Mujeres
29 de octubre del 2018

Cuando la enfermedad y el dolor anidan en nuestra alma las imágenes de la vida cotidiana se matizan bajo el influjo de una luz divina que nos atraviesa misteriosamente, haciendo resurgir en nosotros las preguntas más elementales. La literatura es, quizá, una prueba de nuestra exasperada existencia y soledad.

Valeria Luiselli, Fernanda Melchor y Verónica Gerber Bicecci son escritoras que hoy representan un papel importante en las letras mexicanas. Además de ser especialistas en Humanidades, son mujeres jóvenes que han conquistado con su talento e inteligencia la vida cultural de nuestro país. Tres creadoras que comparten una disyuntiva existente desde la antigüedad: la literatura es un pretexto para vivir o vivir es un pretexto para crear.

Fernanda Melchor (Veracruz, 1982) ha sido reconocida por su novela Temporada de huracanes (Penguin Random House, 2017) como una de las escritoras más destacadas y significativas de las letras mexicanas. Esta novela logra perturbar a sus lectores por el agónico desamparo en el que se hallan sus personajes. Fernanda Melchor también ha publicado un libro de crónica, Aquí no es Miami (Random House, 2013), y su primera novela es Falsa liebre (Almadía, 2013). Es licenciada en Periodismo por la Universidad Veracruzana, por lo que no es sorprendente que Temporada de huracanes haya nacido tras la lectura de la nota roja. A sangre fría, novela del escritor estadounidense Truman Capote, diluyó los límites entre periodismo y literatura. Capote se inspiró al leer casualmente el periódico creando las imágenes vibrantes de un suceso pesadillezco.

Fernanda Melchor comienza la trama de la novela con la aparición de un cadáver en descomposición flotando en un canal de riego en Veracruz; su ritmo apesadumbrado retrata la miserable vida de aquellos seres lanzados a este mundo. Temporada de huracanes es una novela trazada exactamente en forma de espiral, avanza con la intensidad de un lenguaje primario que aprisiona las más sórdidas pasiones humanas; los personajes que van apareciendo son vidas que se cruzan a partir del asesinato de la Bruja, de la Lagarta, el Luismi, la Chabela, el Munra, la Norma; mujeres prostitutas, hijas abandonadas y despreciadas, deseos no correspondidos, en suma, personajes que sobreviven a las desgracias humanas. La voz que narra fluye en un ritmo visceral, cuya textura agreste no deja un respiro al lector. Esta novela tiene la proeza de representar, con una extraña ligereza, el desencanto del mundo. Los diálogos son vivos y discordantes. Desde las diversas perspectivas de la miseria social, la voz narrativa asume una búsqueda de sentido, una posibilidad de denunciar las más infames injusticias. El inicio es brillante: la imagen de un cadáver descompuesto y la voz estridente que anuncia los pesares de la Bruja. Pero, como en cualquier obra artística, Fernanda Melchor corre el riesgo de equivocarse. Poco a poco los destellos de creatividad van ensombreciéndose, pues al no conseguir otro ritmo que varíe la tensión con la que principia, se vuelve una sangría verbosa con la que un lector podría aburrirse, dejando pasar varias líneas sin que éstas cambien el orden de la trama. El desacierto de esta novela es, quizá, pensar que la literatura puede ser una variante del periodismo, dejando que las historias se sobrepongan a los matices poéticos, a la psicología y el carácter de los personajes, orillando a que éstos se pulvericen en una mancha de palabras. No hay que olvidar que “sólo dentro del arte —escribió Juan García Ponce—, en la verdad estética, nuestras vidas adquieren sentido y vencen al tiempo y a la muerte”. Temporada de huracanes es su tercera obra y el balance es más positivo que negativo. Esperamos con atención sus próximas obras.

“La escritura: la escritura llega con el viento, está desnuda, es la tinta, es lo escrito, y pasa como nada pasa en la vida, nada, excepto eso, la vida”. Creería que las palabras de Marguerite Duras, escritas en terrible soledad —ella vivió en carne propia la catástrofe de las guerras—, resuenan como un eco de la estética literaria en nuestros tiempos: la escritura como una forma de persistencia ante el dolor del mundo. Sin embargo, la literatura meramente contemplativa, en donde los personajes son remplazados por el lenguaje como una forma de actividad, de realización, éstos se tornan muchas veces en baladís, en sombras que nadie vuelve a recordar.

