Hace tres años, Nuccio Ordine, un profesor de literatura italiana, publicó un manifiesto en defensa de las humanidades y en detrimento de la dictadura del mercado: La utilidad de lo inútil (Acantilado, 2013). Dicho ensayo da cuenta del desprecio generalizado hacia aquellas cosas que consideramos inútiles por no aportar un beneficio material y revisa la importancia del conocimiento que, según filósofos y escritores como Platón, Dante o David Foster Wallace, no persiguen un objetivo económico. Ciertamente las “humanidades” que se enseña en poquísimas preparatorias y en ciertas universidades que defienden estas ideas, ha sido el legado de momentos de luz, de comunidad y de amor a la humanidad. Habría que reconocer, sin embargo, que estos estadios han fracasado ante el avance inevitable de la mercantilización de las relaciones humanas, ante la pérdida de las raíces culturales y ante el progreso tecnológico deshumanizador. Esta “cultura” moderna mercantil ha triunfado. En este contexto, que tiene en mayor valía las carreras técnicas o la administración bursátil al estudio “inútil” de las letras y las artes, sería justo revisar, como Nuccio Ordine, pero en una escala planetaria, la experiencia de los pueblos que recuperaron la formación integral de ser humano al recurrir a las fuentes del saber antiguo para mirar, a un mismo tiempo, hacia el pasado y hacia el futuro.
Hoy el humanismo liberal, que Nuccio Ordine reivindica en su libro 3/4 por vía del renacimiento ilustrado 3/4, disiente a las tendencias dominantes, como al capitalismo industrial, cuando manifiesta su aversión por lo tecnocrático y fomenta la integridad espiritual en un mundo hostil. Con todo, no hay que olvidar que el humanismo liberal, que cierta literatura resguarda, es una corriente moral urbana, de colonias blancas elegantes, que sobreestima el carácter único del individuo, las verdades imperecederas de la condición humana y el carácter sensorial de las experiencias que viven los lectores-consumidores embelesados. Al volver a las fuentes del saber de los pueblos, no para acumular conocimiento sin vida sino para aplicarlo en la construcción del mundo, los humanistas no sobre-valoraron el poder transformador de las letras en la vida, sino aislaron el contexto social determinado cuando explicaban en términos abstractos porqué la literatura nos hace mejores y lo ocultaron. El humanismo renacentista, entonces, se redujo a una consciencia impotente de la sociedad burguesa, fina, sensible e ineficaz. Resultó la mejor ideología de lo humano que la actual burguesía social tiene a su disposición.
Por esto, preguntarse por la importancia de la cultura en este sistema económico mundial, que al mismo tiempo precariza la vida y fabrica un desastre ecológico, es urgente. Y la respuesta no es el humanismo liberal imperante sino nuevas organizaciones de lo común. A cada época le corresponde forjar su presente: retornar escuchando las experiencias de los no-escuchados y las sabidurías de los pueblos del mundo, reconfigurar a los hombres y mujeres para evitar su muerte. Bajo esta Modernidad atroz que busca superar todo lo anterior con sangre, la humanidad integrará y unirá la diversidad natural que constituye a la comunidad humana. Así podremos pensar el arte, la literatura, el mundo, desde la experiencia común y desde el mundo mismo, sin olvidar, claro, que esta construcción del ideal humano es un trabajo de organización comunitaria, es sustantivamente política. Todas las disciplinas humanas, en efecto, que contribuyen a la cultura integral de los hombres y mujeres, tienen una suerte de lazo en común y se mantienen juntas por cierto parentesco entre sí.
Por mi parte diré: ¡que se avergüencen los demás si se esconden en la literatura, si no pueden aportar un presente al bien común o hacer que las cosas se conozcan!