Migración
08 de noviembre del 2017

La vida de un escritor nos interesa porque tenemos la certeza de que en ella podemos buscar el origen de sus ficciones —reflexiones, pensamientos, críticas y sentimientos— plasmadas en sus libros. Queremos saber el misterio que esconden, y terminamos encontrando vidas anodinas o llenas de aventuras, marcadas por la tragedia, el infortunio o la felicidad. El escritor húngaro Sándor Márai (Kassa, 1900-San Diego, 1989), narrador, periodista y dramaturgo, escribió memorias y diarios sobre su vida. En estos escritos autobiográficos podemos acercarnos a su narrativa: una narrativa nostálgica, interior, crítica, erudita, histórica. Confesiones de un burgués (1934) es su primer libro de memorias, su siguiente relato autobiográfico es ¡Tierra, tierra! (1972), y uno anterior a éste, encontrado en 1997 y publicado póstumamente, es Lo que no quise decir (1949), y Diarios 1984-1989 finaliza su escritura sobre la memoria. En estas cuatro obras somos testigos de los momentos decisivos de la vida del autor del El último encuentro. Con sus recuerdos retrata una personalidad cambiante, muchas veces atormentada. Desde los treinta años hasta los ochenta y nueve que vivió, Sándor Márai hace un registro de sí mismo.

A los treinta y cuatro años Márai publicó sus Confesiones de un burgués, y daba a conocer a su público su figura interior y exterior. En las Confesiones relata episodios significativos de su infancia, de su adolescencia y juventud. Vemos en la narración escenas teatrales reconstruidas desde la memoria, acompañadas de reflexiones irónicas y melancólicas. En la búsqueda de su yo, Sándor Márai recurre a la historia de sus antepasados sajones y moravos, haciendo de cada familiar, tanto materno como paterno, un personaje que recobra su vida en las páginas del libro. Márai encuentra en ellos detalles que reconoce en sí mismo: ve sus gestos, su boca, sus ojos, su forma de sentir la vida, de amar, de odiar, como una herencia que le causa un profundo cuestionamiento. Algunas veces se opone a su herencia e intenta ser diferente.

En las Confesiones no sólo asistimos a la vida de Márai, sino también a un retrato de la burguesía a la que pertenecía. Con la escritura crea escenografías llenas de detalles: la casa de alquiler en la que vivió en la infancia, las calles de su ciudad, la catedral, sus torres, la vida nocturna, los funerales, las ciudades en las que vivió en su juventud: Leipzig, Weimar, Frankfurt, París, Berlín, etc. Márai relata los exilios voluntarios que afrontó desde su niñez. Uno de ellos, el exilio del seno familiar. Desde que tenía seis años se sintió en soledad, pues su hermana menor ocupó su lugar causándole una fuerte herida, una “nostalgia por el paraíso perdido”. El exilio no sólo es espacial —salir del lugar de origen para buscar nuevos horizontes—, sino también emocional. En diversas ocasiones huyó de su hogar. Pero la que determinó su destino fue cuando abandonó su casa a los catorce años en un acto de furia y desesperación sin saber a dónde ir, pero con la certeza de no poder estar más en ella. Sus sentimientos encontrados, neuróticos si se quiere, lo alejaban de su familia. Confesiones es el ejercicio introspectivo que hace para sanarse a sí mismo.

A partir de este suceso su familia lo llevó a estudiar a un internado de Pest. Afrontó la situación. Reflexionando, dice:

En realidad no existe más “experiencia” que la familia, como tampoco existe más “tragedia” que el momento en que te ves obligado a decidir si permaneces en el seno de la familia y en su variante a escalas más amplias como la “clase social”, la ideología, la raza, o bien te marchas por tu propio camino, a sabiendas de que te quedas solo para siempre, de que eres libre, estás a merced de todo el mundo y sólo puedes contar contigo mismo… Yo tenía catorce años cuando me escapé de casa, y después ya sólo regresé de visita, en los días de fiesta, durante breves temporadas; como el tiempo es un analgésico muy fuerte, a veces parecía que la herida había cicatrizado.

