Columna Semanal
17 de agosto del 2017

El amor y las crisis financieras se parecen: tras el dolor viene la amnesia que nos hace recaer en la desventura. La diferencia es que para aquél el dolor es sólo de dos. En las finanzas, el dolor se comparte con miles de personas, lo que si bien lo hace menos dramático, no menos terrible. Fue hace ocho años, justo cuando la crisis financiera se hacía sentir con particular fuerza, cuando se escuchó por primera vez la palabra “Bitcoin”. En el año 2008, Satoshi Nakamoto –de quien se desconoce su identidad real– publicó el protocolo que daría vida al santo grial de la economía liberal: una moneda sin Banco Central. En medio de un gran escepticismo, al año siguiente se llevó a cabo el primer cambio de dólares por bitcoin a un tipo de 1,309 bitcoins por dólar. En 2010, emulando la primera compra por internet, se realizó el primer pago con bitcoins por dos pizzas a un precio de 10,000 bitcoins. Tres años más tarde, los papeles se habían invertido y cada bitcoin era valuado en $1,000 dólares. Al día de hoy (7 de agosto de 2017) el bitcoin se vende a un máximo de 3,360 USD, levantado los cuestionamientos sobre si se trata en realidad de una moneda o de un activo financiero con una volatilidad inusitada.

El amor y las finanzas son irracionales. ¿Cómo pudo una divisa multiplicar su valor más de 1 millón de veces en menos de una década? La corrupción, el miedo y la innovación son algunas respuestas. Desde que se fundó el Banco de Estocolmo en 1668, el dinero se volvió un acto de fe en un banco que garantizaba el curso legal de la moneda. La opción del dinero con valor intrínseco, es decir, de oro y plata acuñada, se volvió anticuada a medida que las transacciones monetarias se multiplicaban. Pero centralizar el dinero equivale a acumular el poder, y el poder corrompe. Para evitar la corrupción por un tiempo se vinculó la emisión monetaria a un patrón oro, plata o tabaco. Pero pronto estas nuevas barreras se mostraron insuficientes para el dinamismo capitalista y sus contradicciones. En 1971 Richard Nixon abandonó la convertibilidad dólar-oro dando inicio a la era de la fe pura. Este espíritu dio pie a la liberalización de las finanzas: vino el tiempo de la especulación y las crisis, de Wall Street y la ambición… después de la corrupción viene el miedo, y después del miedo la nueva fe.

Ante el desplome de los mercados financieros en 2008, el bitcoin se presentó como una nueva promesa que cambiaba la arbitrariedad humana por un algoritmo y la centralidad de un banco por la democracia del internet. Mediante un sistema de validación llamado “prueba de trabajo” se garantiza la neutralidad de la moneda, mientras que la creación de una cadena de bloques pública –algo así como un libro contable virtual– la hace infalsificable. La extracción de la moneda, mejor conocida como “minería”, permite a todos los participantes de la red competir por una recompensa en bitcoins correspondiente a una fracción del bloque “minado” a cambio de “prestar” su computadora para la solución de un problema informático. Así el dinero es creado sin necesidad de un banco. La complejidad exponencial del algoritmo permite que un máximo fijado de 21 millones de bitcoins se vuelva técnicamente inalcanzable. La imparcialidad matemática apareció como un pacto entre la fe y la lógica. El carácter “abierto” del código permite que hoy en día existan alrededor de mil cripto-divisas con un valor de mercado de más de 120 mil millones de dólares. No obstante, lejos del paraíso de competencia que prometía la descentralización, el proceso mismo de minería se ha concentrado a medida que la complejidad del problema criptográfico requiere una mayor capacidad de procesamiento, lo que ha llevado a la creación de “granjas” para el minado de bitcoins en las que se enlaza el poder de miles de tarjetas de video, lo que implica un gasto enorme de electricidad, y una restricción para los particpantes. No sorprende que las más grandes de estas granjas se ubiquen en China. Luego está el hecho de que un par de monedas representan el 70% del mercado: Bitcoin y Ether. El libre mercado, como dedujo Marx, tiende a la concentración. Peor aún, sucumbe ante la concentración. Detrás del proyecto Etherium aparecen los nombres de Microsoft, JP Morgan y más de 30 bancos que ante la pérdida de la fe en la moneda tradicional se posicionan en el mercado de las cripto-divisas para demostrar que el dinero virtual tiene una larga vida por delante y un futuro poco liberal, y que en la actualidad es posible hacerse millonario comprando y vendiendo aire.

La creación de valor, que Marx creía don propio del trabajo, se ha convertido en un proceso “parteogénico” como lo llama Franco Berardi en La Sublevación (Surplus, 2014), en el que el valor es producto de su auto-concreción especulativa. Atrás quedó el materialismo de la mercancía. La economía actual camina sobre éter. La gracia del mundo está en manos de especuladores mordaces y aficionados a la tecnología –la mayoría pertenecientes a la generación millenial– que ponen un matiz más de irracionalidad sobre los mercados financieros. Ante tal inflación de la esperanza el único destino posible es la crisis que reviente la burbuja. El suelo de los valores bursátiles se hará líquido y se tragará a los incautos, trayendo mayor concentración de la riqueza y una nueva solidez transitoria. ¿Hasta cuándo? Hasta que el dinero, como el amor, nos consuma el alma y acabe con la fe.

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