriga y confiere esa sensación de estar bajo una túnica sagrada, un manto que le retrotrae al principio de su vida literaria, la única importante, la que realmente comenzó cuando aquella brisa cálida del Golfo le anunció que iba a ser escritor: “México me abrió los ojos y me hizo poeta. Hasta entonces yo no sabía qué rumbo tomar”.

Frases
Ramón Rozas
  • Escritores invitados

Santiago de Compostela, 1971. Licenciado en Historia del Arte por la Universidad de Santiago de Compostela, desde el año 2000 escribe sobre artes plásticas y literatura en Diario de Pontevedra y El Progreso de Lugo

Fotografía de Ramón Rozas

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