Un acontecimiento significativo para su vida y con el que termina la primera parte de las Confesiones es el asesinato del heredero al trono Francisco Fernando de Austria, en 1914. Inicia la Primera Guerra Mundial. Los acontecimientos sociales, la beligerancia y la tiranía, están narrados magistralmente en la obra —de ficción y autobiográfica— de Márai. Conforme avanzan los años su visión se hace más contundente y apesadumbrada. Pero, cuando realizó este relato y se preguntaba por qué siempre tenía la presencia latente de la huida, aún no sabía que venía un exilio más desgarrador, el exilio de la patria que se vio forzado a hacer años más tarde.

Los años de juventud y de estudios universitarios resultaron menos caóticos. Aunque fue un tiempo errante, de peregrinaje en busca de las huellas de Goethe, su escritor predilecto. Estudió Derecho en la Universidad de Pest, y más tarde se cambió a la Facultad de Filosofía y Letras. En el extranjero reinició sus estudios en periodismo en el Institut für Zeitungskunde, en Leipzig. Al final se dio cuenta de que no estaba dispuesto a permanecer más tiempo ahí y se trasladó —por consejos de sus propios maestros debido a su inadaptabilidad— a la Facultad de Filosofía. A pesar de que cambió diversas veces de carrera, este espíritu desarraigado tenía un profundo interés por el periodismo.

En Leipzig escribió en alemán su primer artículo periodístico. El alemán era la lengua en la que se sentía seguro, pero que abandonó para escribir en su lengua materna, el húngaro. Durante varios años estuvo fuera de su ciudad natal, residió en Alemania y Francia, pues prefirió la lejanía a vivir bajo el régimen de Miklós Horthy. “Ya a lo largo de los primeros años en el extranjero Márai fue distanciándose de manera palpable de los ideales políticos de su juventud y se declaró explícitamente a favor de los ideales burgueses”, dice Ernö Zeltner en su biografía Sándor Márai. Una vida en imágenes.

En 1923 se casó con Ilona Matzner, su queridísima Lola. Los dos vivieron fuera de su ciudad natal hasta que regresaron a Budapest en 1928. En esa época Márai empezaría a cosechar éxitos y prosperidad en el periodismo. Era un escritor reconocido. En Lo que no quise decir inicia rememorando esa época tranquila y describe la agonía de los hechos que sucedieron después: la adhesión de Austria al Tercer Reich. Escribe: “En esos diez años desapareció también toda una forma de vida y toda una cultura. Yo había nacido en el seno de esa forma de vida y esa cultura, y cuando advertí que en mi patria se había extinguido ese modo de vida burgués me invadió una calma extraña”.

La crítica a la tiranía, al comunismo, a la sociedad, sus reflexiones sociales e históricas se encuentran también en ¡Tierra, tierra!, libro de memorias que escribió veinticinco años después de los sucesos que vivió en Budapest y que marcarían su narrativa. La decisión de partir de ese mundo catastrófico fue difícil, pero la idea de verse privado de su libertad de expresión y de imaginar estar al servicio, como escritor, del régimen comunista en Budapest, le dieron el valor para abandonar su patria en el último momento. No podía traicionar su palabra para sobrevivir. En 1946 viajó a Suiza, Italia y París, vio las comodidades y la vida fácil de Suiza y sintió cierta repulsión. En el verano de 1948 aprovechó una invitación que le hicieron de Suiza para asistir a unas jornadas literarias, debido a esto solicitó su pasaporte y el de su familia, los de Lola y János, su hijo adoptivo. En ese momento adquirir un pasaporte era difícil, pero lo obtuvo. Viajó aún con la esperanza de volver algún día a casa. Permaneció en Suiza y en Nueva York, y se exilió definitivamente el mismo año en San Diego, California.

En Hungría, después de la Segunda Guerra Mundial, dice Márai, el éxodo estuvo definido por tres momentos de huida, en los que cientos de personas buscaron la sobrevivencia. El primero fue en 1945, con la entrada del Ejército Rojo, el segundo en el verano de 1948, cuando el poder de los comunistas estaba por ser tiránico, y en 1956. Márai no salió en el primer momento, cuando el Ejército Rojo tomó Budapest, ni cuando regresó de su refugio y encontró su casa en ruinas: una bomba destruyó su hogar y los seis mil libros de su biblioteca.