Valeria Luiselli (Ciudad de México, 1983) fue galardonada recientemente con el premio American Book Award por Los niños perdidos (Sexto Piso, 2017). Este ensayo en cuarenta preguntas es una muestra del proceso legal que viven los niños refugiados en Estados Unidos. Valeria Luiselli tiene publicados cuatro libros. Con su primera novela Los ingrávidos (Sexto Piso, 2011) fue reconocida como una de las promesas jóvenes de la literatura mexicana. En la novela los personajes van desdibujándose al grado de perder su personalidad. No creo que la intención de la autora sea dotarlos de dicha singularidad. Al contrario, la atmósfera es una burbuja frágil que se mimetiza entre lo literario y lo superfluo de la vida: “Ayer mi marido me preguntó si él deja pelos en el jabón”. Es entendible que entre el malestar rutinario que se vive se prefiera perseguir fantasmas. La vértebra de esta novela son las dos voces que se intercalan: una joven traductora obsesionada por el espectro literario de Gilberto Owen y la sombra que poco a poco se va tejiendo hasta escucharse. Existe una excusa para poder hablar de los libros que le han marcado su vida, lo cual no resulta incómodo, pues son los momentos más perspicaces de la novela: “(Hubiera querido empezar como termina A Moveable Feast de Hemingway)”, o, “¿Conoces a Inés Arredondo?, le pregunté, mientras me acariciaba una pierna. No la conocía por supuesto. Te voy a dar a leer su mejor cuento. Se llama ‘La Sunamita’. Es sobre una mujer que va a visitar a su tío en la provincia”. Desde un principio la autora nos hace guiños sobre la superposición de las historias. Su prosa ficcional se alimenta de referencias literarias que incitan al lector a buscar el diálogo; por lo tanto, el límite entre los géneros se vuelve minúsculo.

Los ingrávidos peca de un defecto: el inicio es lánguido y poco estrepitoso. Sin embargo, esta narrativa fragmentaria tiene la ventaja de retomar su ascenso con momentos cómicos y lúcidos con un ritmo sosegado —nada vertiginoso—, como una sonatina para piano que se va disolviendo en una reflexión casera sobre las nimiedades de la vida. No me cabe duda que la prosa de Valeria Luiselli destaca en el género ensayístico, y quizá en él se encuentra su verdadera singularidad.

Luiselli tiene su columna semanal en el periódico El País y desde el 2008 se estableció en la ciudad de Nueva York. Tiene estudios de posgrado en Literatura Comparada por la Universidad de Columbia.

Verónica Gerber Bicecci (Ciudad de México, 1981) ganó el Premio Aura Estrada con su novela Conjunto vacío (Almadía, 2015). En esta primera novela muestra una prosa de asombrosa docilidad plástica. La lectura parece ser un juego en donde la protagonista, una artista visual que escribe, empieza la búsqueda de su madre, y con ella, la búsqueda de sí misma y la de los otros. Verónica Gerber Bicecci merece nuestra atención por intentar ampliar la experiencia literaria a otros campos del arte, desdibujando así la línea de las disciplinas artísticas para enriquecer el significado y la experiencia estética, dando como resultado un lenguaje propio. Quizá esta prosa de tono tan íntimo, de suave confesión, sea profunda por ser introspectiva y lograr aguijonear los pensamientos en ese vacío desordenado.

Verónica Gerber Bicecci se graduó en Artes Plásticas y cursó un posgrado en Historia del Arte. Ha publicado en Tierra Adentro, Letras Libres y en Revista de la Universidad, etcétera. Su libro Mudanza (Almadía, 2010) es una colección de textos ensayísticos sobre escritores que decidieron explorar en las artes visuales.

Recuerdo la intensidad de Clarice Lispector al escribir: “Tengo miedo de escribir. Es tan peligroso. Quien lo ha intentado lo sabe. Peligro de hurgar en lo que está oculto, pues el mundo no está en la superficie, está oculto en sus raíces sumergidas en las profundidades del mar. Para escribir tengo que instalarme en el vacío”. Un traspié en la narrativa de estas escritoras es la falta de pasión por la vida: parece que sus personajes están a medias, que son retazos de la memoria eclipsados en hojas de papel. Me pregunto: ¿dónde ha quedado la perversidad de la imaginación que nos ha dejado heridos de simpleza y nos ha incapacitado para crear seres ficticios que nos retuerzan la mente?

La literatura no necesita palabras muertas, sino palabras que den luz y sentido a nuestra existencia. ¿Acaso la escritura es un engendro que proclama ser creado por sí mismo? La literatura debe mirar siempre hacia adelante. El arte de contar historias es transformar toda materia insignificante en una serie de interrogaciones y develaciones. La escritura debe proponer la creación de universos alternos, y nunca debemos profanarla con la creencia de que la afición literaria pueda desplazar a la vida misma.

Perla Muñoz
  • Consejo editorial

Oaxaca, 1992. Estudió Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma Metropolitana. Escribe. Publicó el libro de cuentos Desquicios (Editorial Avispero, 2017).

Fotografía de Perla Muñoz

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