Márai afrontó los momentos más difíciles con prudencia, y meditó sobre ellos en sus memorias y diarios. En el exilio siguió escribiendo. En una conversación en ¡Tierra, tierra! con un poeta comunista llega a la conclusión de que el exilio es necesario. Pues, aunque el silencio también es una respuesta, no concibió una vida bajo el régimen comunista, que se alimentaba de la libertad y la renuncia a la propiedad privada. Escribe resignadamente: “Concluimos que el exilio es, para el escritor, algo más que un riesgo, y que también puede constituir —en épocas y situaciones en que se niegan la libertad y la verdad— una posibilidad. En épocas así hay que elegir voluntariamente el destierro porque sólo de ese modo es posible decir la verdad, y la escritura no tiene sentido si no es para decir la verdad”.

La búsqueda de la verdad es una constante en su obra narrativa, pues acecha desde muchos puntos una situación, un sentimiento. En sus reflexiones, en ocasiones contrastantes, sobre el amor, el odio y la amistad, Márai profundiza en la condición humana. Los Diarios 1984-1989, escritos en los últimos cuatro años de su vida, son desgarradores, tristes y pesimistas. Márai anota constantemente reflexiones sobre la muerte, sobre Dios, sobre la vejez. Era un lector voraz a pesar de las dificultades, ya no veía bien y se dedicaba al cuidado de su queridísima esposa. Leía a Marco Aurelio, Voltaire, Schopenhauer, Gibbon, Boswell, a poetas y narradores húngaros fundamentales de su lengua. Siempre, como lo muestran sus libros, fue un conocedor profundo de la literatura húngara y un lector de filosofía e historia. Lola había perdido la vista, apenas oía, no podía caminar sin que Márai fuera su apoyo. Pasó los últimos meses de su vida en un hospital. Él la acompañó en cada momento.

En los Diarios Márai sufre por ella, por sus padecimientos. La memoria y la fuerza de su cuerpo la abandonaban cada día debido a su senilidad. Imagina y presiente las penumbras de la muerte, pues la luz de sus familiares amados se va apagando. Primero Lola, la mujer que lo acompañó día y noche durante sesenta y dos años, parte esencial de su cuerpo, de su alma. Márai ve desfilar la muerte de todos aquellos a los que quiso. Lo abandonaron su hermana Kató, sus hermanos Gábor y Géza, sus amigos, y después su hijo adoptivo, János. Todas las noticias que le llegaban de su patria estaban marcadas por la muerte. Arrojó las cenizas de Lola y de János al mar sin nadie al lado para reparar en su dolor. Un año antes de su muerte le dan la noticia de que puede regresar a su país, que puede retornar del exilio para ser honrado.

Sándor Márai tenía una salud precaria a los ochenta y ocho años, sus ojos veían sombras y su cuerpo estaba débil. Con la fortaleza de un estoico y para no pasar sus últimos días en un hospital, decrépito y moribundo, decide suicidarse. Una nota periodística que hablaba de los suicidios de ancianos le sugirió la idea. Dice en noviembre de 1987: “Y una noticia local: en la zona de San Diego, entre 1980 y 1986 se suicidaron dieciocho mil personas; la mayor parte tenía más de sesenta y cinco años, y recurrió a las armas de fuego porque no confiaba en los venenos”. Compró una pistola y fue a clases de tiro. Hasta que su alma no soportó más las miserias de la vejez acabó disparándose en la sien el 21 de febrero de 1989. “Estoy esperando el llamamiento a filas; no me doy prisa, pero tampoco quiero aplazar nada por culpa de mis dudas. Ha llegado la hora”, fue lo último que escribió semanas antes de suicidarse. ¿Encontró Sándor Márai la libertad en el exilio voluntario?

Elizabeth Arias

Oaxaca, 1992. Estudió Humanidades en el IIHUABJO. Es promotora de la lectura.

Fotografía de Elizabeth Arias

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